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Arte

El Prado muestra las imágenes del antijudaísmo en la España medieval

La exposición «El espejo perdido» reúne grandes obras maestras del periodo para contar la relación entre cristianos, judíos y conversos, y enseñar a través del arte cómo creció el antisemitismo en nuestro país

El Museo del Prado mira "sin prejuicios" a la época de "intolerancia" entre judíos y cristianos en la Edad Media
Obras religiosas encargadas por conversos para mostrar que su fe en la religión de Cristo era auténtica Europa Press

Benedetto Croce comentaba que «no hay historia, solo historia contemporánea». Y, sin duda, el antisemitismo forma parte de esta historia que nunca termina formando parte del pasado. El odio a los judíos es una ascua que prende con suma facilidad y que también se propaga con demasiada sencillez. El escritor Philip Roth, en «La conjura contra América», aseguraba que «es tan embriagador como una bebida» y a la luz de los hechos, desde los más distantes hasta hoy, razón no le faltaba.

Con «El espejo perdido», comisariada por Joan Molina y realizada en colaboración con el Museo Nacional de Arte de Cataluña, el Museo del Prado da pie a una exposición de calado y cariz diferente a las que venía proponiendo hasta ahora. En lugar de centrarse en un pintor, corriente, movimiento o temática, lo hace en la imagen en sí misma y, de manera particular, en cómo la imagen se ha utilizado con fines propagandísticos para denigrar a los judíos y vituperarlos. La muestra, que ha llamado la atención internacional, reúne más de setenta obras de enorme relieve y es todo un manifiesto de cómo la belleza artística puede ir emparejada en una obra creada con los más viles propósitos.

Enmarcaba entre el año 1285 y 1492, y con obras de sobresaliente factura de figuras del arte español como Pedro Berruguete, Bartolomé Bermejo, Gil de Siloé o Fernando Gallego, el recorrido es un oportuno retrato de la cuestión religiosa española durante esos siglos y las distintas corrientes, opciones y agitaciones presentes en esa sociedad. Pero, de manera especial, ayuda a comprender un asunto de extrema relevancia: cómo se pasó del antijudaísmo al antisemitismo. Un cambio de paradigma que resulta de sustancial importancia para comprender la irrupción de la inquisición en un país que buscaba la unidad a través de la uniformidad religiosa. De la culpabilidad de un colectivo por motivos religiosos se pasaba a señalarlos por pertenecer una raza. De ser uno de los creyentes de la Torá a llevar la culpa en la sangre. Un argumento que, tristemente, se retomaría en el siglo XX con los peores resultados imaginables.

El discurso visual arranca de la relativa convivencia entre estos dos credos. Una atmósfera de intercambios culturales que está muy bien representada a través de las tres «hagadás» iluminadas que se exhiben. Hechos en pergamino, estos libros de culto judío, tienen un enorme relieve simbólico porque están realizados por artistas cristianos. El envés de esta colaboración estaría la ilustración titulada «Profanación de un crucifijo por los judíos sacrílegos de Toledo» que aparece en las «Cantigas de Santa María», otra pieza remarcable y presente en la muestra, o, también, en una pareja de caricaturas que se han encontrado en los «libri Iudeorum». Unas distorsiones faciales, que, se supone eran un reflejo de la deformación espiritual. Unos dibujos que, a pesar de la distancia del tiempo, nos resultan bastante conocidas a todos (aunque no por eso dejan de impresionar) y que comparten una agraviante familiaridad con las que, centurias después, emplearía la propaganda nazi.

Conversos: el gran problema

A través de predelas, frontales y tablas, los pintores de esta época se esfuerzan en dar una imagen negativa de este colectivo. Las pinturas ofrecen un retrato de él como personas irrespetuosas que profanan la sagrada forma (que siempre se dibuja sangrando), al tiempo que se exaltan las virtudes del cristianismo. Un apartado especial es el dedicado a los conversos. En realidad, la cuestión judía en España es la cuestión de los conversos. En ese tiempo, de tantas identidades y alteridades, nació una corriente que aseguraba que una persona proveniente de la fe semita jamás podía abrazar con sinceridad el credo de San Pablo.

Para ellos, los conversos eran criptojudíos, una especie de quintacolumnistas que desde el seno del cristianismo seguirían practicando su culto y a la vez pervertiría a quien estuviera alrededor. Los conversos, para demostrar que su cambio era real encargaron infinidad de obras cristológicas (no de santos) para probar la autenticidad de sus sentimientos. Pero, como suele suceder en tantas ocasiones (para evitar usar la palabra «siempre»), quien ganó fue el lado negativo. Se harían populares los sambenitos (se ven en la exposición) y más tarde irrumpiría el brazo secular de la Iglesia, la Santa Inquisición. Varias obras la retratan. Pero no como castigo, sino como exaltación de su actividad para salvar almas.