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cine
Un 007 para un nuevo milenio
Han pasado cuatro años sin un film-Bond y ahora todo depende de Amazon, ¿hay futuro para 007 en el siglo XXI?

El mundo tiembla. Por lo menos, esa parte del mundo irreductible al desaliento que son los millones de fans de James Bond, el agente 007 creado por Ian Fleming hace la friolera de 72 años. Barbara Broccoli, heredera de la franquicia cinematográfica iniciada en 1962 por los productores Harry Saltzman y Albert «Cubby» Broccoli –el padre de Barbara–, la ha vendido a sus socios de Amazon, que la heredaron a su vez con la compra de Metro Goldwyn Mayer en marzo de 2022. Ahora, Bond ha muerto en la pantalla, pero además se ha cortado el último lazo que le unía a su mítico pasado cinematográfico. Es el momento ideal para resucitarlo. Pero, ¿cómo? Y, sobre todo: ¿quién?
Las desavenencias entre la veterana Barbara Broccoli, que produjera nueve filmes de la saga a lo largo de treinta años, desde "Golden Eye" (1995) hasta "Sin tiempo para morir" (2021), y los ejecutivos de Amazon no hicieron sino echar leña al fuego, alimentando rumores y especulaciones sin fin. No sólo se han hecho interminables apuestas sobre los posibles actores destinados a encarnar el personaje (Henry Cavill, Andrew Garfield, Tom Hardy, Michael Fassbender, Aaron Taylor-Johnson, James McAvoy, Liam Hemsworth…), sino también sobre su color (Idris Elba, Michael Ward, Lucien Laviscount) o su sexo (Lashana Lynch, Gal Gadot, Kate Beckinsale…). Sobre todo ello, era bien conocida la opinión de Barbara Broccoli: «Bond debe ser interpretado por un hombre, y debe ser siempre británico». Pero ahora que ella ha salido de la ecuación, todo es posible de nuevo.
James Bond: ese hombre
Guste o no guste, James Bond, el agente 007 con licencia para matar (y para amar, ya saben), es un producto de su tiempo. Y su tiempo no era el nuestro. Creado en 1953 por el escritor británico Ian Fleming, es un hijo de la Guerra Fría, heredero de héroes de ficción pulp como Sexton Blake o Bulldog Drummond, del amor de su autor por las novelas de Sax Rohmer, creador de Fu Manchu, y por las de Raymond Chandler, su ídolo literario y padre de Philip Marlowe, el detective noir por excelencia. Aunque Fleming sirvió en la Inteligencia Británica durante la Segunda Guerra Mundial y utilizó sus conocimientos del mundo del espionaje para sus obras, nunca pretendió de estas que fueran ni realistas ni profundas, sino novelas de puro entretenimiento, novelas «de aeropuerto».
Pero 007 voló de los aeropuertos a las pantallas tras convertirse en best-seller internacional, para sorpresa del propio Fleming. Leído y recomendado por JFK y por el entonces director de la CIA, Alan Dulles, que organizó un almuerzo entre el escritor y el presidente, tras pasar rápidamente por la televisión con una adaptación de "Casino Royale" (1954), el cine dio el espaldarazo definitivo a Bond cuando "Dr. No" (1962), una producción británica relativamente humilde, se transformó en éxito masivo.
Al año siguiente, "Desde Rusia con amor" (1963), la última película que vio Kennedy antes de ser asesinado, confirmó su popularidad, reafirmada por "Goldfinger" (1964). Por desgracia, Fleming no pudo disfrutarlo: falleció ese mismo año, sin sospechar el fenómeno surgido de su imaginación ni mucho menos cómo llegaría hasta el siglo XXI. Bond, héroe moderno de una pieza, con nombre anodino y un número de serie asignado, nació como instrumento del gobierno, una máquina de matar al servicio de Su Majestad y de un mundo occidental enfrentado a la Amenaza Roja. Por supuesto, un británico blanco, en la mitad aproximada de la treintena, educado en Eton y Sandhurst, alter ego magnificado del propio Fleming. Aunque el autor no estaba precisamente contento con la elección de Sean Connery –un antiguo míster universo de clase media baja–, para encarnar a su criatura, tuvo que reconocer que funcionaba. ¡Y cómo!
