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Suso, Jordán y Aleix Vidal celebran el gol del Sevilla en el Coliseum

Un autogol de Etxeita decanta la pelea entre Getafe y Sevilla

Los de Lopetegui vence en el Coliseum tras un partido bronco y poco vistoso y ahonda la crisis del equipo local, que cuestiona a José Bordalás

Siete jornadas sin conocer la victoria lleva el Getafe de José Bordalás, uno de los equipos de autor más reconocibles de la Liga que, sin embargo, podría estar en trance de implosión. La derrota de ayer contra el Sevilla contiene muchas circunstancias atenuantes para el técnico alicantino, empezando por la dificultad que entraña un rival «Champions», pero el horrible fútbol practicado por los locales, que se fueron a la caseta con un solo un tiro entre los palos, bien merece una reflexión. Al contrario, el conjunto de Julen Lopetegui volvió a la senda del triunfo tras el traspié de la semana pasada ante el Real Madrid, y se marchó del Coliseum con la doble satisfacción de haber sumado, sí, pero de haberlo hecho encima mediante la ejecución de un plan minuciosamente trazado por su entrenador.

Fue la tarde ideal para Lopetegui, un fabuloso entrenador que se cisca en las preocupaciones estéticas de muchos de sus colegas. Y bien que hace. El entrenador guipuzcoano imagina una hora en la que nada ocurre, acelera para que un chispazo le ponga el tanteo a favor y, si esto ocurre, se repliega sin disimulo ni complejo a espera del final o de un contragolpe. Así le ganó al colista Huesca, así perdió con el campeón Real Madrid y así ocurrió contra el mesocrático Getafe, que tampoco estaba incómodo con este escenario y le entregó el balón a los andaluces. El resultado fue un completo aburrimiento, un sopor invencible, un tedio descomunal.

A la hora de la siesta, el único que no podía echar una cabezadita era el árbitro, Martínez Munuera, que debía andarse con siete ojos para impartir justicia en el recital de fricciones y trapacerías al que se entregaban con denuedo los veintidós futbolistas, jaleados con las permanentes protestas de sus dos banquillos. Antes del golito librador, ese momento culminante, cada equipo tuvo su ocasión para desnivelar la pelea, escrito quede con toda la intención porque en eso se afanaban los futbolistas, en pelearse en lugar de intentar jugar.

Dos faltas sacudieron la modorra momentáneamente, en la misma portería, porque fue una para cada equipo en cada periodo. En el primero, Joan Jordán estrelló una fantástico «folha seca» en el travesaño; en el segundo, Timor burló a la barrera por bajo pero apareció Koundé para despejar sobre la raya. No es la primera vez que el central francés se enfunda el traje de superhéroe para realizar un salvamento providencial.

En el último cuarto de partido, cuando el reloj empezaba a apretar, Lopetegui metió a De Jong para asociarlo a En-Nesyri en punta. Una osadía casi inédita en el vasco, ésta de poner a dos delanteros. Suso sabía que el área de David Soria estaba más poblada que de costumbre, así que le buscó sitio a su zocata para, desde la banda derecha, meter un centro insidioso que Etxeita mandó a la red en su intento por despejar. Rebasado el minuto 80, un autogol resolvía el monumento al feísmo erigido por los dos contendientes... Pura coherencia, si bien se mira, y sonora pedorreta para los miccionadores de colonia y su empalagoso discurso dominante.

Esta configuración de partido, una vez se descerraja el marcador, depara un tramo de frenesí propiciado por la desesperación del que se ve en desventaja. No quedaba mucho tiempo, desde luego, pero a ello se aplicó el Getafe con un bombardeo del área de Bono, que no se vio exigido ni siquiera en esos minutillos. Para nada, porque esta vez el paso atrás ordenado por Lopetegui fue recompensado con el triunfo. Sin que faltasen tampoco un par de excursiones al banderín de córner para perder tiempo, el recurso que faltaba por mostrar en una tarde para el recuerdo.