Opinión

España, la selección que jamás perdía en semifinales

La desventaja que supone lanzar segundo en una tanda acaba con la infalibilidad de España en esta ronda de los grandes torneos

Morata y Jordi Alba lamentan la eliminación de España
Morata y Jordi Alba lamentan la eliminación de EspañaFacundo ArrizabalagaAgencia AP

Todo está escrito en las estrellas, nos enseñaban los sabios latinos, y el desenlace de esta semifinal así lo confirma. Así se contaba aquí mismo, el sábado, por qué la selección nacional afrontó con dos ventajas decisivas la tanda de penaltis contra Suiza. Vale el mismo párrafo: «A menudo se habla, con absoluta impropiedad, de la ‘lotería de los penaltis’. Las tandas, sin embargo, se sustentan sobre una serie de estadísticas bastante esclarecedoras. Por ejemplo, e incluso FIFA estudia una modificación reglamentaria para paliar este desequilibrio, goza de una apreciable ventaja el equipo que lanza primero. Pese a su fallo en el tiro inicial, la intervención de Busquets fue decisiva porque ganó el sorteo al que asistió como capitán y eligió comenzar chutando. Suiza venía de pasar los octavos en idéntico ejercicio y sufrió lo que España padeció en las mismas rondas del Mundial de 2002: victoria en los penaltis contra Irlanda seguida de derrota en los penaltis frente a Corea del Sur. No es una lotería, si acaso una mano de póquer con las cartas bastante marcadas». Y esta vez, como reflejaba la cara del taimado de Chiellini al ganar el sorteo, los naipes buenos estaban en manos transalpinas.

Raffaella Carrà, la diva por antonomasia, era boloñesa como la más célebre salsa para aderezar la pasta: tomate y carne picada. La italiana más amada al sur de los Pirineos falleció en la víspera de una semifinal que enfrentó a sus dos patrias, la de nacimiento contra la de adopción. Su música, optimista y vital, casa a la perfección con el carácter mediterráneo de los meridionales –para hacer bien el amor hay que venir al Sur–, pero no tanto con el fútbol que secularmente han practicado los inventores de la furia contra los maestros del atrincheramiento. En Londres, cuna del pop y capital mundial de la modernidad, España e Italia mostraron sus versiones más refinadas. El ganador y el perdedor, sobre todo éste, fueron de lo más estilosos.

La semifinal era hasta anoche tierra conquistada para España, un territorio cinco veces hollado sin tropiezo. Amancio tumbó a Hungría en la prórroga en 1964; un penalti de Sarabia, tras los consabidos milagros de Arconada, decantó la tanda contra Dinamarca en 1984; en 2008, Rusia fue víctima de una fabulosa exhibición del equipo de Luis Aragonés (3-0); el remate de Puyol contra Alemania nos mandó a la final de Johannesburgo e Iniesta; y en 2012, otra vez los penaltis apartaron del camino triunfante a Portugal. En los Juegos Olímpicos, España tampoco se detuvo jamás en semis: ni frente a Ghana (2-0) antes del oro contra Polonia en el Nou Camp ni contra Estados Unidos (3-1) como preludio de la plata de Sidney 2000.

A la hora del comienzo, tras constatar la franca desventaja de la Marcha de Granaderos ayuna de letra respecto del Inno di Mamelli, unos datos que sirven estrictamente para nada. La estadística, se dice, es el arte de mentir con precisión; y, aunque quizá sea excesiva esa debelación, no es menos cierto que resulta seguramente eficaz como explicación del pasado, pero del todo inútil para predecir el futuro. «Siempre tiene que haber una primera vez», advierte el saber popular, del mismo modo que el antiguo plusmarquista constata recién desposeído que «los récords están para ser batidos». El mismísimo Eddy Merckx, uno de los deportistas más apabullante de todos los tiempos, transita ahora por un trance así. Los fallos de Dani Olmo y Álvaro Morata, muñidores del golazo del empate, terminaron con esta infalibilidad.

La familia Morata, como la mía, es hispano-italiana, pero no parece probable que en casa de Alice Campello se celebrase el error del delantero madrileño en el penalti como entre mis primos, escaldados todavía por el 4-0 de Kiev y que rescataron el corte de mangas prolongado –esta vez por videoconferencia– con el que celebraron el gol de Roberto Baggio en Boston y la impunidad de la agresión de Tassotti sobre Luis Enrique. Las cuatro últimas Eurocopas han enfrentado cinco veces a España con Italia: dos victorias por barba en las eliminatorias y un empate en la fase de grupos. Aquí nadie ríe el último porque nunca habrá un duelo definitivo. Este serial no ha terminado. Continuará...