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El pasado más terrible de Occidente: los zoológicos humanos

Las ansias imperialistas llevó a los colonizadores a exponer muestras de los habitantes que habían conocido al otro lado del mundo. En las jaulas se les privaba de higiene y se les daba carne cruda para que conservaran su “salvajismo”
LR
La Razón
  • Sofía Campos

    Sofía Campos

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Para comprobar que el mundo occidental no es perfecto basta con mirar unos minutos el telediario y certificar que sí, que nos queda mucho, muchísimo, por perfeccionar. Pero lo que ya no se puede mejorar es el pasado, del que, no obstante, sí se puede/debe aprender. Y en uno de estos lugares ya extintos se encuentra uno de los mayores lunares que tiene el llamado Primer Mundo: los zoológicos humanos. Aspecto tocado por el historiador Christian Báez en su obra Cautivos. Una circunstancia que en 2022 suena más próximo a un chiste de mal gusto que a una realidad; sin embargo, ahí están los hechos: la supremacía cultural de los colonizadores llevó a estos a exhibir en jaulas a los diferentes, a personas de otras razas que eran vistos como salvajes y primitivos.
Es este un tema que ahora tiene como percha la visita del rey Felipe de Bélgica a la República Democrática del Congo (RDC). Cita en la que es inevitable hablar de la relación en el pasado entre estos dos países, donde principalmente aparece un nombre, Leopoldo II, y una cifra de muertos, 15 millones (números todavía a debate por los historiadores). Fue el precio que “pagó” el monarca en la primera mitad del siglo XX por convertirse en un rico un exportador de caucho y por tener el Congo como un enorme campo de trabajos forzados.
Durante su estancia, el actual rey belga no ha regateado la cuestión y ha vuelto a lamentar los abusos cometidos por su nación durante el dominio colonial, aunque no ha pedido perdón ni hablado de reparaciones. Sí manifestó su pesar: “Hoy quieren escribir un nuevo capítulo en nuestras relaciones y mirar hacia el futuro, animados por la formidable juventud del pueblo congoleño que solo pide desarrollar sus talentos. Escribamos juntos este nuevo capítulo”, afirmó el monarca “sin olvidar el pasado, pero asumiéndolo plenamente, para transmitir a las nuevas generaciones una memoria reflexiva y serena de nuestra historia común (...) aunque muchos belgas estaban sinceramente comprometidos y amaban profundamente al Congo y su gente, el régimen colonial como tal se basaba en la explotación y la dominación”.
Y dentro de todos los horrores de Leopoldo II también estuvieron los zoológicos humanos, que no fue un fenómeno exclusivo de Bélgica ni del Viejo Continente, pues célebre es el amplio muestrario de especies de Moctezuma, en el que también había espacio para las “rarezas humanas” en las que se engloban enanos, jorobados y albinos. Aun así, fue la cultura occidental del siglo XIX, con el Nuevo Imperialismo, la que generalizó el fenómeno. Era la oportunidad de presentar al público una muestra de primera mano de los pueblos colonizados, incluso dentro de su propio ecosistema, pues se recreaban sus ambientes de origen. Los rótulos de las exposiciones se encargaban de que no hubiera dudas de lo que había dentro, una cultura diferente: “Exposiciones etnológicas” y “Ciudades de negros”, se podía leer en las grandes capitales europeas.
Así, como ejemplo, once habitantes de Tierra de Fuego fueron exhibidos en en Europa en 1881. Habían sido raptados en las costas del estrecho de Magallanes por un marino alemán, Johann Wilhelm Wahlen, y no tardaron en acusar las circunstancias: una de las más jóvenes de la expedición murió en los primeros días del trayecto. La muestra comenzó en París, luego en Berlín, donde permanecieron en el recinto de las avestruces. La gira siguió por Leipzig, Múnich, Stuttgart, Núremberg... Las enfermedades crecían entre los “salvajes” hasta el punto de cancelar las presentaciones y devolverlos a su origen (para no perder todo el depósito que se había dado por ellos). Finalmente, solo sobrevivieron cuatro.
Es solo un ejemplo de los diferentes viajes que hicieron lo propio. Otro fue en octubre de 1889, con motivo de la Exposición Universal de París. Se exhibieron otros once indígenas, esta vez, de la bahía San Felipe. El viaje fue demasiado para dos de los integrantes, que fallecieron. Las jaulas de exhibición se convirtieron en su cárceles y la carne cruda de caballo su alimento. La ausencia de higiene era un plus para darles ese aspecto de “salvajes”. Las lamentables condiciones obligó a varias asociaciones a clamar por esta acción y la presión terminó dando sus frutos: la gira por Inglaterra fue cancelada, no así la belga, a donde solo legaron siete. Ya en Bruselas, el Musée du Nord fue su destino final, donde las representaciones con enanos ya era un habitual.

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