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Una bala del calibre 41

La noche del 14 de abril de 1865 John Wilkes Booth disparó sólo una vez y tiró a matar. Cometió el primer asesinato de un presidente en la historia de EE UU, pues Abraham Lincoln falleció la madrugada del día siguiente. El magnicidio, el asesino y su banda pasaron a la historia
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El público reía a carcajadas en aquella representación de «Our american cousin» en el Teatro Ford de Washington, en la noche del 14 de abril de 1865. En el palco presidencial estaba Abraham Lincoln con su esposa, Mary Todd, porque había decidido aliviar el trabajo con una comedia. «Los dramas son para leer en casa», había dicho poco antes. No en vano, su presidencia estaba marcada por una larga y sangrienta guerra civil debido a que los estados del sur rechazaban su programa económico intervencionista y su política de fortalecimiento del Gobierno federal. Desde que ganó las elecciones en noviembre de 1860, con tan solo 300.000 votos más que el demócrata Douglas, Lincoln era una persona muy controvertida, incluso en su propio partido, el republicano. La reelección cuatro años después, con el eslogan «Don’t change horses in the middle of a stream», no fue un paseo. A esas alturas ya se había ganado una buena legión de enemigos.
Los planes para secuestrar o matar a Lincoln fueron muchos, tanto de organizaciones como de particulares. Poco antes de su asesinato llegaron a la Casa Blanca alrededor de 80 cartas anónimas amenazándole de muerte. Todo magnicidio tiene su halo de misterio, lo que da pie a todo tipo de especulaciones. La idea más aceptada y ajustada a la comprobación histórica es la que señala a John Wilkes Booth como el director de un plan propio para descabezar al Gobierno de la Unión.
Un actor vanidoso
Booth nació el 10 de mayo de 1838 en Maryland, un estado que se mantuvo fiel al Gobierno federal cuando estalló la guerra en 1861. Pertenecía a una familia dedicada al teatro, y él siguió sus pasos. Los personajes de galán y protagonista le granjearon una fama que le convirtió en un hombre vanidoso y engreído. Era un gallito; de hecho, actuaba en el norte y defendía abiertamente la postura del sur, lo que a veces le obligó a salir escopetado de algún teatro. A finales de 1864, el servicio secreto confederado creado por Jefferson Davis, presidente sureño, contactó con Booth. John Surratt, uno de sus agentes, encargó al actor que formara un grupo capaz de secuestrar a Lincoln al objeto de negociar la paz y un intercambio de prisioneros. Booth reclutó a desheredados y perdedores, como Lewis Powell –un ex soldado–, George Atzerodt –un alcohólico– y David Herold –un joven apocado–.
El primer plan de secuestro contemplaba la idea de llevarse al presidente durante una actuación en el Teatro Ford. El día indicado fue el 18 de enero de 1865, pero fracasó porque el presidente decidió quedarse en la Casa Blanca. La guerra se decantaba ya para el Norte, a pesar de lo cual los planes de los servicios secretos confederados continuaban. Llegaron a planear la voladura de la Casa Blanca. En las escalinatas del Capitolio, Abraham Lincoln pronunció su discurso de segunda investidura el 4 de marzo. Booth y sus secuaces acudieron al acto, tal y como muestran las fotografías que se tomaron. Tiempo después, el asesino escribió que le hubiera sido muy fácil matar a Lincoln en aquella ocasión.
El segundo plan para secuestrar a Lincoln surgió entonces: capturarían al presidente en su camino al Hospital Militar Campbell el 17 de marzo. No obstante, Lincoln decidió a última hora ir al National Hotel a una ceremonia organizada por los oficiales del regimiento 142 de Indiana. Al día siguiente, Booth actuó por última vez, y lo hizo en el Teatro Ford interpretando al malvado del drama «El apóstata». En su diálogo final, blandió un cuchillo y dijo: «A pesar del destino, he de triunfar sobre vos». Fue una escena muy similar a la que vivió tras asesinar a Lincoln casi un mes después.
El ejército de la Unión avanzaba sobre el Sur, y Lincoln se unió al general Grant para hacer su entrada en Richmond. En la noche del 2 de abril iba a bordo del vapor River Queen. Soñó entonces que dormía en la Casa Blanca y que le despertaban unos sollozos de mujer. Siguiendo los llantos se topó con un soldado. «¿Quién ha muerto?», preguntó. «Es el presidente», respondió el guardia. Lincoln despertó y contó aquel sueño premonitorio a Mary Todd y a algunos amigos. El 4 de abril, entró en una Richmond incendiada por los confederados en su huida. La guerra llegaba a su fin. Lee se rindió a Grant en Appomattox cinco días después.
La derrota hacía inútil el secuestro. «Estando nuestra causa perdida –escribió Booth en su diario–, debe emprenderse alguna cosa grande y decisiva». Planeó entonces matar a Lincoln, al vicepresidente Andrew Johnson y a William H. Seward, secretario de Estado. Atzerodt debía matar al segundo y Powell haría lo propio con el último. Booth se atribuyó el papel principal: asesinar a Lincoln en público.
El 14 de abril de 1865, Lincoln se levantó a las 7. Despachó mensajes. Desayunó con la familia y contó que deseaba viajar al extranjero y volver a ejercer la abogacía. Esa noche pensaba ir a ver «Aladino y la lámpara maravillosa» al Teatro Grovers con el general Grant y su esposa, pero cambió de planes. Booth se enteró por Henry Ford de que el presidente acudiría esa noche a su teatro. Era el día. Alquiló un caballo y escribió una nota para el «National Intelligencer» que entregó a su amigo John Matthews. Luego fue a su hotel a recoger un puñal y una pistola de un solo tiro, algo que únicamente podía tener lógica teatral.
Lincoln llegó tarde, sobre las 20:30. Iba con su esposa y con el mayor Rathbone y su novia, Clara Harris, hija del senador Ira Harris. Al entrar en la sala, la representación se paró para ovacionarle. Booth entró en el Teatro a las diez por la calle de atrás. En el pasillo que conducía al palco presidencial no había Policía. Entró, esperó a que el público prorrumpiera en carcajadas, y disparó. Rathbone reaccionó y se tiró sobre Booth, que le clavó un puñal en el brazo. Forcejearon. El asesino se libró y saltó al escenario. La caída le fracturó el peroné. Booth miró al público, que creía que era parte del espectáculo, y gritó «¡Sic semper tyrannis!» («Así siempre a los tiranos») –lema de Virginia– y «¡El Sur está vengado!».
A paso renqueante, Booth llegó al callejón y huyó a uña de caballo. Charles Augustus Leale, joven cirujano militar, asistió a Lincoln. Llegaron otros dos médicos, y decidieron conducirlo a la pensión Petersen, frente al teatro. Alguien propuso llevarlo a la taberna, que estaba más cerca, pero un militar soltó: «¡Nadie dirá que el presidente de los EE UU murió en una cantina!». Todo fue inútil. Falleció a las 7:22 del 15 de abril.
El resto del plan fracasó. Atzerodt se emborrachó y desistió. Powell entró en la casa de Seward y le apuñaló, pero salió corriendo gritando «¡Estoy loco! ¡Estoy loco!». Tras una persecución sin piedad, Booth y Herold fueron atrapados el 26 de abril en la granja Garrett. El segundo se entregó, pero el asesino fue abatido. Los siete restantes conspiradores fueron atrapados y juzgados. Cuatro de ellos –Atzerodt, Herold, Powell y Mary Surratt, madre de John–, fueron ejecutados el 6 de julio. Mataron al hombre y nació un mito.