Estreno absoluto
'Personas, lugares y cosas': drogarse o actuar, esa es la cuestión
Pablo Messiez dirige a Irene Escolar en un montaje que definen como un "viaje hacia el corazón del trauma; una búsqueda por sanar la herida"
Pablo Messiez todavía no se ha bajado de la ola del 'Calentamiento' que escribe y dirige junto a Rocío Molina y ya tiene entre las manos otro montaje “gordo”. Asegura que después de un estreno siempre suelta la tensión, “pero esta vez no me ha dado tiempo”, resopla quien en apenas diez días ha acumulado dos puestas de largo de esas que el público teatrero espera desde que se anuncia la temporada. Ahora, deja a un lado el flamenco de la bailaora para abrazar a otro peso pesado de la escena patria, en este caso de la actuación: Irene Escolar, protagonista indiscutible de una pieza en la que se convierte en la Emma que Duncan Macmillan dibuja en 'Personas, lugares y cosas' (Teatro Español del 25 de noviembre al 11 de enero).
¿Y quién es esta Emma? Contesta la intérprete: “Una mujer, una actriz muy inteligente y muy sensible que no está a gusto en su propia piel. Solo siente que existe cuando actúa, cuando es otra personas”, presenta de un personaje que comienza la obra interpretando a Nina en el papel principal de 'La gaviota'. Su monólogo habla de su vínculo con la interpretación. Si al principio lo que buscaba era la fama, el tiempo le ha demostrado que su salvación de la realidad está en el escenario. “Si tienes mucha, mucha suerte, te toca estar en el escenario y decir cosas que son absolutamente ciertas, aunque sean inventadas. Te toca hacer cosas que sientes que son más reales, más auténticas, que tienen más sentido que todas las cosas de tu vida”, dirá más adelante una mujer que, de inicio, va puesta.
"A mí habría que matarme"
El texto de Chéjov le lleva a decir una frase que siente propia: “A mí habría que matarme. La muerte. La muerte es lo que merezco”. Es el punto más bajo de Emma. Está enganchada a drogas, alcohol y benzodiacepinas. Es el infierno del que deberá recuperarse y que da pie al inicio de la función en la que se reflexiona sobre cómo gestionamos el dolor y el placer.
Sin embargo, lo que no se sabe es cómo ha llegado a ese punto: “No creo que haya una sola razón por la que uno acabe desarrollando una adicción. Es un compendio de muchas cosas y en cada persona es muy diferente. Por lo que entendemos, lleva muchos años drogándose por un suceso que probablemente sea el que desencadena comportamientos más destructivos, pero yo creo que tiene que ver más con no sentirse a gusto consigo misma y con un vacío existencial, que es algo común en las personas que desarrollan una adicción”, afirma Escolar después de un trabajo de campo que la ha llevado, como oyente, a asistir durante cuatro meses a terapia. “Salirse de su cuerpo le genera una dopamina muy bestia; una eclosión de deseo y energía”, añade.
La función se desarrolla desde los ojos de Emma. “Vemos lo que ella ve”, acota Macmillan en su texto. “Así que las primeras escenas se ven afectadas por la percepción de una mujer influenciada por las drogas”, explica Messiez.
Alucinaciones visuales y auditivas
La intoxicación de la protagonista es evidente y el público se sitúa frente a ese proceso de limpieza de los químicos de su cuerpo. Aparecen una serie de alucinaciones visuales y auditivas en una Emma con los sentidos alterados que ha permitido a Messiez acercarse a “una lógica más de los sueños que del realismo”, apunta de un mundo que denominan “un poco lynchiano”. Los días en la clínica de desintoxicación junto al grupo de profesionales y pacientes serán el marco en el que Macmillan desplega lo que presentan como un “viaje hacia el corazón del trauma, en la búsqueda por sanar la herida”.
El montaje se centra así en “cómo volver a estar aquí después de tanto querer irse”. Tanto Escolar como Messiez aseguran que en la obra no hay certezas – “no es un drama moralizante”– pero sí está la acción continuada de la escucha: “Escuchar a los otros, dejar de mirarse por un rato. Y así, verse mejor. Saberse parte de un grupo que conoce muy bien tanto el placer como el sufrimiento”, explica el programa de mano.
“Estoy aquí. Estás aquí. Estamos aquí”, dice Emma. La compañía sana buena parte del dolor. “No se cómo se sale, pero lo que he visto en los grupos de terapia es que todos repiten que 'no se puede hacer solo'. Es la gran frase. 'Hazlo como quieras, pero solo no vas a poder'. Estando allí entiendes la importancia del grupo, de la escucha y lo bonito que gente que no tiene nada que ver unos con otros se sostengan la mirada, se ayuden, se den consejos, se abran en canal, se muestren con todas sus miserias... y que nadie les juzgue. Esa sensación de comunidad fue increíble”, sentencia Escolar, que compartirá escenario con Javier Ballesteros, Tomás del Estal, Brays Efe, Sonia Almarcha, Claudia Faci, Daniel Jumillas, Mónica Acevedo, Blanca Javaloy, Manuel Egozkue y Josefina Gorostiza. Se compone así un coro que, unidos a la peripecia de Emma, recuerda a la tragedia griega, además de “una tensión constante e irresoluble entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Entre la lógica de la razón y los misterios del cuerpo”, explica el director.
Contra el relato generalizado
Incide la protagonista en que la adicta sea en este caso “una mujer”, señala: “Hay un relato más generalizado en torno a los hombres, donde incluso se idealiza de alguna manera con grandes genios de la historia. En cambio, en nosotras siempre hay algo por lo que se ve peor. En estos grupos muchas hablan de la 'culpa' y la 'vergüenza'; algo que los hombres, por ejemplo, no sentían de la misma manera. En ellos las adicciones son símbolos de complejidad psicológica y de angustia existencial; en ellas, un reflejo de estar emocionalmente atrofiadas o deformadas. Así se ha retratado a Billie Holiday, Amy Winehouse o Elizabeth Hardwick”, critica la actriz.
De este modo, la función se sumerge en el consumo problemático, en el grupo como salvación y en la aceptación de uno mismo. Messiez señala a “la compulsión” como una de las grandes dificultades de la sociedad actual: “Entramos en una especie de inercia de vida, como alocada, en la que terminamos haciendo un montón de cosas que no son exactamente lo que queremos hacer. Y eso es lo que sucede con la droga: haces cosas que no quieres. Es un signo de los tiempos y del sistema en el que vivimos, que todo el tiempo pide más y más. Entrar en el exceso del consumo, de bienes materiales, de información... Por eso estamos todo el tiempo con el móvil”, expone el director sin querer separar el mundo en “adictos y no adictos”.