Políticas identitarias: la universidad de la posverdad
Alejandro Zaera-Polo conoció en Princeton hasta dónde llega la cultura woke y cómo las políticas de género y raza se imponen a la búsqueda del conocimiento
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Como en las películas de terror, lo que al principio eran pequeñas señales casi imperceptibles acabaron convirtiéndose en toda una fenomenología que dejaba poco margen para la duda: aquí hay un muerto. Las políticas de identidad, el pensamiento grupal y el control ideológico, como poltergeists posmodernos en un ambiente de opresión académica que anticipaban despido, marcan el momento en que Alejandro Zaera-Polo, arquitecto y exdecano de la facultad de Arquitectura de Princeton, decide documentar, analizar y exponer cómo algunas personalidades están alentando y aprovechando todo eso para acaparar poder y beneficiarse de ello.
Lo que empezó siendo la recopilación del material probatorio de una cancelación anunciada ha acabado siendo una denuncia de la corrupción y la mentira imprescindible para entender, a partir del caso concreto de Princeton, cómo el pensamiento woke se ha instalado en la Academia, arremetiendo contra su propia razón de ser: la búsqueda desprejuiciada de la verdad y el avance del conocimiento (el lema de Harvard es «veritas», el de Yale es «Lux et veritas»). «Mi intención inicial no era escribir un libro», explica Zaera-Polo, a propósito de «La Universidad de la posteridad», el libro que edita Deusto y que narra, a modo de «etnografía gonzo», el proceso de una cancelación: la suya. «Yo decidí recopilar toda la documentación y sabía que quería publicarlo, pero no pensé en el formato. Quería documentar y registrar todo el proceso disciplinar que se me aplica, cuando yo ya me esperaba el despido. Sabía que la Academia es un medio que tiene cierta tendencia a la discriminación positiva, a que las razones de género o raza hagan que se privilegie a gente. Eso ya existía en el medio académico americano y por eso no me sorprende comprobar que ocurre. Pero se empieza a intensificar a partir de 2015, se vuelve un disparate. Y no sé exactamente por qué este tipo de actitudes se radicalizan tanto en el medio académico americano y concretamente en Princeton. Es en 2015, por ejemplo, cuando la oficina del presidente de la Universidad es ocupada por activistas negros pidiendo que se retire el nombre de Woodrow Wilson, el que históricamente es el presidente más importante de Princeton, por racista».
Era la crónica de una cancelación anunciada ante la resistencia de Zaera-Polo a permitir injerencias en su libertad académica. «Tras ser decano de la Escuela de Arquitectura de Princeton y continuar con mi labor como profesor, me encuentro con que una reconocida arquitecta americana, Elizabeth Diller, ostenta el cargo de “coordinadora de tesis” y todos los alumnos tenían la obligación de presentarle periódicamente su tesis. Yo llevaba sus trabajos por un camino técnico y científico y luego llegaba la supervisora, imponía lo cultural y político, y destrozaba las tesis. Eso era una atentado contra mi libertad académica porque yo, como profesor titular, tenía todo el derecho a dirigir mis actividades académicas en base a mis creencias y criterios, y sin la interferencia permanente de alguien que tiene una posición en la disciplina completamente opuesta y que, además, se llevaba el crédito final de dirigir esas tesis. Cuando manifiesto mi intención de no aceptar que esta señora interfiriese en las tesis que yo dirigía, elevo esa queja y decido ir hasta las últimas consecuencias, es cuando me abren un proceso disciplinario que acabará en mi despido».
Ninguna verdad
Es entonces cuando se activan todos los resortes para proteger la gran red clientelar que necesita para su supervivencia de la inalterabilidad del medio, de ese pensamiento grupal que sustenta a ese progresismo en el que todo vale en nombre de las identidades. Incluida la mentira. «Es un sistema que se empieza montar a partir de las teorías posestructuralistas que nacen en los años 70 y en las que ya no hay una única verdad. Evidentemente nunca vamos a poseer la verdad enteramente pero podemos intentar aproximarnos. En lo que estamos ahora es en que hay muchas verdades. Si nos hemos cargado la posibilidad de una verdad colectiva no hay manera de demostrarle a nadie que su verdad no lo es. Cuando las universidades llevan literalmente cuarenta años promoviendo esa especie de relativismo en el que no hay verdad, no hay evidencia, no hay ciencia, no hay posibilidad de verificar nada, lo único que se puede hacer en la academia es ver quién tiene la idea más original. Desde la crisis de la modernidad y el inicio del posestructuralismo es lo que se les viene enseñando a los alumnos. Las universidades, y sobre todo los departamentos de humanidades y de estudios culturales (en Princeton, arquitectura se encuentra en la rama de las humanidades), lo que se promueve es la búsqueda de la idea más extravagante, en lugar de intentar entender lo más precisamente posible lo que ocurre y cotejar con evidencias concretas lo que estamos diciendo. Las universidades son las instituciones que han estado tradicionalmente encargadas de la búsqueda de la verdad. Pero ahora, como hay cien mil verdades, cada uno tiene su verdad. Y todo el mundo miente».
La historia de esta cancelación en la academia, de esta guerra cultural, es una que no acaba bien. En la que pierde Alejandro Zaera-Polo, pero en la que ganamos nosotros, al menos, con el relato pormenorizado de cómo actúan esas redes clientelas y los silencios cómplices que las mantienen, tan responsables del resultado final como los que consiguen medrar a su sombra. Un aviso a navegantes que nos permita conocer y, quizá, evitar el avance de la cancelación y las persecuciones identitarias que avanzan en el ámbito de la academia.
Deber moral
¿Pero hay esperanza? ¿Hay algo que realmente podamos hacer al respecto? Zaera-Polo cree que es importante seguir argumentando, defendiendo las ideas y buscando la verdad. «Es un deber moral, hay que desmontar ese sistema. Hablando en lugar de estar callados y dejar que esta gente permanezca. Aunque yo creo que esto se va a acabar. Creo que ya ha llegado al cenit y ahora va a ir hacia abajo. La situación es tan disparatada que tiene que caer por su propio peso. Yo creo que el problema básicamente es esa idea de que las identidades prevalecen sobre los méritos; que da igual lo que hagas, lo importante es lo que eres. Tengo la teoría de que dos cosas que han ocurrido recientemente van a marcar el final de todo este delirio: una es el Covid, que no respeta ninguna identidad. La otra es la guerra de Ucrania. Hay una serie de fenómenos en los que pensar en términos de identidades es absurdo: covid, calentamiento real, destrucción ecológica… No se pueden resolver con base en raza, género. Es una especie de nueva edad media, tanto en términos de nacionalismo como de guerras de raza y género. Se está compartimentado cada vez más en nombre de la inclusividad, se utilizan mecanismos de discriminación positiva para segregar. Más racista que eso es imposible».