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Lester Bangs, el crítico feroz que vio a los Beatles como sucesores de Kennedy

Se publica en España el segundo volumen de artículos del legendario crítico de rock, reveladores de una personalidad mercurial e irrefrenable tendencia al protagonismo
Lester Bangs en una fiesta Coney Island
Lester Bangs en una fiesta Coney IslandLa Razón

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Hizo de sí mismo el protagonista de casi todas sus historias y del exceso verbal su seña de identidad. Lester Bangs llamó «patético» a Lennon, «despreciable» a Ringo, «necio dionisíaco» a Morrison, calificó de «horrísono» a Lou Reed (que era su amigo), y aseguró que Dylan comercia con los derechos civiles de los negros cada vez que necesita una canción y no le salen. Bangs fue una estrella del rock y un gran escritor pero también fue un poco patán y un bocazas, calificativos con los que él mismo estaría de acuerdo, pues su lenguaraz estilo funcionaba también contra sí mismo. Hablaba de sus tristes y solitarios actos sexuales, de sus costumbres etílicas y de su miserable vida sentimental con innecesaria explicitud y su estilo, o su cháchara, podía resultar irritante al enredarse en desesperantes oraciones subordinadas e interjecciones juveniles, como recoge en todo su esplendor el segundo volumen de sus artículos seleccionados, «Venas al frente, festines de sangre y mal gusto» (Libros del Kultrum). Perdía el foco, divagaba y mordía a partes iguales. Y, sin embargo, en muchas ocasiones, era magistral.
Bangs no podía evitar la primera persona. Su estilo periodístico era el «gonzo musical» –se declaraba en deuda con William Burroughs–, pero la realidad es que él se sentía tan estrella del rock como los músicos de los que escribía. Hoy, Bangs estaría contento de haber conseguido lo que se proponía: ser un «crítico de rock legendario», una especie de estrella del rock sin guitarra, un solista de la máquina de escribir, uno de esos personajes que completan la mitología de la música popular, en la que aparecen criaturas que no son estrictamente músicos, sino managers, productores, «roadies», guardaespaldas, camellos... y claro, periodistas y críticos. De hecho, su fallecimiento, a los 33 años, debido oficialmente a una sobredosis de ansiolíticos y alcohol (aunque las anfetaminas eran su devoción), fue un final puramente «rockstar».
En este segundo volumen de artículos (que llega cinco años después del primero, «Reacciones psicóticas y mierda de carburador», también en Libros del Kultrum), Bangs despliega su mejor versión, la certera y templada, menos corrosiva, por ejemplo, en su análisis sobre la desaparición de los Beatles en un artículo publicado en la revista «Creem» en 1975. En él, Bangs considera que su éxito está íntimamente ligado al asesinato de John F. Kennedy, que se produjo solo cuatro meses antes de la aparición de los de Liverpool en el Show de Ed Sullivan: «Dejó un vacío que nos obligó a encontrar nuevos líderes, hechos de otra pasta». Los Beatles «fueron la medicina perfecta», una oleada de felicidad que se traujo en «una nueva dialéctica hedonista». De ella «surgió la Nueva Izquierda, el ácido, todos esos estilos de vida alternativos que ahora, por supuesto, se antojan incluso más opresivos que los delirios de la era Kennedy». «Pero acaso lo más relevante que se desprende de la carrera de los Beatles es el auge y caída del concepto de grupo, que empezó a dar paso en el rock al ascenso del artista en solitario», escribe Bangs, que va más lejos: «No quisiera que se me tome por pretencioso, pero el declive de los Beatles es paralelo al declive de la fe de la cultura juvenil en sí misma». Bangs fue testigo del cambio de ciclo en la cultura popular. Del final de los Beatles, sí, pero especialmente del derrumbe del sueño «hippie» y del nacimiento del punk y el hevy metal. 
Y es que en una misma pieza, Bangs puede desearle a Miles Davis que se vaya a criar malvas y jurarle amor eterno, pues sus veleidades eran tales que podía celebrar y despellejar a un grupo en el espacio de un punto y aparte. En dos de las más destacadas piezas, Bangs disecciona el fenómeno musical del jazzman en todas sus vertientes. Primero, como supuesto tótem de la negritud inaccesible al conocimiento de los blancos. Segundo, como puro trofeo de quienes buscan identificarse a sí mismos ante todo el mundo «cool». Tercero, como hombre malencarado sin remedio, obstinado en dar discos insufribles para torturar a su audiencia menos verdadera. Por último, como quizá el compositor que ha llevado el dolor y la angustia más allá que ningún otro, como el hombre que ha convertido la emoción en un trozo ennegrecido «de pedernal frío e indestructible».
Portada del segundo volumen de las crónicas de Lester Bangs
Portada del segundo volumen de las crónicas de Lester BangsLibros del Kultrum
Este volumen tiene el aliciente de incorporar la famosa reseña que el crítico feroz realizó al «Kick Out The Jams», de MC5, la primera que logró publicar en la revista después de haber sido ignorado en múltiples ocasiones. Aquel disco ocupó la portada de «Rolling Stone» bajo el titular de la nueva sensación del rock, pero Bangs lo destrozó en cuatro párrafos y se preguntó si el objetivo no era otro que hacerles la campaña publicitaria. «La diferencia que hará que se vendan varios cientos de miles de copias de este álbum, está en la expectación generada, la gran capa de revolución adolescente y energía a borbotones que todo lo impregna y que oculta estas vistas de desguace de clichés y horrísono ruido», escribe en la misma revista, donde también califica al álbum de «ridículo, pretencioso y prepotente».
Pero no nos lo tomemos demasiado en serio. Ni por un segundo. Porque el crítico escribe presa del presente, en cuestión de minutos, y el presente se va haciendo. Además, escribió, en apenas una década de carrera periodística, 4.000 reseñas de álbumes presa de su mercurial temperamento, al que no contribuían su ingesta de sustancias y el largo tobogán de sus depresiones. Y el primero que le enmienda la plana a Lester Bangs se llama Lester Bangs. Por ejemplo: «‘‘Exile on Main St,’’ apareció hace solo tres meses y prácticamente me provocó una úlcera, y hemorroides también, tratando de encontrar alguna manera de que me gustara. Al final, me di por vencido y escribí una crítica en la que lo destrocé a placer, y traté de olvidarme de todo este asunto. Un per de semanas después, me hice con una copia y me dejó boquiabierto. Ahora creo que, muy posiblemente, se trate del mejor álbum de los Stones».
Pese a que el estilo pueda distraer y el protagonismo de la personalidad de Bangs opacarlo todo, no se puede perder de vista la erudición del crítico feroz. En sus artículos desaforados, además de la prosa lisérgica, el lector encontrará un hondo conocimiento de escenas y estilos. De Captain Beefhart a Brian Eno y de Nico a la escena hardcore, Lester Bangs inunda de referencias sus textos. Su artículo sobre el Oi y el hardcore, dos estilos underground que emergieron durante finales de los 80 y 90, es una muestra de, si las formas podían perderle, sus opiniones, personalísimas, partían de la escucha y la calle. Circula esa frase apócrifa que dice que «escribir de música es un sinsentido como bailar de arquitectura», pero, si en alguna ocasión hacerlo tuvo sentido es por líneas como las que Bangs le dedica a estos géneros de música radical: «el hardcore suena a terrones de excrementos grumosos con huesos rotos asomando mientras que el oi suena a cráteres de gachas con mechones de paja asomando. Y decían que había límites a lo que se podía hacer con tres simples acordes». Desde luego, no los había para Lester Bangs.