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Música

Radiohead en Madrid: en la noche oscura del alma

La banda británica arrolla en su primera noche en la capital tras 22 años de ausencia

Las pantallas delante del grupo Radiohead La Razón

Habían pasado siete años desde el último concierto de Radiohead, el 1 de agosto de 2018. El inesperado regreso de la banda británica era, pues, una de esas noticias que alimentan el negocio del directo, que generan la expectación que suben los guarismos y que busca el mercado. El anuncio llegaba como mandan los cánones: generando ruido, con cinco «residencias» de cuatro noches en distintas ciudades europeas. Ya se sabe: las veladas donde todo el mundo quiere estar para hacerse la foto encarecen los precios. Y, para colmo, quiso la suerte o la geografía que la primera de las citas fuese en Madrid (4, 5, 7 y 8 de noviembre), ciudad en la que no actuaban desde hacía 22 años. ¿El resultado? Por supuesto, entradas agotadísimas y muy codiciadas que a los pocos minutos aparecían misteriosamente en los portales de reventa a precios estratosféricos. Una pequeña fiebre también para algo más de 60.000 personas, los asistentes a esta parada del tour, quienes, según la tecnológica Mabrian, forman parte de un enorme negocio subsidiario de hasta 2,3 millones de euros en apenas cuatro días. En este contexto levantaban el telón.

La noche se presentaba, eso sí, ceremoniosa: apertura de puertas a las 18:00, luces apagadas a las 19:30 y, en la penumbra los fans esperarían hasta las 20:30 horas para ver al quinteto (sexteto anoche), que no estaba precedido de teloneros. Una hora de reflexión, de introspección quizá, pero las luces al final no se fundieron a negro. No hubo, en efecto, ni actuación de entremeses ni vídeos de pasatiempos. Así son las cosas con el grupo de Thom Yorke: les llaman deprimentes, les acusan de intensos, pero sus discos son sistemáticamente elegidos entre lo mejor de las décadas por la prensa especializada y sus legiones (se ve) de críticos «hípsters». Seguramente sus vibraciones y sus angustias no sean para todos, pero a quienes les llegan, les atraviesan.

En el centro de la pista del Movistar Arena, un escenario circular maximizaba las posibilidades de aforo. Tres cuartas partes de los asistentes estaban ya dentro del pabellón media hora antes del espectáculo. La fanaticada escuchaba una electrónica oscura mientras se emitían las instrucciones de seguridad con una voz robótica. Y entonces, se apagaron los focos y miles contuvieron el aliento para sumergirse en el mundo distópico y doliente de Thom Yorke, en su noche oscura del alma. Arrancaron desde detrás de un cortinaje de pantallas, como encerrados o escondidos, proyectando sólo una imagen espectral de sí mismos duplicados por un vídeo en directo. Eso para los que dicen de mirar la vida a través de la cámara del teléfono. Y funcionó: nunca se han visto tan pocas pantallas iluminando las caras de los espectadores: el público estaba absorto, desconcertado ante el trampantojo. En la completa oscuridad de nuestra alma.

Así fueron cayendo "Ley Down", "2 + 2 = 5", "Sit Down, Stand Up"... hasta que, en medio de una hipnótica interpretación instrumental se levantaron algunas pantallas formando un templo sonoro desde el que lanzar sus hechizos y sus letanías, también los primeros momentos de éxtasis de Yorke, girando como un derviche. Siguieron "Lucky", "The Gloaming", "Myxomatosis" y, para goce general, “No surprises”. Las cadencias misteriosas, la intensidad dramática, el ojo caído de Yorke que todo lo ve.

No es que las canciones de Radiohead puedan presumir de una increíble variedad de colores, como bien dicen sus críticos, más bien se mueven en un avance magmático que arrastra al oyente hacia un terreno cercano al trance y a la enajenación en los largos y brutales desarrollos instrumentales. Como una falange romana en defensa escipiona, los británicos se armaron en el centro del escenario lanzando una tras otra sus andanadas cargadas de graves retumbantes y distorsiones que rascan el córtex. Y entonces llega de repente la paz, el delicado arranque de piano de “Daydreaming” y flotamos en un mar de neuronas en calma.

Yorke y los suyos dominan el rock y la electrónica y esperan agazapados para emboscar al intruso en cualquier momento. Funcionan como un comando dispuesto a sacarte una sonrisa triste, de decirte las cosas que tomas como normales pero lo deberían serlo. ¿Cómo de jodido estará un mundo que tiene plantas de plástico? ¿Cuántas ganas tenemos de prenderle fuego a nuestra oficina como si viviéramos en una novela de Chuck Palahniuk? ¿Vamos a seguir pensando que ser un tullido emocional es algo normal? ¿Ver caras de bótox y ácido hialurónico solo me asusta a mí? Esas son algunas de las preguntas que pueden joderte la noche o pueden hacerte despertar."Subterranean Homesick Alien", "Paranoid Android", "How to dissapear completely" y "There There" allanaban el camino. Porque quien sabe cantarle a la desesperación controla el mundo. Quien puede hacerte sonreír temblando por dentro te ha tocado el tuétano. Y quedaba "Karma Police"