Durante casi una década, con un breve paréntesis a cargo del australiano George Lazenby, injustamente defenestrado por los fans de la saga, 007 fue sinónimo de Connery y viceversa. El súper agente secreto imaginado con el rostro de Hoagy Carmichael por Fleming se mimetizó por completo con el actor escocés. Las películas abandonaron progresivamente el tono hard boiled y el estilo y espíritu conciso y conductista de las novelas, que anuncia el posmodernismo de un Brett Easton Ellis, para deslizarse al espectáculo de acción, ciencia ficción y humor al que nos acostumbraron. Su esencia básica: las chicas-Bond, los gadgets tecnológicos, los súper villanos y una estructura fija con variaciones mínimas. Siempre lo mismo pero distinto. Al menos lo suficiente para convertir en adictos a millones de espectadores, entre ellos algunos tan distinguidos como Umberto Eco o Robert Bresson.
Evolución o involución
A Connery seguiría ni más ni menos que Roger Moore, quien se había labrado enorme popularidad con su versión televisiva de otro arquetípico héroe británico de acción: El Santo, creado por Leslie Charteris. Moore añadiría al personaje el sesgo irónico, divertido y desenfadado de Simon Templar, a lo largo de siete películas que acabaron llegando a la pura parodia en títulos como "Moonraker" (1979), más cerca de "La pantera rosa" que de los primeros filmes de Connery.
En un movimiento pendular característico de la franquicia, el siguiente Bond, el shakespeariano Timothy Dalton, trató de restaurar cierta dignidad al agente doble cero, especialmente con "Licencia para matar" (1989). Pero su relativo fracaso llevó al relevo por un actor de carácter nuevamente más desenfadado: Pierce Brosnan, quien como Moore venía de interpretar un personaje similar en la pequeña pantalla, el entrañable e ingenioso Remington Steele. Brosnan aguantó el tipo hasta entrar en el siglo XXI, cuando el péndulo, atraído ya por el imán de cierta corrección política y sobre todo por un tono más dramático, oscuro y emotivo, llevó a Daniel Craig a protagonizar una espectacular revisión de "Casino Royale" (2006), la primera aventura literaria de 007.
Pese a su prometedor inicio, el Bond interpretado con notable propiedad por Craig derivó rápidamente hacia los peores defectos de un contexto casi cabría decir pre-woke: dejó de fumar, de beber, de tener aventuras amorosas múltiples, de matar alegremente. Empezó, como sus parientes lejanos de los universos Marvel y DC, a sufrir, a llorar, a luchar por su familia. Fleming se revolcó en la tumba. Pero los fans lo abrazaron y si protestaron un poco fue cuando «Spectre» (2015) volvió a la esencia más frívola del personaje. A cambio recibieron su merecido: Sin tiempo para morir, donde 007, rodeado por ominosos presagios de limpieza moral, murió heroica y estúpidamente.
Muerte ¿y transfiguración?
Está claro que, como decía Lovecraft y profesa Hollywood, no está muerto lo que puede yacer eternamente en los eones extraños… Al menos si da dinero. Es difícil saber por qué no se deja dormir tranquilo a 007 el sueño de los justos. La única respuesta son los millones de seguidores que quieren ver una película Bond, aunque Bond no se parezca ya ni por asomo al personaje del que son supuestos fans.
El abandono de la franquicia por parte de Barbara Broccoli, que no dudó en calificar a sus colegas de Amazon en el Wall Street Journal de fucking idiots (en inglés, para no ofender), deja la pelota en el tejado no tanto, como se dice erróneamente, de Jeff Bezos, sino de Andy Jassy, CEO de la empresa desde 2021, antes incluso de adquirir MGM. Sorprendentemente, mientras todo sigue paralizado hasta que la venta se formalice en los próximos meses, Amazon ha hecho saber que seguirá priorizando un Bond «de sexo masculino y británico, aunque pueda ser también de la Commonwealth». Queda abierta la carta del cambio de raza, pero no de sexo. La cuestión es otra. ¿No tiene el siglo XXI imaginación ni energía suficientes para crear sus propios héroes? ¿Tiene que seguir alimentándose de los creados por una época machista, conservadora y normativa, aunque sea para reeducarlos y reconvertirlos a la nueva era? Sea quien sea el nuevo Bond, a mí, me huele a zombi.
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