Opinión

El fútbol según Orwell: "Una guerra sin armas"

Esta Eurocopa, politizada desde su primer día con las palabras del activista de extremo centro Mbappé e incluso con el disfraz de avestruz de Unai Simón, es más que nunca la «guerra sin armas» descrita por Orwell

Los aficionados de Croacia celebran un gol frente a Albania en la Eurocopa
Los aficionados de Croacia celebran un gol frente a Albania en la EurocopaEuropa Press

Uno de los más mendaces lugares comunes de la industria futbolera es la pretendida separación entre el deporte y la política, santificada por la proclama que algún escribidor de izquierdas le fabricó a Maradona: «La pelota no se mancha», dijo el amigo de la Camorra y el propagandista del castrismo, que tanto gozó con la compañía de esas «putas tristes de Fidel» que magistralmente describió Mario Vargas Llosa. Esta Eurocopa, politizada desde su primer día con las palabras del activista de extremo centro Kylian Mbappé e incluso con el disfraz de avestruz de Unai Simón, es más que nunca la «guerra sin armas» descrita por George Orwell.

Los aguijones nacionalistas vuelven a estar afilados en el avispero de los Balcanes. Los ultras de Croacia y Albania unieron sus cánticos en Hamburgo para proclamar «muerte a Serbia», enemiga secular de ambos cuyos aficionados celebraron al día siguiente el gol de Jovic a Eslovenia alzando los tres dedos, símbolo de la Trinidad que lucían los sanguinarios chetniks, que sembraron de cadáveres la antigua Yugoslavia en las guerras de los noventa. Todavía estamos esperando, pues ocurrirá, que el suizo Shakiri celebre su próximo gol mimando el vuelo del águila para honrar sus orígenes kosovares y zaherir a sus vecinos ortodoxos.

Anteayer, Ucrania logró una remontada que es más que un triunfo deportivo ante Eslovaquia, cuyo primer ministro, Robert Fico, es uno de los torpedos lanzados por Putin al corazón de la Unión Europea. Nada más terminar el partido, Volodimir Zelenski celebró la victoria advirtiendo de que «nos espera una batalla crucial, así que mantengámonos unidos hasta el final. ¡Gloria a Ucrania!». No hablaba el heroico presidente sólo del partido contra Bélgica, pueden estar seguros de ello, como tampoco son meramente futbolísticas las hazañas de Georgia desde que sus futbolistas, con el seleccionador Willy Sagnol a la cabeza, se han posicionado con la presidenta, la europeísta Salomé Zourabichvili, frente al primer ministro Irakli Kobakhidze, un títere del oligarca Bidzina Ivanixvili que actúa sin disimulo como agente de Moscú en el Cáucaso.

El último toque de guindilla a este cóctel se lo dará el esperado brote de euforia o decepción, qué importa, de una afición turca que no está compuesta por desplazados desde Anatolia o Estambul, sino por una inmensa comunidad residente en Alemania (uno tres millones, casi el 4% de la población total) ansiosa por inundar sus calles con la bandera de la media luna pocas semanas después de los buenos resultados electorales de los arios del AfD.