Sorrentino y el «tierno ataque» a Berlusconi
Berlusconi, que intentó ganarse al director con facilidades de todo tipo, acabó por ponerse la tirita: «Me han llegado rumores extraños; espero que no sea cierto, pero me parece que la película es una agresión política contra mi persona»
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Berlusconi, que intentó ganarse al director con facilidades de todo tipo, acabó por ponerse la tirita: «Me han llegado rumores extraños; espero que no sea cierto, pero me parece que la película es una agresión política contra mi persona».
Antes de estrenar «Il divo» (2008), Paolo Sorrentino envió una copia privada a Giulio Andreotti. El ex premier salió bufando de la sala. Silvio Berlusconi, que de entrada intentó ganarse al director con facilidades de todo tipo (hasta rodar en sus residencias), acabó por ponerse la tirita: «Me han llegado rumores extraños; espero que no sea cierto, pero me parece que la película es una agresión política contra mi persona». Y a partir de ahí se le cerraron las puertas del rodaje de «Loro»: Medusa Film, controlada por el magnate, se bajó del carro aunque había financiado todas las cintas del napolitano, la región de la Cerdeña vetó las filmaciones en la isla...
Dice Paolo Sorrentino que su particular «biopic» de los años locos de Berlusconi (alta política, cocaína y bunga bunga) no es una «agresión política». Y le creemos. No solo porque el director tenía a huevo meter cabeza en la recientemente pasada campaña electoral en Italia estrenando apenas un mes antes, sino porque Sorrentino ha demostrado estar interesado en algo más que el simple retrato político. «Loro», dividida en dos partes –la primera se estrenó el 26 de abril, la segunda llegará a los cines italianos en una semana–, es más una indagación de la italianidad que del propio Berlusconi. El premier, una de esas figuras a medio camino entre el guiñol y la épica que han marcado la historia del país transalpino (y ya que estamos, de la cultura mediterránea de la que formamos parte), es la excusa para hacer girar los astros, para poner en movimiento la mascarada, el «bla bla bla» al que se refería Jep Gabardella al final de «La gran belleza» (2013).
El mismo título deja claro el sentido del todo: «Ellos», los que fascinados por el poder, y sacando de él provecho, establecieron toda una cultura de la vacuidad, del ruido, de la horterada, del trinque, cuya cara externa fueron las fiestas de Villa Certosa, las «velinas» de la tele, las operaciones de «il cavaliere». Y, de fondo, como en «La gran belleza», el horror de la carne y la inminencia de la vejez. Para Sorrentino, su retrato de Berlusconi es una «tierna mirada a la debilidad de un hombre viejo». Y probablemente a los mecanismo pasivo-agresivos de la detentación del poder. «¿Qué esperabas, ser el hombre más rico del país, ser presidente y que encima te quisieran con locura?», le preguntan a este Berlusconi interpuesto por el genial Toni Servillo. «Sí, exactamente eso esperaba», responde. Entre una y otra película, Sorrentino, discípulo y a veces franco expoliador de Fellini, pone en marcha todo su aparato «kitsch». En Italia, sea por el morbo, sea por que lo vale, es ya el mejor estreno de Sorrentino. Para España aún no hay fecha. Pero, ¡qué ganas de que empiece la mascarada!