Teatro de la Abadía
'El imperativo categórico': la vergüenza de ser precario a los cincuenta
Tras recibir multitud de premios, incluido el Nacional de Literatura Dramática de este año, llega a Madrid una pieza clave en la carrera de Victoria Szpunberg

Hace dos temporadas que este «L’imperatiu categòric» se estrenaba en el Teatre Lliure de Gracia, y con ello, se desató la fiebre: éxito de público y crítica («no pensábamos que iba a tener una acogida tan grande», reconoce el equipo); y lluvia de reconocimientos: Max a mejor actriz este mismo año para una Àgata Roca que ya había sumado por el camino el Memorial Margarida Xirgu y el Premio de la Crítica 2024, donde también se reconoció la escenografía de Judit Colomer y el trabajo de escritura de Victoria Szpunberg; texto que igualmente fue encumbrado en los Butaca de 2024; además, Premio Especial del Jurado Teatre Barcelona, el Time Out a la mejor creadora y el Ciudad de Barcelona de Artes Escénicas para Victoria Szpunberg (Buenos Aires, 1973). Y como guinda, hace menos de dos meses el Ministerio de Cultura reconocía esta obra de la dramaturga con el Nacional de Literatura Dramática «por la profunda y potente carga dramática y el dominio de una técnica ingeniosa con la que la autora encuentra el tono y la temperatura ideal de una pieza irónica e incisiva. Desde una base filosófica, Victoria Szpunberg retrata la crueldad de un sistema capaz de expulsar a cualquiera de sus miembros, incluso cuando se someten a sus normas», justificaba el jurado.
Piropos (y bagaje) suficientes para que haga semanas que el Teatro de la Abadía colgó el cartel de «no hay entradas». De hecho, Juan Mayorga, director del centro, ya «amenaza» con su vuelta a la capital: «Queremos acogerlo la temporada que viene».
Del catalán al castellano
A su lado, Victoria Szpunberg –autora y directora– sonríe antes de presentar un trabajo que llega a Madrid traducido del catalán en el que se había programado hasta ahora: «Habla de la precariedad a una edad en la que cuesta más asumirla. Parece una condición “sine qua non” de los jóvenes, pero también puede llegar el momento, como veremos, en el que la vergüenza es mayor», dice señalando al personaje principal: una mujer que está en los cincuenta, recién separada y que, como experta en Kant, ejerce de profesora de Ética en la universidad, aunque sin plaza fija. «No es una heroína revolucionaria. Cree que lo ha hecho todo bien, que la vida va a seguir siendo tranquila (...) Yo misma flipé cuando una amiga mía, profesora asociada de Filosofía y traductora de Walter Benjamin, me explicó su situación y lo que cobraba», explica Szpunberg de un montaje que, cargado de ironía y humor negro, cuestiona la crisis habitacional, la gentrificación, la soledad y la precarización universitaria.

Importante es el nombre de Kant en la pieza. Como cuenta su autora, su «obsesión» fue la de hacer dialogar a Kant con Kafka. «Hay mucho de “El proceso”», defiende: «Es por ello que el personaje comienza a leer a Kafka, un escritor más oscuro. No lo había leído y le interesa tanto que lo empieza a utilizar en sus clases; tras lo que llegará el cuestionamiento por parte de su jefe de departamento en contra de la libertad de cátedra». Así, el retrato social de «El imperativo categórico» hace que la ética a la que apelaba la filosofía de Kant salte por los aires.
«Habla de gente como nosotros», añade Roca, que interpreta a la protagonista de esta historia frente a los siete hombres a los que da vida Xavi Sáez. «Es una mujer que no llega a final de mes y no puede pagarse el alquiler. Empecé a observar este mundo, y de pronto te das cuenta de que conoces a mucha gente a la que le pasa esto. Me quedé sorprendida de las personas que no se puede pagar una casa en Barcelona o Madrid». Junto a la actriz, Mayorga hace un inciso: «Ya se ha anunciado que la Complutense no va a poder pagar las nóminas desde diciembre si no le dan un préstamo. Lo que hace que muchos se vean reflejados en este personaje».
La clase media menguante
Y es que, como dice Szpunberg, «se habla mucho de la dicotomía entre clase baja y alta, pero la realidad es que llevábamos mucho tiempo pensando que existía una gran clase media que está en un momento de mucha más fragilidad. Por eso, primero me metí en el tema de la vivienda: en Barcelona todo el mundo habla de esto, y que es un tema que no solo implica a la gente joven. Hay quien no se puede separar porque no pueden pagar una casa. Y se ven obligados a compartir piso con 40 o 50 años». A ella misma le ocurrió, reconoce: «Me sentía humillada, asqueada. Vi muchos pisos y empecé a grabarlo para entretenerme y para tener un material para el futuro. Ahí había un gran tema porque las propias personas que te están enseñando la vivienda también viven en la precariedad y deben defender cosas muy grotescas».
Por todo eso, la autora defiende que es una función con la que «mucha gente que viene se siente identificada». Pero va un paso más allá: «Quienes van al teatro no suelen estar en extrema pobreza. El “target” es el mismo que el de esta profesora: se creen que están en una clase media casi intocable». Y no es así.
¿Pero acaso peca Szpunberg de pesimista? «Podría serlo más», responde ante las risas de Mayorga: «Me encanta la contestación». «Desde luego», continúa la directora, «no es optimista. Intentamos no estar en estas dicotomías. Es una mujer que hace lo que puede. No es una activista, no va a manifestaciones, como mucha parte de la sociedad».
Y es en mitad de esta trama cuando, «sin hacer “spoiler”» –avisan–, ella coge un cuchillo... «Ha querido ser muy racional y su cuerpo la coloca en un lugar de vértigo que ella no entiende. Aparece la violencia femenina, que es otro de los grandes tabús», explica la dramaturga. «Es una de las cosas que genera debate al final de la obra», sostiene una Roca que reconoce que «es un tema serio, pero está contado con mucho humor. Nada de lo que pasa te sorprende hasta que lo piensas bien».
- Dónde: Teatro de la Abadía, Madrid. Cuándo: hasta el 9 de noviembre. Cuánto: entradas agotadas.