La reeducación de Jordan B. Peterson: la obligación de pensar correctamente
El Colegio de Psicólogos de Ontario quiere cancelar al psicólogo a menos que se instruya en el pensamiento correcto y las buenas ideas
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El Colegio de Psicólogos de Ontario (Canadá) amenaza con retirar su licencia para ejercer al psicólogo Jordan B. Peterson, autor del exitoso y polémico ensayo «12 reglas para vivir», por sus manifestaciones públicas tanto en sus redes sociales como en otros medios. Ya en 2016 Peterson alertaba desde sus redes, sin pelos en la lengua, de que la legislación en su país era algo así como un «discurso obligado» en lo referente a los pronombres de género. Y a partir de ahí no ha cambiado demasiado su discurso: ha criticado abiertamente al primer ministro, a concejales y jefes de gabinete, se ha pronunciado contra los ecologistas, contra políticas de género, contra las medidas durante el Covid… En definitiva, contra toda política identitaria y aquello que hemos dado en llamar «movimiento woke». El caso es que ahora, y sin que haya variado sustancialmente su actitud ni sus ideas, el Colegio de Psicólogos de Ontario exige que se someta a un programa de reeducación y que firme una declaración en la que afirme que «es posible que me haya faltado profesionalidad en las declaraciones públicas y durante una aparición en el podcast del 25 de enero de 2022». Creen que sus declaraciones públicas «parecen socavar la confianza del público en la profesión en su conjunto y plantean dudas sobre su capacidad para cumplir con sus responsabilidades como psicólogo». Parecen. Ni siquiera están muy seguros de que eso esté ocurriendo o vaya a suceder. Pero, por si acaso, urge sacar al académico de su error e instruirle en el pensamiento correcto, en las buenas ideas. Por supuesto, Peterson ya ha dado instrucciones a sus abogados para que insten al Colegio de Psicólogos a seguir adelante con el proceso disciplinario anunciado. Mientras tanto, más de 75 reconocidos intelectuales han firmado un manifiesto en el que denuncian esta situación que roza lo inquisitorial y que socava la libertad de expresión y la libertad de cátedra. Steven Pinker (autor de «En defensa de la ilustración»), Jonathan Haidt («La mente de los justos»), Abigail Shrier («Un daño irreversible»), Douglas Murray («La masa enfurecida») o Claire Lehmann (editora de Quillette), entre otras muchas personalidades relevantes, suscriben el texto en el que denuncian que «el Colegio de Psicólogos de Ontario está abusando de su mandato de garantizar la integridad profesional para participar en la vigilancia del pensamiento, el adoctrinamiento ideológico y el discurso forzado, lo cual es inaceptable en una democracia liberal. Denunciamos este comportamiento extremadamente poco ético sin reservas. Le instamos a que abandone su inquisición y salve lo que queda de la posición moral y profesional del Colegio».
¿Estamos ante un nuevo caso de (intento de) cancelación? Lamentablemente sí. Y no tanto por el profesor Jordan B. Peterson, famoso precisamente por presentar batalla en esto de las guerras culturales ante las hordas woke y cuyo estatus le permite estar en posición de resistir el embate, sino por cuanto tiene de aviso para aquellos que pretendan participar de la conversación pública desde un lugar menos cómodo. ¿Quién puede hoy poner en riesgo su trabajo para defender unas ideas? ¿Podemos exigir heroicismos a cualquiera? ¿Podría afrontar la pérdida de su licencia un psicólogo menos célebre y con nulo respaldo del público y de ciertas personalidades relevantes? «Lo interesante de Peterson», explica Alejandro Zaera-Polo, arquitecto y exdecano de la facultad de Arquitectura de Princeton, autor del libro «La universidad de la posverdad», «es que ha sido uno de los académicos pioneros en posicionarse públicamente contra la cultura woke, y ahora vive de ello. Creo que su contribución a formar un movimiento que se manifiesta públicamente contra estas tendencias es muy importante. Estas ideologías, verdaderamente fascistas, han ocupado literalmente las instituciones culturales y académicas y han impuesto una ley del silencio para beneficio de algunos colectivos construidos sobre políticas identitarias que han explotado la culpabilidad del hombre blanco. Peterson ha sido uno de los primeros académicos que han roto esa ley del silencio, aunque quizá se haya convertido ya en una caricatura de sí mismo, porque ahora vive de esa polémica».
