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Pasión ordinaria

larazon

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Naturalmente, en cierto modo ya le habíamos dicho adiós hacía tiempo. Es frecuente en muchos de esos pájaros altivos y temerarios de los años sesenta, caracterizados por vidas civiles borrascosas. En Cocker, sobre todo, desde sus tempranas crisis con el alcohol. Pero, como tantas veces sucede en la vida (siempre malito, nunca muriéndose), ha durado finalmente más que muchos de sus contemporáneos. Además, sus crisis solían servirle para despejar su atmósfera personal y sorprendía con retornos bien medidos y fundamentados. Ahora, con vida y obra clausurada, llega la hora del balance.
Vaya por delante que, en música popular o clásica, hay dos clases básicas de artistas: los constructores y los ejecutantes. Los primeros componen, imaginan, construyen melodías, letras, secuencias. Los segundos las ejecutan en público. En ambos casos hay creatividad, porque se necesita crear bastante para conseguir una buena interpretación. En ese aspecto, Joe Cocker fue imbatible. Cogía piezas ajenas y las retorcía, las volvía del revés como un calcetín hasta tornarlas irreconocibles, siempre según sus propias capacidades vocales. Lo demostró en su versión de «With a Little Help Of My Friends» de The Beatles. La biología le había distinguido con una voz singular: rasposa, grave, plena de pulmón. De tacto acre al oído, parecido al de la gasolina para el olfato. Y, como la gasolina, altamente inflamable.
Esas características se mezclaron con la cerilla de los ideales jipis y la ignición fue tan tremenda que marcó toda su carrera. Durante los sesenta, se dio una escuela de intérpretes que ponían la exploración de la pasión por encima de todo. Todo valía, incluso las sustancias estupefacientes, para exacerbar esas pasiones e intentar sacarles rendimiento artístico. Durante unos años, por modo de interpretación y modo de vida sin límites, Janis Joplin y Joe Cocker fueron los representantes más conspicuos de esa escuela. Decía Vladimir Nabokov que la poesía no era otra cosa que los misterios de lo irracional en tanto que percibidos a través de palabras racionales. Para ambos intérpretes, nadie se había acercado de manera más primigenia y salvaje a esos misterios que los pasionales cantantes negros del blues. De tal manera, se pusieron a perseguir esos misterios de la pasión, transmitiendo con su tendencia al cataclismo la idea de que no les asustaba dejarse vida y salud en ello. Cayeron muy cerca del estereotipo de artista romántico que sacrifica su biografía al ideal. De haber sido jóvenes en una década más ignifuga, quizá las cosas hubieran sido diferentes. O no. Ahí está la posterior Amy Winehouse para hacernos dudar entre temperamento o ambiente.
Joplin murió joven y Cocker resistió. Cuando volvió al primer plano de la actualidad lo hizo con temas como «Unchain My Heart», donde se hallaban sus mejores virtudes ordenadas con pasión y humildad. Pasión y humildad: las mejores cualidades de un artista. Sobre todo para aquel que ya ha adquirido la técnica de rutina. Felicitémonos de que las retuviera después de brillar, pero antes de que su fulgor se apagara.