Quemar un Corán será delito en Dinamarca: pena para la blasfemia y menos libertad de expresión
¿El miedo comienza a socavar la democracia en plena Europa?
Madrid Creada:
Última actualización:
El Gobierno danés ha presentado un proyecto de ley que restablecería el delito de blasfemia. La medida se adopta tras la ola de quemas del Corán en actos ante las embajadas de países musulmanes y las protestas violentas que eso ha provocado en estos países. El gobierno lo justifica enarbolando la bandera de la seguridad: esto aumenta la amenaza terrorista, y la revista satírica «Charlie Hebdo», que sufrió un atentado terrorista en su sede en el año 2015 en el que perdieron la vida 12 personas, incluido el director y algunos de sus caricaturistas más reconocidos, ha hecho público un llamamiento para alertar del peligro que supondría esta medida.
«Esta decisión es extremadamente grave», alertan, «porque legitima la noción de blasfemia, abre la puerta a todas las formas de censura y va en contra de todo aquello por lo que intelectuales, artistas y líderes políticos han luchado en Europa durante dos siglos». Precisamente el abogado de «Charlie Hebdo» publicaba no hace tanto su libro «El derecho a cagarse en Dios», una versión más extensa de su alegato en el juicio por los atentados. En él se defiende la libertad de expresión como libertad madre, la importancia de poder criticar y blasfemar, y la necesidad de no claudicar ante la amenaza ni el terror. «Yo no tengo hostilidad por ninguna religión», nos decía entonces. «Lo único que quiero es que me dejen en paz, pero toda religión tiene algo de autoritarismo. Y yo no tengo ningunas ganas de que me digan cómo tengo que vivir. He sido el abogado del nuevo ‘Charlie Hebdo’ desde el principio, hace treinta años. Al principio teníamos juicios constantes por denuncias de asociaciones católicas. Los ganábamos todos y se cansaron. Después, con el islam, ya fue más delicado. Los mismos que celebraban nuestra libertad para satirizar con el catolicismo nos acusaban ahora de atacar a los más débiles, a los marginados. Por eso rechazo la palabra “islamofobia”: es una palabra inventada para blindar a una religión y censurar toda crítica». Y esta ley ahora, en el seno de la Unión Europea, vendría a contribuir a que el terror y la amenaza, el miedo en definitiva, comience a socavar nuestras libertades. Así lo expresan desde «Charlie Hebdo» en su llamamiento: «En una democracia, el único poder legítimo es el del pueblo. En una democracia, todas las formas de poder pueden ser cuestionadas y ridiculizadas. Con esta ley, el gobierno danés acepta compartir su legitimidad con Dios y sus autoproclamados representantes. Con esta ley se cuestionan los fundamentos mismos de nuestras democracias modernas».
Mientras tanto, en nuestro país, dos editores de la revista «Mongolia» están imputados por un delito de ofensas a los sentimientos religiosos por su portada del pasado diciembre.
Edu Galán, cocreador de la revista satírica y escritor, autor de los libros «El síndrome Woody Allen» y «La máscara moral», comentaba, con motivo de la querella interpuesta hace tres años por el diestro Ortega Cano, que «desde los inicios de ’Mongolia’ veo un retroceso en las libertades de expresión y creación, especialmente en diversas corrientes de la izquierda. Todo se convierte en odio, en “-fobo”, con tal de no debatir. Todo son sentimientos y la exigencia de que los poderes públicos callen a los ’’odiosos’’». También Richard Malka percibía “un cierto desencanto con la libertad de expresión, sobre todo en las generaciones jóvenes” y le llamaba la atención que esto hubiese ocurrido en “muy pocos años y con una gran responsabilidad de las universidades. Consideran que nuestra libertad de expresión es un valor que dificulta el avance de posturas que se consideran progresistas, cuando, en realidad, es el único antídoto contra el avance de los totalitarismos. La libertad de expresión de uno mismo obliga a aguantar la de los demás, esto es parte del trato. Aunque en algún momento pueda molestarte u ofenderte lo expresado. Pero es fundamental respetarlo. Por eso es tan importante , precisamente, cuidar a los irrespetuosos. Porque es justo ahí donde hay que defender la libertad de expresión, donde se ponen a prueba nuestras convicciones. Y claro que no es un derecho ilimitado, por supuesto. La libertad de expresión tiene límites. Pero estos deben ser siempre útiles y los menos posibles».
No parece opinar así el viceprimer ministro danés, Jakob Ellemann-Jensen, que afirmaba que «quemar, dañar o destruir los textos sagrados sólo sirve para provocar por provocar. Esos hechos han puesto a Dinamarca en una situación difícil en el extranjero y el gobierno no se pueden quedar de brazos cruzados. Los libros no están para quemarse, sino para leerse».
El ministro de exteriores, Lars Looke Rasmussen, defendía que Dinamarca es vista «en gran parte del mundo como un país donde se apoya el insulto y la denigración de otros países y religiones» y se complacía de que «tengamos sobre la mesa una propuesta que permite poner fin a este tipo de insultos y denigraciones». Esta propuesta, en realidad, no es más que la derogación de facto de un hecho histórico: cuando en 1791, en Francia, los revolucionarios suprimen el delito de blasfemia del Código Penal. “Los revolucionarios son los hijos de los enciclopedistas y saben bien la deuda que tienen con ellos», escribe Malka en su libro. «De modo que, cuando en 1789 proclaman la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, sacralizan la libertad de expresión y, por primera vez en la historia de la humanidad, declaran que se trata de una libertad fundamental con una magnífica fórmula, la de Mirabeau, reservada a esta única libertad: «Uno de los derechos más preciados del hombre. Saben que es la libertad madre y que sin ella ninguna otra puede existir».
Ahora, los que se llaman a sí mismos progresistas, están a punto de acabar con eso. De dar un paso atrás y estrechar nuestra libertad de expresión, de sacrificarla en nombre de la seguridad, en un acto de irresponsabilidad y cobardía que, en lugar de protegernos, nos deja a los pies de los caballos.
En su alegato durante el juicio por el atentado en el que sus amigos y compañeros perdieron la vida, Richard Malka sentenciaba: «Lo nuestro es reír, dibujar, disfrutar de nuestras libertades, vivir con la cabeza muy alta frente a los fanáticos que querrían imponernos su mundo de neurosis y frustraciones, en coproducción con universitarios cebados de comunitarismo anglosajón e intelectuales, herederos de aquellos que apoyaron a algunos de los peores dictadores del siglo xx, desde Stalin a Pol Pot. Lo nuestro es pelear, como dijo Riss, director de ‘Charlie Hebdo, para seguir siendo libres. Nosotros y los que nos sucederán. (...) seguir siendo libres implica poder continuar hablando libremente sin ser amenazados de muerte, asesinados por un Kalashnikov o decapitados». Y sin ser demandados y juzgados por ello tampoco, añadiría yo hoy.