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Pasatiempo: cazar al refugiado

A través de la relación entre élites e inmigrantes, Sergio Martínez Vila y Juan Ollero indagan, con «Juegos para toda la familia», en las posibilidades de la violencia dentro del escenario; en esta ocasión, en el pequeño del María Guerrero
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A través de la relación entre élites e inmigrantes, Sergio Martínez Vila y Juan Ollero indagan, con «Juegos para toda la familia», en las posibilidades de la violencia dentro del escenario; en esta ocasión, en el pequeño del María Guerrero
Es tiempo de familia. Fin de semana importante. «Papá (Miguel Insua), Mamá (Lola Manzano) y los nenes (Daniel Jumillas, solo aparece uno de los tres)», presenta Sergio Martínez Vila –autor–, reciben en su mansión palaciega a dos invitados muy especiales, Hani (Ángela Boix) y Samir (Lolo Diego). Viernes y sábado, como antesala del domingo, día grande, día del señor, pero también día de caza. La prole, perteneciente a la élite europea y traficante de armas, acoge a una pareja de refugiados sirios, aunque aquí nada se hace por humanidad, sino por la propia diversión. Es tiempo de juego.
Es el entretenimiento que proponen Martínez Vila y Juan Ollero –director– con su trabajo de investigación dramatúrgica del Laboratorio Rivas Cherif, «Juegos para toda la familia» –dentro del ciclo «Escritos en la escena» del CDN–, en la Sala de la Princesa del María Guerrero. Todo empezó por «cómo representar la violencia latente en esta propuesta y buscar los resortes escénicos necesarios, además de abordar, desde lo actoral, un viaje intenso para el intérprete –apunta el autor–. Juan ha tenido mucho trabajo y la necesidad de dar con la forma de introducir a los actores en unas emociones de alto voltaje».

¿Qué tenemos en común?

¿Y cuál es esa fórmula? Ollero responde que no la tiene, que «aquí pasa como con la Coca-Cola, si lo supiera sería millonario» y que, como «no he matado a nadie, y espero no hacerlo, ni me han matado nunca», no puede dar un resultado exacto. Pero lo que sí ha intentado es «buscar puentes», dice: «Al final todo pasa por querer creer, tanto por parte del espectador como de los actores. Hay que generar situaciones violentas donde los límites son no hacer daño al compañero, pero aun así, podemos llegar muy lejos», apunta Ollero de un trabajo que busca convertir al público en un «sujeto activo» y que, como es norma en él, se apoya «en el cuerpo, en el ejercicio y en las sensaciones físicas», define. Con los inicios del proyecto de investigación explicado, lo siguiente son los personajes: ¿quién es esta familia? A Papá, Mamá y El Nene, se suma un cuarto elemento que no deja de ser parte de ellos, La Nana (Mercedes Castro), la guardesa que representa al servicio, indispensable para la élite. Ella es quien dispone todo para que la familia pueda habitar sin problemas su enorme espacio de opulencia. Pero que su elevado estatus no nos separe de ellos, explica Martínez Vila: «Pueden ser cualquiera de nosotros. No pretendía distanciarme brutalmente por su alto nivel socioeconómico, sino lo contrario, ver qué tenemos de ellos y qué aspiraciones encontramos dentro de la imagen de éxito social que representan».
Enfrente tendrán a Hani y Samir, dos refugiados que vienen de Alepo y Raqqa, «los dos epicentros de la violencia más salvaje a la que he podido acceder a través de la documentación», puntualiza el responsable del texto. Son «los invitados», como se les llama en Turquía, pero no es Turquía: «Se sitúa en un lugar indeterminado de Europa, en la que no oculto referencias a la cultura española –habla Martínez Vila–. Aunque lo que me interesa es la ambigüedad porque es una visión del pensamiento y de la emotividad occidental respecto a la violencia que ocurre lejos de aquí».
Hani y Samir aparecen ante su nueva «familia» sin saber lo que les espera. A medida que la historia –el juego– evoluciona, se les presentan diferentes alternativas que deberán tomar. Pero siempre bajo el control de Papá, Mamá y El Nene. Estos tres lo tienen todo en la vida. Pasan con desidia sus días a la espera de encontrar algo que les reactive. Y en ésas han dado con este pasatiempo «que les reconecte», comenta el director, que continúa, «el ingrediente del juego tiene que ver con divertirse de un nuevo modo y la función plantea diferentes preguntas: ¿cómo se vuelve a recuperar el espíritu del juego? ¿Hay que desaprender para conectar de nuevo?». Entre todas estas cuestiones se comienza a desarrollar un juego «cruel», en palabras de Sergio Martínez Vila, en el que viernes y sábado desarrollan un guión pautado que salta por los aires el domingo, día de caza –recuerdo–. Los desafíos se recrudecen y los privilegios obtenidos hasta entonces pueden cambiar el libreto. Explota la adrenalina. Es la manera que encuentran estos aristócratas de «redescubrir que están vivos», explica un Ollero que se lo lleva a su terreno: «Hacemos teatro para, entre otras cosas, entender la realidad. Jugamos, nos drogamos, bailamos, salimos a cenar... para escapar del tono monótono de la vida, del ‘‘buuuuuuu’’, y para que haya un pico musical hacia el ‘‘ñi, ñi, ñi’’ o el ‘‘bon, bon, bon’’. Eso se llama de muchas maneras: adrenalina, precipicio, abismo, disfrute, enganche, evasión... Es todo lo mismo. El problema es que en un juego debo dar mi consentimiento para formar parte del mismo, si no es un abuso, es una violación... No se me puede usar como una ficha de ajedrez. Aquí se tiñe todo de un color incómodo porque se está forzando a una serie de cosas que no son especialmente agradables», completa el director.

