Champions League
Cibeles vuelve a reinar
Euforia en Cibeles. Instantes después de que Cristiano Ronaldo rubricase con su gol la undécima Champions del Real Madrid, centenares de aficionados corrieron a la plaza de la diosa más merengue para hacerse con un sitio en la primera fila de la fiesta de celebración. Unos habían seguido el partido escuchando en la radio del coche u ojeando por encima del hombro los monitores de las furgonetas de los medios de comunicación. Otros, directamente habían recibido la «retransmisión» del partido por un grupo de WhatsApp.
Este era el caso de Carlota y Noelia, dos jovencitas que desde antes del inicio del partido aguardaban junto a la valla perimetral de la fuente el triunfo merengue. Tenían un pálpito. «Nos han ido contado el partido por el móvil nuestros compañeros de clase», aseguraban estas dos veteranas que ya repitieron jugada hace dos años con la décima «orejona». Sin duda, como entonces aguantaron hasta que llegue el equipo, cuya presencia en Cibeles se esperaba en torno a las tres de la madrugada, pero que los agentes municipales con experiencia estimaban pasadas las cuatro de la mañana.
Apenas unas horas que hicieron pensar a forofos venidos de otras partes de España y del mundo que la fiesta bien valía la espera, como Omar, hincha madridista procedente de Barcelona que calculaba cuánto tardaría en llevar su bici a casa y regresar para ver al equipo poner la bufanda y ofrecer la copa a la Cibeles. También los alemanes Stefan y Julia habían hecho coincidir su visita a la capital donde vive su amigo Felipe con la celebración del Real Madrid-Atlético, que disfrutaron en un bar cercano a la plaza. «Nos íbamos a casa, pero hemos oído la música y nos hemos animado», confesaban.
Más claro lo tenían Adriana y Vanessa, dos colombianas que llevan pocos meses en la capital y que se habían, al menos en el caso de Adriana, traído la afición merengue del otro lado del mar. «Para la fiesta nos quedamos lo que haga falta», gritaban, con la música ya a todo volumen. Menos durarían Morgan y Valentina, dos italianos que habían cambiado el escenario de la Champions de su ciudad, Milán, por el de la capital de los equipos que la disputaban. «Preferíamos que ganase el Atlético, pero vamos a disfrutar igual de la celebración», explicaban, y lamentaban que la fiesta sería corta para ellos puesto que hoy regresaban pronto a su hogar.
Y mientras la plaza se llenaba de banderas blancas con el escudo del Real Madrid, algunos rojiblancos cruzaban la Cibeles con tranquilidad porque «hemos perdido con dignidad, merecíamos ganar», aseguraban. En cambio, casi todo el dispositivo policial y de Emergencias se desplazó a toda velocidad desde el entorno de la plaza de Neptuno, donde la afluencia de miles de aficionados madridistas hacía necesario el refuerzo. De hecho, los primeros hinchas se arremolinaban junto a las cámaras de televisión para rellenar los huecos de quienes faltaban por llegar.
Esperando al equipo
Pasada la medianoche arrancaba el espectáculo en el escenario con el himno clásico del club blanco coreado a todo pulmón por una plaza cada vez más llena. Con el «cómo no te voy a querer», continuaba una fiesta animada por el «speaker» radiofónico «el Pulpo» con música, baile y el sonido de las bocinas cada vez que se rememoraba el partido. También hubo espectáculo en el cielo, con las luces que se proyectaban sobre Madrid desde la misma fuente de Cibeles y que animaron la espera hasta que llegaron los jugadores. Nadie tenía la intención de irse. No hasta que los héroes de la undécima asomasen a ofrecer la copa a su hinchada.
Los jugadores y el cuerpo técnico tenían previsto viajar cuanto antes desde Milán hasta el aeropuerto Adolfo Suárez-Madrid Barajas donde les esperaban también centenares de forofos para darles la enhorabuena por el triunfo. Dos autobuses descapotables y un dispositivo policial llevarían al equipo directamente hasta Cibeles, donde la fiesta continuaría hasta que todos los jugadores hicieran su mítica conga en la pasarela que rodea a la diosa, aunque muchos confiaban en ver el sol brillar sobre la «orejona».
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