Opinión
Der Pechvogel (Cenizo)
Las pistas para esta segunda Eurocopa de Alemania no auguran gloria, escrito sea con todo el ánimo del contragafe. La española es la única federación gubernalmente intervenida
Hay lugares que inspiran y sitios que dan mal bajío. Alemania, para el deporte español, es uno de ellos. Al contrario de lo que sucede en París, donde los deportistas nacionales se han cansado de enfundarse maillots amarillos y levantar la Copa de los Mosqueteros y donde la Selección (antes de esa pavada de la Roja, que encima fue plagiada a Chile) jugó una final de la Eurocopa en lo más crudo del invierno de nuestro fútbol, 1984. Cuatro años después, la entonces denominada RFA albergó la siguiente edición de infausto recuerdo: sumarísima eliminación en la fase de grupos de los chicos dirigidos por Luis Suárez.
La memoria de los dos Mundiales alemanes no es mucho mejor, es incluso peor. El de 1974 es el último del que se ausentó la selección, apeada en el desempate del clasificatorio por Yugoslavia. Esa víspera de San Valentín, en Fráncfort, un solitario gol del bosnio Josip Katalinski eliminó a la muchachada dirigida por Laszy Kubala, para impotencia de dos ilustres hinchas presentes en el graderío del Waldstadion: Manolo Santana y Julio Iglesias.
En 2006, cuando Luis Aragonés ya horneaba a los campeones de todo, el segundo Mundial teutón supuso el segundo gran desencanto. Una españolada en toda regla, con tres triunfos convincentes en la fase de grupos y la consiguiente subida a las nubes de la moral patria, por los suelos cuando la Francia del último Zinedine Zidane (1-3) nos mandó a casa en el primer cruce directo.
En los Juegos Olímpicos de Berlín, los de Jesse Owens y Leni Riefenstahl (y un tal Adolf Hitler), no participó España por el enojoso motivo de que nuestros compatriotas andaban matándose por millares en la Guerra Civil. El ganador de la misma, el general Franco, se empeñó en que su «sucesor a título de Rey», el entonces Príncipe Juan Carlos, participase en Múnich 1972. Se clasificó con mérito el Dragón español, brillante en la regata preolímpica, pero no pudo brillar en la bahía de Kiel y quedó decimoquinto de una flota de veintitrés. Sólo se trajo una medalla la delegación nacional desde Baviera, el bronce del boxeador Enrique Rodríguez Cal en peso minimosca. Un botín bien magro a cargo de un púgil asaz canijo.
Las pistas para esta segunda Eurocopa de Alemania no auguran gloria, escrito sea con todo el ánimo del contragafe. Como en 1988, el seleccionador procede de la sub’21 (¡encima, son tocayos!), igual que aquel Iñaki Sáez que nos condujo al fiasco hace veinte años justos en Portugal. Ya me perdonará Luis de la Fuente, que es un santo varón, pero la cábala asusta.
Para colmo, la española es la única federación gubernamentalmente intervenida de las 24 que concurren en la Eurocopa, con lo poco que gusta en UEFA y FIFA que los políticos o alguien ajeno metan sus hocicos en el negociete que ellos manejan desde la vecina Suiza.
¿Y qué me dicen del factor Pedro Sánchez? En fin, no tuvo otra ocurrencia nuestro «hombre profundamente enamorado» que hacerle en el Parlamento Europa una gracieta a Manfred Weber, capitoste socialcristiano, con los nazis… con lo poco dados a ese tipo de chanzas que son por aquellos lares. Todo un gol diplomático en propia meta poco antes de que comience el torneo hoy en Múnich entre los anfitriones y Escocia. Siempre nos quedará, en fin, el talento de Lamine Yamal para enseñarles a esos herejes luteranos cómo nos las gastamos en esta tierra de María Santísima.
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