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“La vida real se parecía más a Bugno que a Indurain”

Guillermo Ortiz ha publicado “El chico que soñaba con ser Gianni Bugno", un libro de ciclismo y nostalgia. El retrato de una generación

El chico que soñaba con ser Gianni Bugno
El chico que soñaba con ser Gianni BugnoLa Razón

Cuando era pequeño, Guillermo Ortiz (Madrid, 1977) le dijo a su padre que quería ser periodista deportivo. Una pequeña tormenta familiar sin consecuencias. La vida le llevó por otros caminos -licenciado en filosofía, profesor de inglés- sin apartarlo del deporte. No es José María García, como soñaba en su infancia, pero ha escrito varios libros de deportes. El último, “El chico que soñaba con ser Gianni Bugno" (Editorial Contra). Un libro en el que se mezcla el deporte con la memoria de aquel chaval que, con diez años, se movía por la sala Elígeme, propiedad de Joaquín Sabina, con la misma naturalidad que por el salón de su casa.

-¿El libro es la autobiografía de una generación?

-Pretende serlo. Hay mucho autobiográfico. El 90 por ciento o 95 por ciento es autobiográfico. Ahora bien, hay momentos en los que me he desviado de mi autobiografía, que no es tan interesante para meterme más en lo que podría haber sido la biografía de alguien de esa edad y de ese momento. Pretende ser más efectivamente la autobiografía de una generación más que de una persona. Podría ser cualquiera el narrador.

-¿Es un canto a la nostalgia?

-Es verdad que yo el recuerdo que tengo de todo aquello es muy bonito. Y lo digo en el libro, al final del todo. Sabemos que en el mundo del ciclismo y sobre todo en el mundo del ciclismo en los 90 hubo cosas muy turbias, que sabemos que son así, pero me niego a que me arrebaten mi infancia, por decirlo de alguna manera. Me niego a que me arrebaten mi adolescencia. Yo quería recuperar a ese niño, a ese adolescente que se emocionaba con Indurain, que se emocionaba con Pantani, que se emocionaba con Chiapucci, que se emocionaba con Bugno, y dejar de lado al investigador que sabe que Bugno estaba con Conconi, que Chiapucci estaba en el sistema de dopaje de Carrera, que sabe que Pantani estaba en todas. Y me niego, ya me llevé suficiente disgusto cuando me enteré como para que encima me jodáis el recuerdo. El recuerdo no me lo jodéis.

-Pero no es sólo un libro de deporte o de ciclismo.

-Eso estaba ya en Nick Hornby y estaba ya en “Fiebre en las gradas” y nadie niega que Nick Hornby sea un escritor “serio” y que sea accesible y que él puede contar la historia del Arsenal de los 60 y los 70 que no conocemos ninguno y que sea accesible para todos. Y este libro pretende algo parecido, pero soy consciente cuando lo escribo de que al que le guste el deporte, al que le guste el ciclismo, lo va a disfrutar mucho más. No sé si alguien a quien no le guste nada el deporte, no le guste nada el ciclismo le va a valer con la trama o le va a valer con el retrato generacional. Puede que no le moleste, puede que diga “me salto las partes de ciclismo y me quedo con las mamachicho y el anuncio del compresor” porque de eso sí me acuerdo. Partía mucho de la base de que a los que nos gusta mucho el deporte relacionamos momentos de nuestra vida con momentos deportivos. No sólo es que te sepas el resultado. Cuando Mendoza echó a Antic, yo me acuerdo de estar en La Nevera, en el Ramiro de Maeztu hablando con mis amigos sobre Beenhakker. Inmediatamente hay una referencia, no sé cuántos puntos llevaba de ventaja, pero sé dónde estaba yo cuando pasó eso, sé quiénes eran mis amigos y qué chica me gustaba. Sé con qué cosas sufría y con qué cosas disfrutaba. Todo el mundo sabe que Indurain ganó cinco Tours y que Rominger ganó tres Vueltas. Y Delgado ganó lo que ganó. Eso lo sabe todo el mundo y no voy a escribir un libro contándolo. No tenía sentido 25 o 30 años después. ¿Dónde estábamos? ¿Quiénes éramos nosotros cuando lo estábamos viendo? Y eso es lo que me parece que puede conectar y hacer del libro algo diferente a lo que se ha hecho hasta ahora.

