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Música de videojuegos: de aquí saldrá la próxima gran sinfonía

Los grandes estudios apuestan por bandas sonoras propias de artistas de renombre, mientras la profesión de músico para videojuegos no para de crecer
Imagen de "TheLast Of Us"
Imagen de "TheLast Of Us"La Razón

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En su momento, era el cine. Las bandas sonoras de Ennio Morricone, John Williams, Ryuichi Sakamoto o Hanz Zimmer cobraban vida propia. Acompañaban y potenciaban la acción y salían del celuloide para competir en fama con las historias de la pantalla. En otros casos, lanzaban temas al estrellato, como sucedió con «Mrs. Robinson» en «El graduado, la intro de «El exorcista», que volvió un superventas a «Tubular bells», o cualquiera de «El guardaespaldas» y «Dirty dancing». Sin embargo, hace tiempo que eso no sucede y que una banda sonora cinematográfica no impacta en el público de forma masiva. En parte, se debe a los propios males de la industria del cine, como la falta de riesgo –nombres como Zimmer y Williams han seguido optando al Oscar regularmente durante la última década–, pero también se debe al surgimiento de un nuevo lenguaje, de un competidor poderoso: la industria de los videojuegos está colocando a la música en un lugar prioritario de sus proyectos y creando oportunidades de trabajo muy lucrativas.
La mejor muestra es la banda sonora de uno de los títulos más exitosos de los últimos años. «Grand Theft Auto V», lanzado hace una década, apostó por canciones protagonistas de muchos artistas que hoy costarían bastantes ceros más contratar. A$AP Rocky y Tyler The Creator, por ejemplo, unieron fuerzas para rapear en «R Cali», uno de los temas principales del juego, que hoy acumula 69 millones de escuchas en Spotify. La banda sonora al completo del juego producido por Rockstar consta de más de 20 horas de temas originales que incluyen a artistas como Flying Lotus, Neon Indian, Yeasayer o Wavves. Para trabajar en la música, el gigante de los videojuegos contrató en una jugada valiente a Tangerine Dream (bueno, a Edgar Froese, que es el único miembro original de la mítica formación alemana que poco tiene que ver con el rap de California) y a Woody Jackson, autor de otra de las grandes bandas sonoras recientes de las consolas, el western «Red Dead Redemption II». Junto a ellos, diversos productores cercanos al hip hop como The Alchemist, Oh No e incluso DJ Shadow. El esfuerzo valió la pena: la banda sonora al completo suma más de 300 millones de reproducciones y se calcula que ha ingresado en torno a un millón de dólares en «royalties» solo en Spotify. Para la banda sonora del mencionado juego de vaqueros, Woody Jackson apostó por el exquisito músico sueco José González y nombres como D’Angelo, cuyas composiciones suman 120 millones de reproducciones y unos ingresos que se acercan al medio millón de dólares. Sin embargo, estos casos que combinan creatividad y música original de artistas destacados no son los de mayor éxito: títulos como «Undertale» o «Minecraft» superan, respectivamente, los 900 y 700 millones de reproducciones «online». Y la lista de éxitos es larga.
«Yo, para concentrarme, escucho la banda sonora de ‘‘The Last Of Us’’», dice Leticia García, responsable de Tokio School, una compañía especializada en formar a trabajadores para la industria del videojuego que ahora mismo tiene 2.000 alumnos, una cifra que no ha parado de crecer cada año. «Todo ha cambiado. Los videojuegos están en el centro del entretenimiento y son la base para películas y series de televisión constantemente: ‘‘The Witcher’’,‘The last of us’’, ‘‘Uncharted’’ y muchas otras sagas en cuya producción hay enormes presupuestos. Para cada aspecto del juego, los perfiles se han profesionalizado y subido sus cachés. Hoy en día se puede ganar mucho dinero en esta industria y rentabilizar toda la inversión, porque los datos en Spotify son increíbles», explica. Precisamente, el fenómeno cultural vinculado al videojuego postapocalíptico derivó en una exitosa serie de HBO protagonizada por Pedro Pascal. La banda sonora del juego la compuso Gustavo Santaolalla, quien se había alzado con dos Oscars consecutivos por las bandas sonoras de películas: «Babel» y «Brokeback Mountain». Quizá también lo hubiera merecido por «Diarios de motocicleta», pero el compositor argentino dio el salto a la industria del videojuego, donde vio más y mejores oportunidades. En declaraciones a este periódico, Santaolalla comenta: «Pienso que la próxima gran obra sinfónica del siglo XXI puede venir de la banda sonora de un videojuego, ¿por qué no? O una pieza de cámara o de vanguardia, por supuesto que sí. Con los juegos se da un proceso muy interesante que es la enorme implicación emocional que existe entre quien los usa y el creador. Yo me sentaba a ver a mi hijo jugar y pensaba que es una experiencia muy poderosa. Me cuentan que hay gente que llora jugando y eso no se consigue con una historia muda», señala Santaolalla, cuya música para el popular título de zombies ha superado los 200 millones de reproducciones y el tema principal acumula más de 60. «Me vinieron a buscar de muchos proyectos después de los Oscar, pero yo necesitaba sentir una conexión con lo siguiente. Y creo que el juego tenía eso que no tienen la mayoría de películas».
