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Rafael Tarradas Bultó: «La venganza nace de una lealtad traicionada»
El escritor regresa a las librerías con «La protegida» una historia de mujeres fuertes ambientadas en la Barcelona industrial de 1880
Con «La protegida» (Espasa), Rafael Tarradas Bultó regresa a la novela histórica con una trama de suspense ambientada en la Barcelona industrial de 1880. A través de la mirada de Sara Alcover, una joven diseñadora movida por la venganza y atrapada entre el amor y la justicia, el autor recupera la memoria de las colonias textiles y dibuja un mapa femenino de poder y contradicciones.
La venganza es el motor de «La protegida». ¿Por qué decidió poner este impulso en el centro de la novela?
Porque la venganza, en este caso, es consecuencia de una lealtad traicionada. La protagonista es una persona muy leal, que no entiende por qué le ha sucedido lo que le ha sucedido. La venganza se convierte en una fuerza motriz: ella cree que puede traerle cosas buenas o malas, y debe reflexionar sobre cuál será realmente el precio de dejarse llevar por ese impulso.
Usted procede de una familia textil. ¿Cuánto hay de memoria personal y cuánto de ficción en la colonia Bofarull?
La chispa surge de un tiempo que yo viví y que cambió muy rápido. Pude ver los últimos años de la empresa textil de mi familia. Al preguntar a la gente sobre aquella época, me di cuenta de que ya casi nadie la recordaba bien, y eso me motivó a escribir. Yo quería dejar constancia de lo que viví, rescatar esos recuerdos y, al mismo tiempo, añadir los ingredientes de la ficción para dar forma a la historia.
«Es importante contar lo que nadie recuerda porque rompe ideas preconcebidas y aporta otra visión»
Sara, la protagonista, posee el don del tetracromatismo. ¿Qué simboliza esa mirada especial en la trama?
El tetracromatismo existe: son personas que tienen un tipo de célula más, los conos de visión. Lo que para otros puede parecer un superpoder es, en realidad, un fenómeno biológico. Para Sara, sin embargo, es fundamental, sobre todo porque vive en la época del modernismo, que fue una explosión de color. Ese don simboliza el talento que te viene dado y que puede marcar tu destino. Sara llega a la colonia con un fin –la venganza–, pero pronto descubre que también siente pasión por su profesión y que disfruta de su trabajo. Así debe decidir: ¿vive para vengar o vive para aprovechar su don? Me pareció importante que ese poder estuviera en la mirada. Pregunté a un experto y confirmé que era real, lo que le dio más fuerza narrativa.
Lourdes, Carmen y Sara representan tres formas muy distintas de ejercer el poder femenino. ¿Era ese uno de los grandes retos del libro?
Sí. Sobre todo quería mostrar que no siempre las personas son lo que parecen. Detrás de una sonrisa amable puede haber un pensamiento mezquino, y detrás del miedo, fortaleza. Hay que rascar un poco y descubrir qué motiva a cada uno, cómo la vida los ha convertido en lo que son en ese momento. Lourdes, Carmen y Sara representan tres maneras diferentes de ejercer el poder, tres formas de ser. El lector tendrá que descubrir cuál de ellas resulta más convincente o poderosa.
La Barcelona de 1880 era una ciudad de contrastes: aristocracia y obreros, modernismo y brutalidad fabril. ¿Qué paralelismos encuentra con nuestro presente?
Aquella Barcelona estaba creciendo muy deprisa, pero al mismo tiempo dejaba a mucha gente atrás. La burguesía se estaba enriqueciendo, gracias también a la inmigración que llegaba del campo, mientras que la clase obrera vivía en condiciones muy duras. De un lado estaban el Ensanche y los palacetes de Gracia; del otro, los barrios obreros, que no entendían cómo podía haber alguien tan rico. Hoy Barcelona ya no es así. En general, ahora todo el mundo tiene un sitio y puede aspirar a vivir de la mejor manera posible, aunque siempre existan desigualdades.
Usted ha escrito sobre nazismo, sobre la Guerra Civil, ahora sobre la industrialización catalana... ¿Qué le atrae de moverse por distintos escenarios históricos?
Siempre intento contar historias desde ángulos poco transitados. Incluso cuando escribo sobre temas tan comunes como la Guerra Civil, busco senderos distintos. Por ejemplo, en «El hijo del Reich» me interesaba mostrar que no todos los alemanes fueron nazis. En La protegida he querido rescatar la industrialización catalana, un fenómeno pujante que desapareció casi sin dejar rastro. En su momento llegó a haber decenas de colonias textiles, con cientos de miles de personas trabajando allí, y hoy casi nadie lo recuerda. Creo que es interesante contarlo porque rompe ideas preconcebidas y da otra visión. Es importante escuchar la memoria de la gente para poder ofrecer una perspectiva distinta.
Más allá del suspense, «La protegida» habla de justicia, amor y redención. ¿Qué espera que quede en el lector tras cerrar el libro?
Yo siempre digo que lo primero que busco es que la gente disfrute. Cada lector le da un enfoque distinto, con muchas emociones diferentes. Lo importante es que, al cerrar el libro, sientan que han pasado un buen rato. No creo que la literatura tenga que ser siempre sesuda o transformadora: con que te cambie unas cuantas horas de tu vida, ya me doy por satisfecho. Personalmente, vivo todo esto con mucha alegría, con agradecimiento y con sorpresa. Para mí es un regalo que me han dado la vida y los lectores. Es una montaña rusa que debo aprovechar y valorar. La protegida ha estado muy cerca de agotar su primera edición y todo está yendo muy bien.