Jávea

París bien vale una final española

La Razón
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Abran paso al mito

¿Por qué no entregaron la Copa de los Mosqueteros el mismo viernes? Llamar semifinal al partido entre Rafa Nadal y Novak Djokovic es una lamentable confusión semántica.

Sólo me asalta una duda con respecto a esta final tan desprovista de emoción que vamos a vivir hoy. ¿Por qué no entregaron la Copa de los Mosqueteros el mismo viernes? Llamar semifinal al partido entre Rafa Nadal y Novak Djokovic es una lamentable confusión semántica. El campeón, máxime cuando es la única persona que ha ganado ocho veces un mismo torneo grande, merece ser investido al término de una pelea épica y no como remate de una becerrada. La arbitrariedad del incomprensible ranking ATP y el error de la organización al no reordenar a los cabezas de serie como se hace en Wimbledon propiciaron una final «avant la lettre», como dirían en el mismísimo París. El ganador de Roland Garros 2013 debe ser Nadal, lo es ya salvo accidente, porque el destino lo ha ungido como el deportista más fabuloso que ha visto esta generación.

Siento una inmensa admiración por David Ferrer, un jugador que ha vencido a los fantasmas de su carácter para convertirse en el mejor de los humanos. Su torneo es tan impecable como marca ese balance de sets (18-0) que ha lucido hasta las semifinales. No merecía terminar esta quincena magnífica con un severo rapapolvo. Deberían haberle colgado la medalla de bronce tras ganarle a Tsonga o haberse apostado una botella de champán con el francés en el partido que designaba al mejor de los terrícolas. Los extraterrestres juegan otra liga también en el tenis, pero sin necesidad de que Bankia ni TV3 financien los fichajes. Una victoria del alicantino sólo podría ser considerada una anomalía después de la decena de finales que ha perdido contra su compañero de Copa Davis. Nos gusta el deporte por su capacidad para sorprendernos, pero una derrota de Nadal sería más que una sorpresa; sería una broma pesada de los traviesos duendecillos de la tierra batida.

Lucas Haurie

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¿Otra de David y Goliat?

En la balanza de merecimientos prevalece el equilibrio; aunque quizá el romanticismo y la trayectoria del, en teoría, rival más débil desvían la mirada y el guiño de Manacor hacia Jávea.

S i en esa fabulosa montaña rusa que fue la semifinal del viernes hubiese perdido Nadal con Djokovic, no ocultaría un sentimiento de rabia; pero ganó. Inmensa alegría, pues; emoción indescriptible y espíritu efervescente henchido de euforizantes burbujas, grandes como balones de playa. Satisfacción absoluta sin pizca de remordimiento en el cuarto Roland Garros que ganó a Federer; también cuando el necio de Soderling y el pesado de «Nole» mordieron el polvo rojo de la Philippe Chatrier. Pero hoy es distinto, por las emociones encontradas y porque David, como Rafael, también es uno de los nuestros. No obstante, empezaré a alegrarme del casi imposible triunfo de Ferrer por esta frase de Rafa, basada en una hipótesis: «Si pierdo esta final, con el paso del tiempo me sentiré feliz por David». Le costará a Nadal asimilar la improbable derrota ante su amigo porque es un ganador y la conquista de la octava Copa de los Mosqueteros sería un hito: sólo él. El titular, fácil, previsible: «Nadal es único». En la balanza de merecimientos prevalece el equilibrio; aunque quizá el romanticismo y la trayectoria del, en teoría, más débil desvían la mirada y el guiño de Manacor hacia Jávea. En el capítulo de estadísticas, el abismo, superior incluso al de las cualidades. Rafa es mejor tenista, mejor que cualquier adversario en tierra, e incomparable en esta superficie. Sí, ya, pero David merece la victoria. Si la consiguiera, no cabría la «tristeza, ese don del cielo» que describió Amado Nervo, ni «el pesimismo, una enfermedad del espíritu». Si David venciera a este Goliat de corazón gigante, Pilar y Jaime, los padres de Ferrer, mejorarían considerablemente las marcas del libro de las alegrías porque nunca han disfrutado de una como ésta. Ana María y Sebastián están más habituados, si bien el éxito nunca es suficiente.

Julián Redondo