Premio Nobel de Literatura

Rencillas personales, polémicas, puñaladas...El Nobel de Literatura se sienta en el "poli-deluxe"

El secretario de la Academia lee el fallo del jurado en la institución sueca
El secretario de la Academia lee el fallo del jurado en la institución suecalarazon

Cualquier familia numerosa (felices, infelices o tolstoianas) tiende a ser una jaula de grillos, aunque la casa solariega sea tan docta como la que nos ocupa. La intrahistoria del Nobel (de todas sus categorías) daría para rellenar varios volúmenes de revistas de cotilleos o nutrir exitosos docu-realities. Puñaladas traperas, nepotismo, tráfico de influencias, plagios, abusos sexuales... Que tire la primera piedra quien esté libre de pecado en la Academia, quien pueda pasar indemne la prueba del polígrafo. A Graham Greene el Nobel se le negó por algo tan humano y extraliterario como que se enrolló con la mujer del secretario de turno. Tampoco gustaba mucho que fuera a misa. De Unamuno dijeron que «estaba demasiado seguro de sí mismo». Un criterio un tanto sui géneris para vedarle un premio a toda su obra. No, mire, es que usted es un sobrado... Países enteros se han enfrentado a su galardonado. En España despedazaron el Nobel de Echegaray, el «viejo idiota», que decía Valle, que incluso años después se negó a una transfusión de sangre venida del dramaturgo: «De ese no quiero sangre, doctor, la tiene llena de gerundios». Faltó poco para que se armara un Motín de Aranjuez. Hace ya tiempo, la Academia sueca «desclasificó» las deliberaciones de los 18 inmortales en el primer medio siglo del galardón. Los motivos de rechazo son a menudo peregrinos. Tolstoi es «ateo e inmoral»; Ibsen pone en peligro la institución familiar con la decisión de Nora en «Casa de muñecas»; Menéndez Pelayo es anti-luterano; Freud está «tan loco como sus pacientes»; y Hemingway, agárrese, está de más porque «el valor económico del premio podría parecer mezquino a los estadounidenses con respecto a su estándar». Muchas veces el jurado se ha movido por rencillas personales. Cosas todas que se intuían pero quedaban tras los muros de la Academia hasta que en 2017, el rey quedó desnudo. El detonante, ya se sabe, fue un marsellés que, como el conde de Montecristo, salió de su ciudad convertido en otra cosa. De fontanero a «personaje cultural», decía ser fotógrafo, dramaturgo y hasta, en virtud de su apellido, familiar del todopoderoso dueño del grupo LVMH. En realidad, solo era esposo de su mujer, ella sí académica del Nobel. Jean-Claude Arnault se lucró de la Academia sueca económica y sexualmente. Acosó y abusó de 18 mujeres, dos de cuyos casos fueron sentenciados como violación. Una de las víctimas aseguró que le obligó a practicarle sexo oral y la forzó mientras dormía. Además, filtró a la Prensa los premios a Harold Pinter y Bob Dylan, ya de por sí controvertido este último. La Academia se dividió entre güelfos y gibelinos; llovieron palabras agrias, incluso en público. Un «Sálvame» en el Parnaso. ¿Y ahora qué? Con casi media institución renovada y ampliada la nómina del comité de preselección, tocaba hilar muy fino, más en este mundo en que hay que apesebrar a cada uno: mujeres, minorías, lenguas varias, infinitas sensibilidades... Ni Peter Handke ni Olga Tokarczuk (menos mal que todos la habíamos leído, ¿verdad?) van a resolver el problema. Ni mirar al dedillo quién, en el pasado o el presente de los laureados, era o es más licencioso o menos pulcro. Handke, de hecho, es el «amigo de Milosevic», pero si nos ponemos así habría que dar el Nobel de Literatura junto al de la Paz. Desde que el Nobel es Nobel nos preguntamos para qué sirve. Ahora con más motivos. Pero seamos serios y aceptemos lo obvio: también los Oscar son una casa de tócame roque, todos lo sabemos, y aun así...