-¿Por qué elige el ciclismo y no el fútbol?

-Me parece que el ciclismo, desde luego el ciclismo en España y en ese momento, une muchísimo, une generaciones, une gente muy distinta, une gustos y es mucho más fácil hacer un retrato común a través del ciclismo, que tiene momentos muy concretos del año, la Vuelta a España, el Tour de Francia, el Giro si lo corre Indurain, que todos estamos esas tres semanas pendientes de eso. Y habrá quien fuera más de Indurain y quien fuera más de Perico, pero no provocaba unas grandes enemistades ni odio ni cosas de éstas, era más al revés, era más expectación a ver cuál de los dos ganaba. Incluso con los de fuera, con Bugno, que era un poco como el antihéroe, no había el punto de odio, nadie odiaba a Bugno. A Bugno se le tenía respeto, se le tenía miedo y se le tenía una profunda admiración. En eso influía a veces que perdiera. Pero pasa un poco lo mismo con Federer y con Nadal. Bugno era una belleza que podíamos asimilar con mucha facilidad porque tampoco era una amenaza directa. Era una expectativa. Pero aún le sigues viendo y es que es hasta guapo, un tío elegante, con una clase brutal, que nunca hace una declaración más alta que la otra. Un tío, sinceramente cuando ya te metes un poco más en el personaje, incluso divertido. No sé cuántas veces está casado. En medio de una concentración, creo que en el Giro del 93, pasa la tarde con una azafata del podium y le pillan y tiene que salir el director deportivo a decir que tenía permiso. Alrededor de Bugno, cuando deja de ser tan atormentado se convierte en un tío superdivertido, con una vida superazarosa. A mí me gustaba comparar mi vida con la de Bugno. Podía tener una vida elegante, con clase, en la que tú crees que haces lo que crees que debes hacer, pero que los resultados no acompañan. Eso nos ha pasado un poco a todos, o que te acompañan a veces y otras tienes fracasos sonoros, pero que va con la estética.

-¿Se identifica con Bugno porque parecía más español que Indurain? No estábamos acostumbrados a que un español ganara tanto.

-Yo no creo que Bugno fuera especialmente español. A mí siempre me ha parecido muy suizo, más suizo que italiano, pero un suizo con un punto de locura italiano. Digamos que es una mezcla de las dos cosas. Pero sí es cierto que haría falta una revisión de Indurain, no se hace una buena revisión de lo que fue Indurain en su momento. Hay un momento que está muy bien y ése sí lo vi en Youtube para contarlo, el descenso del Tourmalet camino a Val Louron sí es verdad que lo tenía un poco difuso. Luego viendo la etapa en Youtube tiene sentido que lo tuviera difuso porque ese día falló el helicóptero y no se sabe muy bien quién está dónde. Por eso yo no tengo un recuerdo claro. El caso es que mirando en Youtube hay un momento en que aparece Indurain solo y el comentario de Pedro González, el gran narrador de ciclismo, es “ahí está Miguel, se ha debido de quedar cortado”. Nuestra confianza en Indurain en el 91 era ésa. Cuando veíamos una imagen de Indurain solo dábamos por hecho que le habían dejado. Yo creo que no hubo un momento, no hubo una fase de enamorarse de Indurain. Yo creo que no la hubo, pasamos de la desconfianza absoluta a la contundencia absoluta del invencible. No hubo ese proceso como pasó con Perico, de ese Tour del 87, de la última contrarreloj, ese punto del estar ahí pero no. Con Indurain pasamos de “este tío ni de coña va a ganar, éste se va a quedar, va a ser un Etxabe” a de repente es imbatible. Y creo que es complicado empatizar con Indurain. Es fácil alegrarte, pero empatizar con Indurain es difícil. Empatizar con Nadal, que es como el otro supercampeón es fácil, es un tío con emociones, un tío que se entrega, que pasa malos momentos, que se lesiona, que sufre, que luego vuelve. Es fácil empatizar con Nadal, pero con Indurain era complicado. Y quizá por eso yo me busqué a Bugno, a mí me parecía que la vida real se parecía más a Bugno que a Indurain.

