Sánchez Dragó, de Vox a la moción
No soportaba lo que llamaba «progrefascismo», en referencia a las innumerables imposiciones sobre el género o la ecología
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La incorrección política fue lo que llevó a Sánchez Dragó a Vox, «un movimiento verdaderamente telúrico», según dijo. No soportaba lo que llamaba «progrefascismo», en referencia a las innumerables imposiciones sobre el género o la ecología. Se acercó a Santiago Abascal impulsado por el gamberrismo y el libertarismo, por ese deseo de ir contracorriente. Apasionado por la rebelión de la inteligencia, Sánchez Dragó vio en Vox una forma de mostrar su desagrado por el mundo actual con su «ideología del sentido común», decía. Pensaba que España vivía períodos democráticos entre dictaduras cada vez más sofisticadas. Por eso, según escribió, quería una derrota de la Agenda 2030, de la globalización, de Bruselas y del «estupidiario progre». Quería ser libre para opinar y hacer, no prisionero de la moral política. Tenía esa obsesión propia del viejo intelectual de señalar a los jóvenes su insensatez. Esta fue la razón de que sugiriera a Abascal la candidatura de Tamames para la moción de censura. Una generación diciendo a otra la verdad a la cara. Vox le brindaba esa oportunidad, y al contrario. «Yo no me apropié de las ideas de Vox, Vox se apropió de mis ideas», declaró en 2019 con motivo del libro que publicó con Abascal. Veía en el líder de Vox un hombre firme, de acción, no de ideas, aunque muy puritano, demasiado conservador para sus costumbres. No obstante, Sánchez Drago creía que Abascal era el político más interesante, a diferencia de otros, que eran «espantosamente mediocres». No creía en los partidos, sino en las ideas y los movimientos. Por eso prefería a las personas como Abascal y la reacción de la sociedad civil contra la «tiranía progre», antes que a los partidos, instrumentos burocráticos sin alma, al servicio de una oligarquía. Es una pena que se haya ido una voz crítica.