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Música

Sophie Auster, cantar a la pérdida

La compositora, hija de Siri Husvedt y Paul Auster participa en un homenaje a su padre celebrado en Madrid y presenta de gira por España su inminente nuevo trabajo, en el que aborda su pérdida con una canción

La cantante y compositora Sophie Auster
La cantante y compositora Sophie AusterSpencer Ostrander

Cuando recibió las peores noticias, Sophie Auster se sentó a componer. El diagnóstico era demoledor: su padre, el escritor Paul Auster, padecía un cáncer con metástasis. Era el momento de luchar, no de ceder a los peores augurios, pero también de tratar de comprender, de enfrentarse a lo que era inevitable. El escritor falleció un año y medio después, casi el tiempo que Sophie, autora de tres discos, tardó en escribirle una canción. «Empecé el día del diagnóstico y tengo que confesar la verdad: fue un proceso horrible. Para mí es la primera experiencia de una pérdida de esa magnitud, pero aprendí que no puedes ir siempre cargando con esa presencia –o esa ausencia– a riesgo de volverte loco. Necesitas amputar ciertos pensamientos y recuerdos», dice Auster sobre un tema, «Blue Team», que forma parte de su inminente nuevo disco, «Milk For Ulcers» que será adelantado en los cuatro conciertos que tiene previstos en su gira por España, que la lleva ahora a Lugo (31 de octubre), Madrid (1 de noviembre), Castellón (3) y Barcelona (6).

«Escribir aquella canción fue horrible y cantarla es igual de duro. Cuando la estaba concibiendo sentí una enorme presión porque la enfermedad estaba avanzando en mi padre. Cuando al fin la terminé, los médicos dijeron que le quedaban seis meses de vida. Pudo escuchar el disco entero, pero vivió solo siete días más», dice Auster sobre un proceso que condensa una despedida. «Él pudo escuchar todo el disco y me dijo que le encantó. No creas que lo decía alegremente, mis padres eran bastante duros –sonríe, por fin, Sophie–, ambos lo eran. Nunca pensaron que yo fuera un genio solo por ser su hija. Siempre se mostraban críticos conmigo. Recuerdo que escribí un poema en la universidad y se lo enseñé a mi madre y ella estaba en la cocina cortando algo, no sé, una zanahoria o removiendo algo en una cacerola y lo miró así, y dijo: ‘‘oh, no’’, (pausa) ‘‘no, esto no está bien”. “Yo lo empezaría de nuevo”, me dijo torciendo el gesto cada vez más. Y luego fui a mi padre: “mmmhhh no”, pero con un gruñido como más ronco. ‘‘No, no me gusta’’. Y yo pensaba que estaba bien, pero luego me di cuenta de que tenían razón, que era absolutamente terrible», recuerda Auster, hija también de la escritora Siri Husvedt, ambos premios Príncipe de Asturias, y con la que ayer participó en un acto de homenaje al escritor en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. «Con las canciones me sucede constantemente. Escribo algunas que son una mierda y es fundamental tener a alguien que te diga que lo son. Otras veces, mira, tú estás convencida de que son buenas y te da igual lo que opine la gente de ellas. Pero ellos siempre fueron honestos conmigo y sé que mi padre dijo de verdad que aquella canción que le escribí le gustaba, que no era un falso cumplido. Y es lo que más feliz me hace», dice en la cafetería de un hotel madrileño. Auster asistió al declive de su padre, una experiencia universal que deja una huella imborrable. ¿Cómo se enfrentó a ella el escritor? «Sin ponerme demasiado emotiva –dice con los ojos brillantes–, como un maldito (sic) santo. Nunca he visto a nadie aguantar esta situación con más elegancia, humor y serenidad. Una actitud a la que me gustaría aspirar».

La obra de ambos escritores ha sido especialmente celebrada en nuestro país, del que todos se declaran admiradores. «Nuestra familia colectivamente ama España. Creo que la cuestión que marca la diferencia es la apertura emocional, la predisposición que tenéis aquí a hablar de los sentimientos en lugar de ocultarlos. Creo que eso es lo que permitía a mi padre y su obra conectar tanto con los lectores de este país, porque toda su obra está hecha de sentimientos, especialmente su último libro. Hay algo cultural que encaja con vosotros».

La compositora, criada en una casa rebosante de literatura, guarda un primer recuerdo musical de infancia: «Smile», de Charlie Chaplin fue probablemente su primera experiencia musical. «Mi padre me puso sus películas desde que era muy pequeña y me marcaron mucho». Sophie se dedicó a la actuación –«Lulu on The Bridge» y más recientemente «Mozart in The Jungle» para televisión–, pero mantiene algo aparcada esa carrera por el momento: «Es un buen campamento de verano en el que todo se vuelve muy intenso, y la gente se involucra mucho, pero claro, está muy lejos de tu control. Viajas en una gran caravana de voluntades, y bueno, respondes a lo que otra persona piensa que tú representas y que realmente no eres. Además, a mí me gusta mucho tener el control».

El primer aplauso

La vocación musical de Sophie fue temprana, pero llegó inesperadamente: «Mis padres pensaban que quería ser pintora o ilustradora. Era muy pequeña, pero era bastante buena, la verdad. Me encantaba. Sin embargo, otra experiencia me formó. Un día, en el coro donde participaba, la directora me pidió que saliera a interpretar delante de la clase y yo estaba aterrorizada. Pero me dijo, cierra los ojos, sonríe, tranquila. Y canté. En ese momento, me nombró solista, me dijo que era muy buena, que tenía talento, y yo no me lo podía creer. Me dio clases de música, me hizo sentir especial, no sé, sentí que era buena en algo. Y bueno, el aplauso de mis compañeros ese día... es la cosa más terrorífica y más satisfactoria que le puede pasar a una niña pequeña. Así que decidí lo que iba a hacer el resto de mi vida en ese momento. Ella me recomendó estudios, fui a programas, a actuar en el entorno de Nueva York, y así empezó todo». Después, Auster se educó en el jazz, lo que le causa no pocos problemas cuando escribe canciones pop hoy en día: «Una de las cosas que más trabajo me cuestan es la sencillez. ¡De niña tenía el disco de Shania Twain! Es decir, que me gusta el pop, y me van más los temas que elevan el espíritu que los que son lentitos y hacen que la gente se duerma. Pero me cuesta hacer las canciones simples y sencillas por mi formación en el jazz».

En el proceso de este disco, Sophie culminó otra etapa vital, la de la maternidad, que, unida a la pérdida, constituye la mezcla infalible hacia la madurez. «Antes de la enfermedad de mi padre... mira, yo soy una mujer en la treintena, ¿vale? ¡Pero me sentía como una adolescente! Era la niña de mis padres. Y esa es una pérdida, ya no eres una niña. Las cosas reales de la vida, sucediendo. ¿Cuándo ha pasado esto? Ahora soy responsable de este mocoso adorable. Uy, ¿se está ahogando? Aaaaahhhh», ríe Auster por fin, de nuevo.