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Fútbol

Campeones y enamorados

El beso de Sara e Iker es icono del Mundial. Más que las vuvuzelas, el pulpo Paul o el Waka Waka de Shakira

Iker Casillas y Sara Carbonero ponen fin a su relación tras casi cinco años de matrimonio y dos hijos en común
Iker Casillas y Sara Carbonero ponen fin a su relación tras casi cinco años de matrimonio y dos hijos en comúnlarazon

Iker Casillas no puede hablar. «¿Qué quieres que te diga?», le pregunta a Sara Carbonero, exhausto y feliz, después de dar las gracias a toda su familia y a los que le han ayudado a conseguir la Copa del Mundo. Y ahí ya se percibe que duda, esa duda que llega el segundo antes de la valentía. «No pasa nada– dice ella, con el micrófono en la mano, para romper el silencio–, vamos a hablar un poquito del partido...».

Era el final, había acabado todo. El partido de Suiza y la derrota, la información de The Times (¡The Times!) acerca de que la periodista en la banda distraía a su pareja, Iker Casillas y eso influía en el portero, en el juego de España e iba a hacer imposible ganar nada. Los fotógrafos mandaban tantas fotos de la presentadora como de los futbolistas de la Selección. Era mujer, era la culpable.

Sara e Iker eran la comidilla, la parte rosa de la aventura; mucho más, mil veces más, que Piqué y Shakira, que se habían conocido antes del Mundial, para grabar el videoclip de la canción «Waka, Waka».Ellos lo llevaron en secreto, mientras la canción y su baile sonaba y se veía por todo el planeta. Aún puedes estar cantándola una tarde entera porque es de esas canciones que ocupan espacio en la mente y no hay manera de quitártela de la cabeza. Ni idea de los ríos de España, pero el «Waka, Waka», cuando quieras.

Un Mundial es eso, mundial, y cualquier cosa que sucede se repite, se ve mil veces, se retuitea. Las vuvuzelas de Sudáfrica empezaron a sonar también en España, contagiándose más rápido que el coronavirus. Era como si con cada victoria que iba logrando España todos los días fuesen Nochevieja Sudáfrica era el país de Mandela y del apartheid, la primera vez que el continente africano organizaba un Mundial y diez años después, nos hemos quedado con el gol de Iniesta y las vuvuzelas.

Nuestra memoria es selectiva: y puede que seamos idiotas. Si echas la vista atrás, recuerdas los goles y el sufrimiento, te cuentas el relato del tiki-taka, pero a la memoria te viene Suiza y Chile y Honduras y no era bello, más bien fue duro y emocionante. Casi siempre en el alambre, sin tener claro hacia dónde iban a salir los partidos, sin saber si el pulpo Paul iba a acertar su pronóstico.

Quizá lo hayan olvidado, al pulpo Paul. Fue su mes de gloria: le ponían las dos banderas de los equipos que disputaban el partido y él salía de donde lo tenían encerrado y se iba hacia una. En la final, entre Holanda y España, no dudó el tío (quiero decir el cefalópodo) y se fue directo a España. El pulpo Paul llenó horas de televisión, páginas, no te digo clicks y una extensa entrada en Wikipedia. Murió en octubre de 2010, se puede leer: «Con el fin de honrar a Paul y con motivo del interés mundial que despertó, vamos a erigir aquí un monumento. Vamos a exponer los mejores momentos de la vida de Paul, también los regalos que hemos recibido de todo el mundo y la urna y las cajas de metacrilato de Paul».

¿Somos o no somos idiotas? Ni siquiera hubo quien le puso un poco de patatas y pimentón... Pasó de todo ese Mundial, como tiene que suceder en verano y la vida está esperando. Y Sara le había dicho a Iker: «Vamos a hablar un poco del partido...», con los ojos brillantes y la felicidad en la sonrisa y las ganas en la piel. Casillas no dudó: le cogió las manos con la cara y no le dio un beso: le dio el beso.

Porque seríamos idiotas, pero estábamos enamorados.