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Tamino, la voz que vino del Nilo

El belga de origen egipcio presenta en Madrid el disco «Amir», que le ha valido comparaciones con un Jeff Buckley a lo árabe.
larazon

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El belga de origen egipcio presenta en Madrid el disco «Amir», que le ha valido comparaciones con un Jeff Buckley a lo árabe.
Se trata de una de las sensaciones musicales del año en Bélgica y ya en Europa. Tamino es un joven compositor de 21 años de origen egipcio y libanés que ha dado forma a un álbum de debut, «Amir», tan intenso y emocional que le ha valido comparaciones con Jeff Buckley y Leonard Cohen. Pero Tamino-Amir Moharam Fouad (Amberes, 1996) se revuelve contra las simplificaciones: «Me siento muy halagado, pero no me gusta el modo en que los medios lo plantean. Odio que digan que soy un ''nuevo Leonard Cohen'' porque de esa manera están insultando a dos artistas a la vez. A uno, porque reduces su herencia musical de décadas a un chico que simplemente acaba de empezar, y al joven, porque tiene mucho camino por recorrer y de forma inmediata la gente espera las mejores canciones de Cohen. Hay maneras más sanas de plantearse la música», explica. El belga presenta su trabajo en Madrid mañana.
Las raíces de tus padres
La carrera de Amir pasó literalmente de actuar en cafés al festival más grande de Bélgica. Fue con su primer EP, que corrió como la pólvora. «Pero yo sabía que lo importante era publicar un disco, contar mi historia, eso es lo que me daría una voz consistente», explica. Y la historia de Tamino es la de un chico que, como los hijos de todo inmigrante, no termina de sentirse en casa en ninguna parte. «En Bélgica estoy muy integrado, por supuesto, y es donde me he criado. Pero ya sabes, siempre hay algo ahí que te lleva a buscar en las raíces de tus padres». Sus progenitores se separaron cuando él apenas tenía tres años, pero ambos le iban enseñando su cultura de origen. «Todo eso estaba dentro de mí, aunque lo aparté unos años mientras estaba en el instituto. Odiaba el instituto, claro, como toda persona sana. Fue después, cuando me puse a escribir canciones y a buscar dentro lo que me vibraba, cuando me di cuenta de mi herencia y la volví a sacar fuera».
Tamino no habla árabe, pero su padre se refiere a él como «Habibi» («cariño») y esa palabra terminó en el disco. Su segundo nombre, Amir, significa príncipe, y fue el título elegido para el álbum por una suma de razones. «Todo el disco tiene que ver conmigo. Y los príncipes nacen, no se eligen. Creo que la música está en mi de nacimiento, no es algo que pudiera decidir. Así que de alguna manera siento que no he tenido opción, es lo que tenía que ser. Y hay otro ángulo que me gusta, que un príncipe es generalmente joven, tiene mucho que aprender, como yo». De linaje le viene a Tamino, porque su abuelo, Moharam Fouad, es un actor y cantante egipcio famoso en el mundo árabe. «En el disco incluso metí algunas canciones suyas que tenía en una cinta cassette. Aparecen deformadas y son irreconocibles, pero quería que estuvieran materialmente. Son parte de mi historia». Su redescubrimiento de la música árabe fue tardío y por eso en este trabajo se articula sobre un engranaje de pop electrónico y atmosférico. «Hasta cierto punto, siento que me sucedió como cuando Nick Cave volvió a la Biblia para hacer sus mejores discos y se acordó de cuando él era un niño en el coro de una iglesia y llevó sus recuerdos a otro nivel. Después ya ha llegado un estudio más consciente de la música arábica y en ese proceso me di cuenta de que no me costaba avanzar, que de alguna manera sentía: ''Estoy en casa''. Estudiando la música en Líbano y en Egipto sentí una conexión».