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«Norma» en la Maestranza: Dicotomía y concordancia

La ópera se desarrolla, según Bellini y su libretista, durante la llamada Guerra de las Galias. Trasladar todo ello a la época del Risorgimento italiano establece una disociación entre lo que se escucha y lo que se ve
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Trasladar el desarrollo de la óperaTeatro de la Maestranza
La Razón
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Nicola Berloffa es un estupendo hombre de teatro. Conoce los resortes escénicos, sabe mover a los personajes y figurantes, es sensible para el manejo de las luces, crea clima y narra con claridad de ideas. Todo ello se pudo apreciar en estas representaciones de la ópera de Bellini. Es indiscutible. No lo es, sin embargo, que saque de contexto la historia que se cuenta en esta ópera romántica y la sitúe en una época muy posterior, de tal manera que se establece una falta de correspondencia. Lo que vemos y escuchamos no casa en absoluto con el meollo, la miga y los postulados de la obra original, que es bastante más que el típico trío amoroso.
La ópera se desarrolla, según Bellini y su libretista Romani durante la llamada Guerra de las Galias en la época de Julio César. De ahí las características de la narración operística, sus acotaciones históricas, la entidad y definición de los personajes, las costumbres, acogidas a un paganismo rampante. Trasladar todo ello a la época del Risorgimento italiano, durante las luchas entre lombardos y austriacos, establece una disociación entre lo que se escucha –música y libreto– y lo que se ve.
El canto a la luna, las andanzas del procónsul Pollione, las relaciones con las dos sacerdotisas de Irminsul, se difuminan y no tienen sentido. Se describe una guerra, no entre druidas y romanos, sino, diecinueve siglos después, entre lombardos y austriacos. En la producción de Barloffa los dominados son los dominadores en el texto de Romani y la música de Bellini. Nada casa con nada. A partir de ahí todo puede valer: el cadáver movedizo de un lombardo, los bailes de salón, los atuendos, las propias relaciones entre los personajes. Un final contrario al tan bello y romántico que la música de Bellini enaltece, dominado por un esplendoroso Sol mayor, que acoge a Norma y Pollione, por último reconciliados y aceptadores del sacrificio en la pira. En esta producción los amantes son ajusticiados por la multitud. El encanto se desvanece.
Otra cosa fue en esta oportunidad la parte musical, más que loable. Sobre todo si hablamos de la dirección de Ybes Abel, un músico conocedor como pocos de este repertorio, Un profesional con buen oído que sabe ajustar, planificar, equilibrar voces y timbres, manejar con sabiduría un ajustado rubato y establecer un legato de libro, de tal forma que todo fluye, todo encaja y todo suena. No hay generalmente borrosidades ni confusionismos y se deja ancho campo a las voces. Un planteamiento que respetó, como es lógico, el joven Pedro Bartolomé, que dirigió la función del día 17. Su dirección fue menos sutil y flexible, menos elegante, pero no perdió la línea y acompañó con pericia.
Dos sopranos líricas defendieron la parte de la sacerdotisa protagonista. Yolanda Auyanet, que había ya participado en esta producción de los Teatros Municipal de Piacenza y Comunale de Modena, se las sabe todas, aunque su voz sea la de una lírica pura, no la de una «spinto» o dramática. Pero controla perfectamente la línea, clarifica la coloratura y accede al agudo y sobreagudo generalmente con desahogo. Por su parte Berna Perles, en proceso de redondear la emisión de ciertas notas graves, mostró su timbre aterciopelado, su efusivo fraseo y su atractivo vibrato «stretto».
De los dos Pollione, ninguno con la voz de «spinto» que pide el personaje, mejor Demuro, un lírico con ecos de lírico-ligero, entonado y valiente, fácil en el agudo y resuelto como actor. Aunque Dahdah, mucho más joven, posee un timbre más rico, pastoso y seductor. Ha de trabajar la segunda octava, que no prospera en una emisión bastante estrangulada. Muy bien las dos Adalgisas. Lupinacci es homogénea, penumbrosa y rotunda, con un vibrato no siempre controlado. Niño, de espectro más meloso y alguna estrechez en la zona aguda, demostró que tiene categoría para aparecer con mayor asiduidad en los mejores teatros.
En Oroveso, Amoretti mantuvo su contundencia habitual de bajo cantante, con sombrío metal y pétrea resonancia, con un vibrato ahora más evidente. De menor amplitud, López Navarro puso en evidencia un timbre bien sombreado y una apreciable igualdad emisora. Bien Pintó como experta Clotilde y a seguir Néstor Galván, un tenor de voz bien puesta aunque en proceso de crecimiento, que incorporó a Flavio. El Coro reveló su magnífica forma, lo que indica la buena mano de Íñigo Sampil, y la Orquesta mostró sus mejores galas en esta ocasión. Gran y sonoro éxito.