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"El gran teatro del mundo": Rigor y monotonía en el nuevo trabajo de la Compañía Nacional de Teatro Clásico ★★★☆☆

Autoría: Calderón de la Barca. Dirección: Lluís Homar. Interpretación: Clara Altarriba, Pablo Chaves, Malena Casado, Antonio Comas... Teatro Adolfo Marsillach . Festival de Teatro Clásico de Almagro. Hasta el 14 de julio de 2024
Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro    Foto: Pablo Lorente
Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro Foto: Pablo LorentePablo Lorente
La Razón

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Vaya por delante que no hay auto sacramental a día de hoy que sea fácil de representar ni lo hay tampoco, en caso de que se salve ese primer escollo, que sea fácil de digerir por un espectador sin interés especial por la literatura barroca. Ni siquiera ocurre con «El gran teatro del mundo», de Calderón de la Barca, que probablemente sea el más conocido, el más hermoso y, en muchos de los conceptos que maneja, el más atemporal. Y eso es lo que viene a ratificar el montaje dirigido por Lluís Homar que la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) estrenó anoche –en un adelanto de lo que será su próxima temporada– en la inauguración del Festival de Teatro Clásico de Almagro, tras el acostumbrado acto de entrega del Premio Corral de Comedias, que, en esta ocasión, recayó en el popular actor Rafael Álvarez el Brujo.
«El gran teatro del mundo» es una obra que funde la metafísica y la poesía para definir la vida, en clave alegórica, como un gran escenario al que sube cada ser humano al nacer y en el que ha de representar, de la mejor forma posible –esto es, de la manera más virtuosa– el papel que le ha sido asignado por el creador, por el autor del drama. En esa doble condición que Calderón otorga a sus personajes, para asumir inexorablemente unas coordenadas fijas sobre su propio destino y, al mismo tiempo, para poder obrar con libertad dentro de ellas, se cifra de manera brillante no solo la histórica e irresoluble tensión filosófica, sociológica y pedagógica entre el determinismo y el indeterminismo, sino también el espíritu de la contrarreforma, con la oposición al protestantismo (el hombre se salva por su fe) del catolicismo (el hombre se salva por sus actos).
Aunque la idea del mundo como teatro ya había sido expuesta desde la Antigüedad –está presente en Epicteto y en Séneca, por ejemplo–, con Calderón se enriquece desde el punto de vista literario y se complejiza en su dimensión metateatral, ya que el escenario de la vida (en el que actúan los personajes de la Hermosura, el Pobre, el Rico, el Labrador…) está contenido aquí dentro de otro escenario más grande, que es en el que el Autor y el Mundo están actuando para el público que hay en la sala. En la propuesta de Lluís Homar el texto podía haberse versionado más en algunos términos y construcciones –sin traicionar su belleza poética– para hacerlo más accesible al público de hoy. Especialmente al comienzo. Si en todas las obras clásicas el espectador necesita unos cuantos minutos para adaptar su oído al verso, y en general al lenguaje del Siglo de Oro, en esta ocurre de manera más evidente si cabe, ya que Calderón arranca con un vocativo, pronunciado por el Autor, que se prolonga durante nada menos que 26 versos repletos de subordinadas y en los que nunca llega a aparecer el verbo de la oración principal, que queda omitida.
Superado ese obstáculo, más presente como digo en los primeros compases, la comedia está en verdad muy bien leída y muy bien expresada en lo que concierne a su dimensión conceptual. Probablemente gracias al trabajo de Vicente Fuentes, como asesor de verso, este suena a lo largo de la función con claridad, con el ritmo preciso y con el debido ajuste a las estructuras sintácticas y semánticas que contiene. El problema está en lo que tiene que ver con la carga emocional y la intencionalidad que deberían darse a todos esos conceptos que salen a colación, y que aquí no alcanzan mucho relieve escénico. Bien sea porque en la dirección de actores así lo ha marcado Homar, bien porque los propios intérpretes no han encontrado el camino para potenciar y engrandecer sus personajes, todo se queda más plano y monótono de lo debido. Hasta tal punto que en muchos de los personajes no se atisba gran diferencia entre el momento en el que les son concedidas por el Autor sus gracias o sus lastres, según sea el caso, y el momento en el que se arrepienten de no haber sabido usarlas o se felicitan de haber hecho lo correcto. Más que personajes de ese gran y variado teatro que Calderón considera que es la vida, parecen rígidas figuras en un reducido diorama.
Así las cosas, y aunque casi todos cumplen con oficio para que todo esté correcto, nadie puede brillar mucho en este capítulo interpretativo; algunas actrices, como es el caso de Chupi Llorente y Malena Casado, por la sencilla razón de que sus personajes no tienen apenas texto ni recorrido. La escenografía de Elisa Sanz, la iluminación de Pedro Yagüe y el vestuario de Deborah Macías contribuyen, sin muchas alharacas, a crear una convincente atmósfera, acorde con la propuesta, de indefinición, simbolismo y misterio. Por último, destacar la ambientación musical que hace en directo Pablo Sánchez bajo la dirección de Xavier Albertí. Seguramente sea la mejor que haya hecho este último, o tal vez la única que realmente pueda ser considerada como tal «ambientación», porque aquí sí, por primera vez, la música está en relación con el ritmo de la acción y el tono de las emociones.
  • Lo mejor: Que tiene la corrección y vistosidad que corresponde a una producción de la Compañía.
  • Lo peor: El aplatanamiento interpretativo en el que cae la CNTC cuando se acerca a Calderón.

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