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Haaland o la cruda realidad del Sevilla

El delantero destrozó al equipo de Lopetegui, que está obligado a hacer una hazaña en Dortmund

Erling Haaland fue una pesadilla para la defensa del Sevilla
Erling Haaland fue una pesadilla para la defensa del SevillaDPA vía Europa PressDPA vía Europa Press

El cometa Haaland pasó por Sevilla trazando un rastro de fuego y devastación, una estela sulfurosa como la que dejaron sus antepasados vikingos, que navegaron Guadalquivir arriba para saquear en el siglo IX la Isbiliya omeya. Dos goles y una asistencia del delantero noruego del Borussia obligarán al equipo de Julen Lopetegui a ganar por dos goles en Dortmund, hazaña que no es imposible porque la fe indesmayable es seña de identidad de este club. Pero, vamos, que nadie se haga muchas ilusiones...

El Mbappé de Barcelona se llamó en Sevilla Haaland, cuyas estampidas facilitaron al Borussia la remontada de un gol que no mereció encajar. Los paralelismos entre los encuentros de ida de estos octavos de la Champions de los dos primeros representantes españoles fueron asombrosos. Más que nada, porque sus respectivos verdugos, veinteañeros llamados a dominar el fútbol en la próxima década, dejaron una letal tarjeta de visita.

Se las prometía felices el Sevilla, pregonada la crisis y la debilidad defensiva de su adversario, cuando Suso inauguró el tanteo al séptimo minuto. Fue un derechazo sin demasiada mordiente de un zurdo que el avejentado Hummels desvió a la red en su intento de despeje. Con Bono imbatido en más de siete partidos, ¿estaba ya resuelta la eliminatoria? Ja. Que se lo digan a Erling Haaland, el coloso vikingo que desarboló al orgulloso entramado defensivo sevillista en la primera carrera. Absorbió el ariete la atención de cuatro rivales y descargó para Dahoud, la sorpresa en el once de Terzic, que la clavó en la escuadra.

La pesadilla no había hecho sino empezar. Asistido una vez por cada uno de sus socios en el ataque –el eléctrico Sancho y el quirúrgico Reus–, Haaland hizo antes del descanso un doblete que deprimió al Sevilla, tan confiado como estaba en su solvencia defensiva. El segundo de los goles del noruego, que prolonga su asombroso promedio de más de un tanto por partido, germinó en una pérdida culposa de Rakitic y Papu Gómez, los dos veteranos a los que Lopetegui confía su creación quienes, a lo peor, fueron la muestra palpable de que el pinturero toque que arrasa en España resulta insuficiente en según qué instancias europeas. Puede que los años de dominio de la Liga en el continente hayan tocado a su fin porque el fútbol, definitivamente, ha cambiado.

Lopetegui modificó por completo a su equipo en la segunda parte, agotando muy pronto el cupo de cambios y variando el sistema. Fue un reseteo futbolístico, que era necesario, pero no psicológico porque sus muchachos no mostraron un ápice de rebelión ante la derrota. Resignados a rebotar en cada choque y a perder cada balón dividido, los sevillistas jugaron con abnegación, pero sin furia; con correción, pero sin magia. Escudero rozó el gol en un remate desde cerca, Óscar estrelló una falta en la cruceta... ocasiones que iban cayendo con cuentagotas más por la laxitud defensiva de los germanos que por lo que generaba un equipo inferior y desesperado ante la certidumbre de que se le iba la vida. Con menos de diez minutos por delante, De Jong cazó una falta lateral en el segundo poste e insufló esperanzas con el 2-3. Había vida, y más que habría habido si Óscar llega a marcar una falta desde la esquina del área que mandó altísima o hubiera sonreído la fortuna en alguna de las postreras escaramuzas.

Hay que ganar por dos goles en Alemania. Cosas más raras se han visto, aunque en realidad cunde la sensación de que el Sevilla tiene sobre sí un techo irrompible en la Champions.