-De Indurain quedan las derrotas. Su retirada en la Vuelta, ese Tour que le gana Riis.

-Esa parte está en el libro y yo me acuerdo de que estaba en Pamplona. Me acuerdo de que llegamos a Pamplona, a los Sanfermines, Indurain estaba segundo o tercero y primero no me acuerdo de quién era, el típico tío que se pone primero en la contrarreloj por equipos y aguanta hasta la montaña o un esprinter que ha ganado dos etapas. Y me acuerdo de llegar allí el día del chupinazo y me acuerdo de lo que fue vivir la tragedia de Indurain en Pamplona. Es que parece hecho aposta. No había estado antes en Pamplona, pero estuve justo el día que Indurain se dejó el Tour del 96, cuando todo el mundo estaba convencido de que ganaba el sexto Tour. Nos habíamos pasado al extremo opuesto, había arrasado en el Dauphiné-Liberé y todo el mundo estaba convencido de que ganaba el sexto Tour, que lo tenía encarrilado. Y además tengo el recuerdo de la narración de José María García. Yo lo estaba escuchando en la radio, ni siquiera lo estaba viendo, estaba en la piscina y estaba la radio puesta -fíjate qué tiempos-, y me acuerdo de que lo oíamos en la radio que le ofrecían comida o agua desde el coche y García decía “pero qué va a querer comer éste, si es un superhombre. No le ofrezcas agua ni nada, si no hace falta. Venga, Miguel”. Y a los cinco minutos “Miguel se queda, no puede más, está sediento”. Y decías “madre mía”.

-Cuenta en el libro que quería ser periodista deportivo. ¿En el fondo le gustaba más el deporte que el periodismo?

-Sí, pero hay una parte del periodismo deportivo en concreto que me fascina. Siento una profunda envidia de los periodistas que están en el sitio, que a lo mejor dicen “tampoco es para tanto”. Pues sí, lo que es trabajar, todos los trabajos tienen pegas. Ojalá pudiera escribir la crónica del día desde dentro, escribirla sabiendo, hablando con la gente, que has visto en el hotel que fulanito está medio cojo, has visto en el hotel que te han contado que no sé quién está vomitando. Te enteras de cosillas y a mí eso siempre me ha provocado mucha envidia.

-¿Cómo eran los conciertos para un niño de 10 años en la sala Elígeme?

-No lo sé. Es una cosa que yo viví con una enorme naturalidad. Obviamente recuerdo perfectamente estar muchas veces en Elígeme. Por las fechas tenía que ser cuando yo tenía nueve, diez, once años. Cuando Joaquín [Sabina] vende el Elígeme debía de ser el 89 o 90. Y ya ni siquiera estaba ahí. Recuerdo a Miguel Pardeza, yo entonces era del Madrid y recuerdo perfectamente la foto dedicada de Miguel Pardeza y recuerdo irme con Miguel Pardeza a su coche a por ella. Recuerdo que era San Vicente Ferrer, 23, me acuerdo de todo eso. Lo vivía con tal naturalidad que no soy consciente de lo poco natural que era, de lo enloquecido que era que un niño de nueve, diez, once años, no un preadolescente, un niño, estuviera en el Elígeme con media Movida madrileña. Para mí era mi familia, era mi tío [Pancho Varona], era Joaquín, que por aquel entonces era familia, comía en casa, era mi madre, eran los amigos de mi tío y de mi madre. La mayoría venían del barrio, de la Prospe, además. Luego lo he investigado, qué coño hacía yo allí. Esa parte sí es autobiográfica.