«La cruzada contra Peterson», añade el filósofo y articulista Miguel Ángel Quintana Paz, «ha encontrado también en España su granito de arena. Con motivo de la publicación aquí de su libro “12 reglas para la vida”, en 2019, le dedicaron algunos periodistas epítetos como reaccionario, defensor de la desigualdad, darwinista social, gurú de los misóginos, simplista, falaz… Daba igual que fuese uno de los psicólogos con mejor currículo de la universidad canadiense, o que su libro, lejos de ser el espantajo en el que lo habían convertido los delirios persecutorios de sus detractores estuviese más cerca de ser un compendio de consejos que te habría dado alguien con sentido común (y bastante leído) que te aprecie». Así, avanza eso que algunos niegan que suceda, la cultura de la cancelación (hasta en esto del negacionismo hay buenos y malos), y lo del Colegio de Psicólogos de Ontario no es más que una muesca más en el revolver de unas instituciones que deberían ser, precisamente, las que fomenten el diálogo abierto, defiendan la libertad de expresión y alienten el avance del conocimiento. Así, la lista empieza a antojarse inabarcable: La Universidad de Sussex obligó a renunciar a la profesora de filosofía Kathleen Stock por manifestar en voz alta su idea de que la identidad de género no pesa más que el sexo biológico en cuestión de leyes y políticas y que las personas no pueden cambiar su sexo biológico. Princeton despidió al profesor Joshua Katz por «comportamiento sexualmente inadecuado» (una relación consentida con una estudiante) ocurrido hace décadas y por el que ya había sido penalizado, coincidiendo el despido, eso sí, con sus críticas públicas a las políticas raciales de la universidad.
En la Universidad del Portland, el profesor de filosofía Peter Boghossian renunciaba con una carta abierta en la que, entre otras cosas, manifestaba que «a los estudiantes de Portland State no se les enseña a pensar. Más bien, están siendo entrenados para imitar la certeza moral de los ideólogos. El profesorado y los administradores han abdicado de la misión de búsqueda de la verdad de la universidad y, en cambio, fomentan la intolerancia hacia las creencias y opiniones divergentes. Esto ha creado una cultura de ofensa donde los estudiantes ahora tienen miedo de hablar abierta y honestamente». En nuestro país, los profesores José Errasti y Marino Pérez veían suspendida una conferencia sobre transexualidad en la Universidad de las Islas Baleares, en Mallorca, organizada por la Facultad de Psicología, debido a «la imposibilidad de garantizar las condiciones de seguridad» tras las protestas de colectivos trans. En la Universidad Complutense colgaban amenazas hacia estos profesores y hacia Pablo de Lora en páginas arrancadas de los libros escritos por ellos («Nadie nace en un cuerpo equivocado» y «El Laberinto del género»). Precisamente el profesor Pablo de Lora no pudo llevar a cabo su ponencia en 2021 en la Universidad Pompeu Fabra debido a un escrache perpetrado por colectivos trans en connivencia con otros de los ponentes. Y podríamos seguir… «Este caso», apunta el profesor Zaera-Polo, que sufrió él mismo un caso de cancelación, como explica detalladamente en su libro, «representa un salto muy peligroso de las políticas de la cancelación al seno de las propias organizaciones profesionales. El establecimiento de un sistema de “reeducación” ideológica coincide con la supresión de la libertad de expresión que practican sistemáticamente las universidades norteamericanas con las estrategias de DEI (‘‘diversity equality inclusivity’’) que imponen protocolos que atentan contra la libertad académica y de expresión».