Brasil

Cuando un plato es un mundo

Fátima Gálvez, tras su quinto puesto en Londres, fue cuarta en foso. A falta de dos disparos acariciaba el bronce, pero no sabía que tenía ventaja y falló, para caer en la muerte súbita

La tiradora española Fátima Gálvez
La tiradora española Fátima Gálvezlarazon

No pudo ser. Fátima Gálvez, la campeona del mundo de tiro en foso, se queda todavía con una cuenta pendiente. Es la de los Juegos. Porque medallas en el resto de campeonatos las ha logrado en todos, pero sus dos participaciones olímpicas han tenido un desenlace similar y cruel. Quinta en la capital británica, cuarta en Brasil. Un puesto más adelante, pero es la posición más desalentadora: el primero después de las medallas. «Por un plato. Tanto trabajo para no lograrlo por un plato. Me dieron ganas de lanzar la escopeta cuando vi que se iba», reconoció después, ya más tranquila, porque lo pasó mal. «He llorado todo lo que tenía que llorar», admitió. Lo hizo después de saber que otra vez estaba fuera del podio. Felicitó a la oponente y se sentó mientras no paraba de decir que no con la cabeza.

No se lo podía creer la pobre Fátima, que se había metido sin muchos problemas, dentro de lo ajustado que es el tiro olímpico, en la ronda semifinal. Sonaba la música de «El bueno, el feo y el malo» mientras presentaban a las seis mujeres que iban a pelear por todo: tenían que tirar a quince platos cada una. Empezó fuerte la española, impecable en los seis primeros. Pleno. Pero este deporte se mueve en mínimos. Un plato es mucho. Un plato te lleva de la gloria a la decepción y la concentración se puede perder por lo que sea. Una mosca incluso puede tirar todo por tierra. Un soplido del viento, que había sido molesto en las series y se calmó para la pelea por las medallas. Lo que sea, y adiós. Llegó el primer fallo. Subsanable todavía. Las tiradoras cambian su posición después de cada disparo mirando al suelo, concentradas. Parecen monjes. La cabeza es lo que manda. La concentración. La capacidad de evadirse. Dos fallos casi seguidos de la española la alejaron de luchar por el oro, pero se reenganchó a la pelea por el bronce, contra la estadounidense Corey Cogdell.

Otros 15 platos. Se repite el ritual. Siempre la misma rutina antes del plato. Falló primero Fátima, pero poco después lo hizo también Cogdell. Repitió error la estadounidense cuando sólo faltaban dos tiros. Estaba ahí, dependía de ella, pero en el penúltimo lanzamiento el plato siguió volando. Empate, muerte súbita y adiós. ¿Le pudo la presión a la española? No. Lo explicó después. Había ruido en la grada y sonaba la música. No se enteró del primer error de su rival. Pensaba que lo tenía más crudo, que estaba por detrás cuando se equivocó en el decimocuarto tiro. No fue miedo a ganar. «El problema es que no se siente el cero y a mí me gusta sentir cómo voy. Pero no quiero excusas, al final también es una lotería, le podía tocar a ella o a mí», analizó la cordobesa.

El ambiente molestaba a las deportistas y las instalaciones tampoco eran las mejores. «El suelo es amarillo, no verde, sólo hay un muro verde al final, y el plato no resalta. El escenario es complicado. Pero vamos, que Corey es una crack y ha ganado», aseguró Fátima. Fue una queja, pero no una excusa. «Con lo que no estoy contenta es con el cuarto puesto. No lo admito, ésa es la decepción. Al principio he llorado, ahora siento rabia. Supongo que son fases, como la ruptura de una relación sentimental. Estaba cerca y se me ha escapado. Lo fácil que es romper un plato más y ganar una medalla, y lo difícil que es también», se lamentó.

Tendrá más oportunidades Fátima, pero ahora sólo piensa en irse de vacaciones. «Aunque sea a casa, que mi madre me haga comida buena», dijo antes de despedirse. Acababa de terminar la entrega de medalla. La australiana Skinner se colgó el oro por delante de la neozelandesa Rooney.