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Teatros del Canal
El orgullo de ser un cero a la izquierda
Sergio Boris, de la mano de la Compañía El Eje, llega a Madrid con la academia de 'Euforia y desazón', un lugar en el que el fracaso es un modo de vida para sus héroes patéticos

«Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada, es decir que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada. La enseñanza que nos imparten consiste básicamente en inculcarnos paciencia y obediencia, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito. Éxitos interiores, eso sí. Pero ¿qué ventaja se obtiene de ellos? ¿A quién dan de comer las conquistas interiores?». Así empieza «Jakob von Gunten», la tercera novela de Robert Walser. Escrita, en 1909, en Berlín tres años después de haber abandonado el centro en el que se había educado. Es el libro más amado por el autor, pero también el más discutido.
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El gran protagonista de esta historia «singularmente delicada», como la definía Walter Benjamin, es el propio instituto: el alumno Jakob, a través de su diario, nos introduce en todos sus secretos, en sus dramas y pequeñas tragedias y en todos sus misterios, convirtiéndolo en uno de los escenarios verdaderamente memorables de la literatura del siglo XX.
"Quizá el objetivo [del sistema] sea el de generar seres inútiles", denuncia el creador argentino
Y fue esta novela la que marcó el inicio del «Euforia y desazón» que Sergio Boris presenta esta semana en los Teatros del Canal (del 9 al 14 de diciembre): «Se enfoca en un personaje que entra al instituto al que parece que solo le enseñan cómo ser un cero a la izquierda, a ser nada, a ser nadie frente a la sociedad». Para el director y dramaturgo argentino ahí está «la lucha», afirma. «Quizá el objetivo sea generar seres inútiles, como el teatro, que no deja de ser un evento inútil, pero que por el contrario no debemos dejar de reivindicar precisamente esa inutilidad frente a las utilidades que se presuponen en el teatro: hablar de diferentes cosas, ser exitoso... Aquí no nos interesa un teatro con un tema claro, sino pulverizar y diluir diferentes ideas».
Sobre esa base se apoya una obra que se inicia con la vuelta de Amada, una exalumna de la academia para adultos repetidores, para hacerse cargo de esta institución inaugurada por su madre. «Allí ya sólo queda un estudiante que espera aprobar su último examen y así obtener el título que le permita enfrentarse al mundo. Pero la academia ya no es lo que era. Ahora, tres hermanos lo han invadido todo con lo que quedaba de su negocio de gomería. Entre currículos, ficheros, ruedas rotas y pegamento vivirán una noche donde todos querrán inventar una pasión que los salve, por lo menos por un rato, de su propia historia», reza la sinopsis.
Sergio Boris habla de su montaje como «un espacio atravesado por el cruce»: una academia para adultos repetidores venida a menos, donde se imparte un poco de cada materia y nada en profundidad. Las mesas de examen se mezclan con neumáticos usados y una bañera llena de agua sucia para encontrar pinchazos en las ruedas. En el aire se siente el pegamento para hacer los remiendos. Un baño roto por una promesa de reforma. Taladros que interfieren el clima evaluatorio. Desaprobar y permanecer ahí. «Un grito de supervivencia en un choque absurdo entre diferentes universos dramáticos», expone el programa de mano de una pieza que bucea alrededor del «fracaso», señala su director, «como un valor, como un lugar a defender».
Un mundo individualista
Pero Boris no busca reafirmar el síndrome de Peter Pan, sino «rechazar de una manera inconsciente entrar en ese mundo de la competencia liberal e individualista. Porque si algo tiene esta academia es que allí se ratifican como perdedores. Son caídos del mapa, gente que pertenece a los suburbios de las grandes ciudades».
Los personajes de «Euforia y desazón» no son ni todopoderosos, ni guapos, ni altos, ni fuerte. Son héroes patéticos, «como el bufón de Velázquez», puntualiza Boris: «Es ahí donde aparece una belleza que hay que buscar en los lugares perdidos. El bufón debe hacer un camino mucho más grande para llegar al estándar de belleza. Si tenemos un personaje bello de inicio se pierde el interés teatral porque ya viene dado».
Y es en este punto en el que el creador argentino aprovecha para hablar de la situación del teatro en su país: «Creamos desde fuera del sistema porque no existe el sistema. Está arrasado. No hay ayuda de ningún tipo y por eso se acentúa la necesidad de juntarse a probar sin expectativa de éxito. Es algo que viene de la tradición argentina, pero ahora se ha incrementado porque todo está roto. Los ensayos son flexibles durante uno o dos años para compaginarlos con el laburo. Y si hay que suspender, se suspende. Se cocina lentamente desde dentro, buscando el jugo», confiesa el director de un montaje que engloba dentro de lo “patético, ridículo, heroico suburbano, realismo sucio y estallado...».
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