Función incómoda

Todo este ambiente, «sin desvelar nada más de lo que se intuye», insisten, es lo que hace de «Juegos para toda la familia» una función violenta: «Sí –responde Martínez Vila–, lo que pasa es que opera de distintas formas. No necesariamente debe tener una contundencia física o explícita para ser agresiva, pero sí puede ser incómoda», que no gore, porque es la propia naturaleza del texto y de los personajes la que lleva consigo una dimensión intrínseca de salvajismo que no hace falta plasmar de otra manera. Es todo ello lo que ha utilizado el dramaturgo para realizar una metáfora del trato de los gobiernos a los refugiados: «Totalmente. Son responsables de gran parte de los problemas que suceden en los países en guerra. Es un juego muy lucrativo para ellos que financian directamente; y, por tanto, sí, la metáfora es muy buscada». Encontrando en la caza «el símbolo de este estatus social», completa Martínez Vila.
Aun así, el autor no pretende hacer un mundo gris, «ni dar la imagen de crueldad por crueldad, sino que dentro de esto quiero mostrar cierta ternura. El sentido de la pregunta que me hago es si es posible que haya algo capaz de ejercer una influencia benéfica o positiva sobre todo esto. Mi intención a la hora de habitar un lugar muy oscuro es que, con fuerzas de distinto signo y contrapesos» pueda salir la luz de él», cierra.
Dónde: Teatro María Guerrero. (Sala de la Princesa). Madrid.
Cuándo: desde hoy al 30 de diciembre.
Precio: 12 euros.

Primer «escrito en la escena» de la temporada

Comienza con la pieza de Sergio Martínez Vila una nueva edición de los «Escritos en la escena», del Centro Dramático Nacional. Aunque, con el fin de «Juegos para toda la familia», habrá que esperar hasta primavera para encontrar la segunda y la tercera parte del ciclo. Primero llegará «La fiebre», del 14 de marzo al 15 de abril, en la que Zo Brinviyer retrocederá hasta la fiebre del oro californiana para contar la historia de un hombre que mientras construía un aserradero se topó con una pepita que cambiaría su vida, como la de otros 260.000 personas. Más tarde, el 4 de mayo, Víctor Velasco dirige un texto de Minke Wang, «Un idioma propio», donde una familia china buscará en España una vía de escape. Pero antes, de todo ello, durante este fin de semana, el CDN presenta en el Valle-Inclán de Lavapiés el Salón Internacional del Libro Teatral.