Teatro

"El lector por horas" o el poder creador de la palabra

El Teatro de La Abadía repone uno de los textos fundamentales del José Sanchis Sinisterra, casi tres décadas después de su estreno

Pere Ponce y Mar Ulldemolins, en «El lector por horas»
Pere Ponce y Mar Ulldemolins, en «El lector por horas»Teatro de la Abadía

“Llevaba escribiendo teatro desde joven, formado a la sombra del teatro épico y del compromiso político de Bertolt Brecht, y cuando intente escribir desde unos módulos menos convencionales, incluso menos brechtianos, porque notaba que era un teatro demasiado encorsetado, entonces surgió la creación de El Teatro Fronterizo en 1977” que luego llevé a la Sala Beckett de Barcelona, explica José Sanchis Sinisterra. Un hecho que de algún modo marca un hito en su carrera. “Ahí me propuse hacer un trabajo de investigación extrayendo de relatos y novelas formas literarias que pudieran aplicarse al teatro, hice cosas con Sábato, Joyce, Kafka… mis maestros me enseñaban una forma de narrar que yo podía extrapolar al teatro y, por lo tanto, quitarle el corsé a lo que era todavía una estructura relativamente aristotélica. Fue entonces cuando surgió “El lector por horas” en 1996, que casi tres décadas después, llega al Teatro de La Abadía con el Festival de Otoño, aunque estará hasta el 17 de diciembre dirigida por Carles Alfaro y Pep Cruz, Pere Ponce y Mar Ulldemolins en el reparto.

“El lector por horas” es una obra en torno a ese universo de los libros, las novelas y el acto de leer. “No solo es una declaración de amor por la literatura, es también un intento de pagar una deuda contraída con ella, porque le debo mucho, he sido profesor y ha sido mi paisaje permanente –explica Sanchis-. Un día me dije, voy a intentar que la literatura esté en el escenario tal cual, el acto de leer como experiencia vital, que el espectador escuche la lectura de fragmentos sin ningún tipo de teatralidad y eso desencadena durante la obra una serie de relaciones y reacciones entre los personajes”. Ismael es contratado por Celso para leer novelas en voz alta a su hija Lorena que ha quedado ciega. A través de la oralidad, Lorena irá creando una nueva realidad visible. La idea de padre e hija es que lea sin ninguna intención, que haga una lectura transparente, “pero la propia acción dramática de la obra demuestra que eso es imposible, que la lectura neutra no existe, toda está cargada de connotaciones, incluso cuando leemos en solitario porque hay novelas que imponen un tipo de oralidad y todos los textos elegidos aquí ejercen un cierto determinismo sobre la trama”, afirma Sanchis. Lorena busca modulaciones en la palabra, entonaciones en la voz, trata de adivinar quién es el lector a base de interpretar, no solo los textos escogidos, sino la forma en que son leídos por Ismael.

Con una clara influencia de Harold Pinter –“Yo digo que es mi plagio de Pinter”, asegura Sanchis-, la pieza está llena de enigmas y de muchas sombras. “Aparece el trasfondo político que Pinter también tenía, una pequeña “metáfora” de la lucha de clases, porque, además de reflexionar sobre el poder de la literatura en nuestras vidas, también lo hace sobre los juegos de poder que se establecen en las relaciones, entre dominante y dominado, el que paga y el sometido porque cobra un salario”. ¿Por qué Ismael acepta las humillaciones que recibe de esa familia? “Es un enigma, en aquella época yo quería que la obra avanzara a través de lo que llamo “una estructura de enigmas”, que todavía exploto en mis obras, de manera que el espectador trate de descifrar qué es lo que está ocurriendo realmente, qué quieren los personajes, pero el autor no da respuestas, tienen que ser los espectadores quienes completen el sentido que queda más o menos camuflado bajo las estrategias de cada uno”. Ante esto, “el público debe ser activo, debe tener una actitud atenta y despierta, como hacemos en la vida real, donde creemos entender lo que el otro nos dice, pero a saber si lo hacemos, más bien lo interpretamos según nuestros deseos, temores expectativas, informaciones…”, señala. Para Sanchis Sinisterra, “a menudo hacemos un teatro demasiado obvio y explícito, incluso la interpretación es últimamente muy transparente, pero a mí eso no me ha interesado nunca, a mí me interesa lo que llamo la política de lo traslúcido, es decir, la realidad, ni es transparente ni es opaca, es traslúcida”, concluye.