Steve Schnur, ejecutivo mundial y presidente de música de Electronic Arts, es así de contundente acerca de la música de composición propia: «Nos involucramos desde el principio, desde el tono del proyecto. Y así decidimos qué tipos de orquestación encajará mejor para transmitir la visión del director creativo. Elije el compositor adecuado y todo empezará a encajar. Actualmente tenemos a compositores trabajando a tiempo completo en juegos que saldrán en dos o tres años». La compañía publica la música original y la licencia para terceros. «Cada banda sonora está seleccionada para enriquecer un juego, pero también para existir culturalmente fuera del juego. Cuando se trata de nuestras partituras originales, están en el mismo nivel creativo y usan los mismos compositores que los éxitos más taquilleros de Hollywood». Los títulos del estudio han conseguido algo inaudito: ser prescriptores de éxitos más allá de la radiofórmula. Las canciones que utilizan en los menús o en los tiempos de carga de pantallas, se convierten en tendencia con matemática seguridad: «Las bandas sonoras de EA han logrado lo que la radio nunca consiguió y lo que MTV ya no puede lograr: establecer la cultura de los videojuegos como el principal destino mundial para descubrir música». Schnur puede decirlo, porque trabajó en la MTV y en la discográfica Elektra.
Pero no se trata solo de cantidad, sino de calidad. Ahí está por ejemplo la banda sonora de «Battlefield 2042» compuesta por Hildur Guðnadóttir y Sam Slater, una partitura industrial y orquestal firmada por la chelista islandesa, ganadora de un Globo de Oro y un Oscar por la banda sonora de «Joker». O la de «Skyrim», firmada por Jeremy Soule (con 260 millones de reproducciones en Spotify), o la de «Silent Hill 2» (2001), de Akira Yamaoka. Y es que los videojuegos permiten a los músicos hacer cosas que de otro modo no podrían: piezas de una hora y cuarto, delicadas como la de Yamaoka o épicas como las de Nobuo Uematsu para «Final Fantasy» y Yoko Shimomura para «Kingdom Hearts». Los compositores japoneses merecen un capítulo aparte. Además de los citados, destacan Keiichi Okabe («NieR:Automata», 2017), Michiru Yamane («Castlevania. Symphony Of The Night», 2020), Yasunori Mitsuda («Chrono Trigger», 2009), Koji Kondo («Zelda») y Motoi Sakuraba («Dark Souls» y «Elden Ring»). Muchas de estas composiciones forman parte del repertorio de una orquesta sinfónica que solo interpreta piezas de videojuegos. Quién sabe cómo será el futuro.
Es uno de los compositores más reconocidos de la historia. Kōji Kondō es el autor de la música de la saga «Zelda», «Skyward Sword», pero, sobre todo, de la gran historia de Super Mario, quizá el videojuego que lo cambió todo y en cuya entrega «Super Mario Galaxy» Kondo llevó la banda sonora a categoría superlativa. Sin embargo, las melodías de la primera entrega del fontanero y su hermano Luigi siguen siendo clásicos inmortales que plantean una gran pregunta: ¿cómo es posible que, escuchadas un millón de veces sigan sin molestar? Ese ritmo de calipso, ese pizzicato, ese estilo jazzero robotizado (se dice que robó la idea de un tema de jazz fusión japonés) ha sido incluida este año en el registro nacional de grabaciones de la Biblioteca del Congreso estadounidense, junto a Dylan, Sinatra y los Beatles.