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«Viaje a Nara (visión)»: Un camino a ningún lugar

«Viaje a Nara (visión)»: Un camino a ningún lugar
«Viaje a Nara (visión)»: Un camino a ningún lugarlarazon

Dirección y guión: Naomi Kawase. Intérpretes: Juliette Binoche, Masatoshi Nagase, Takanori Iwata, Mari Natsuki, Minami, Min Tanaka. Duración: 109 minutos. Drama.

Cuando se trata de filmar la respiración de un bosque, a Naomi Kawase no hay quien le tosa. En la mejor tradición del cine panteísta, desde David Lean a Terrence Malick, las imágenes de la primera parte de «Viaje a Nara», con sus rayos de sol quemando el objetivo de la cámara, el viento replegando las ramas de los árboles como adoradores de un tótem invisible y los planos detalle de musgos y rocas palpitantes, hacen plausible una premisa tan excéntrica como la búsqueda de una hierba medicinal cuyas esporas se esparcen cada 997 años curando el dolor de la humanidad. Esa hierba es el Santo Grial de una periodista (Binoche) en pleno duelo que comulga con la magia del lugar y de los que lo habitan, un lacónico ermitaño y una hechicera del Bien. En términos estéticos, esa comunión se produce desde una sensualidad que hace físicos los límites de una tierra mítica que parece infinita en sus significados. Lo malo es cuando esos significados se hacen explícitos en forma de diálogos que confunden la profundidad mística con el argot de novela rosa teñido de meditación «new age» («El amor es como las olas, nunca se detiene. Es a la vez estático y se mueve», y etcétera), y cuando proponen una osada atomización espacio-temporal, donde pasado, presente y futuro se funden en un único flujo narrativo de modo bastante torpe. Lejos de hacer complejas sus derivas, la última media hora de «Viaje a Nara» demuestra hasta qué punto el cine de Kawase parece encontrarse en un peligroso callejón sin salida.

LO MEJOR

Imaginar lo mucho que habría ganado esta película si se hubiera rodado sin diálogos

LO PEOR

Que caminando por la delgada línea que separa lo sublime de lo ridículo acaba por perder pie