Opinión

Iglesias, ¿rumbo a Pyongyang?

Su pobre argumentario económico no se sostiene y seguro que si tuviera que elegir se iría de cabeza a Seúl antes que a Corea del Norte

Pablo Iglesias no aguanta un asalto. Dialécticamente hablando, claro está. Al margen de consideraciones políticas que no me corresponden está su pobre argumentario económico. Ni siquiera es necesario recordar que pretende someter a los madrileños a la misma presión fiscal confiscatoria que en Cataluña o que defiende a los que lanzan piedras contra los comercios. Basta con proponer una simple hipótesis para desnudar y escarnecer su comunismo caribeño de un plumazo.

Supongamos que solo existieran dos países en la Tierra: Corea del Norte y Corea del Sur. Estoy seguro de que nadie en su sano juicio elegiría vivir al norte del paralelo 38 por muy socialista o comunista que se declare. Raritos siempre hay, claro está. Pero me juego lo que quieran a que Iglesias no optaría por mudarse desde Galapagar a Pyongyang y se iría de cabeza a Seúl. Y no solo porque el clima es más benigno, algo a tener muy en cuenta.

Y es que la historia nos lo dice todo. Por no retrotraernos a las dos Alemanias partidas por el muro, a Cuba o Venezuela, analicemos por qué Iglesias renegaría en este supuesto de sus vetustas convicciones bolivarianas para abrazar el capitalismo sin titubeos. En 1948, cuando surgen ambos países, el norte de la Península de Corea era de lejos la parte más industrial y desarrollada, mientras el sur era pobre y agrícola. De hecho, fue el Norte el que lanzó la invasión del Sur en 1950.

Al término de la guerra, Corea del Sur era el segundo país del mundo con menor PIB per cápita. Cuarenta años después ingresaba en la OCDE como país desarrollado. Eso sí es una revolución y no lo que se vivía al otro lado de la zona desmilitarizada. Es cierto que el llamado «milagro del río Han», por el cauce que atraviesa Seúl, se cimentó bajo una dictadura militar –un modelo replicado por China–, pero también lo es que en la década de los 80 del pasado siglo recuperó la democracia liberal con plenas garantías, mientras que en el Norte seguían bajo un régimen despótico-hereditario y en el limbo del día de la marmota.

En la década de 1970, el país invirtió en instalaciones de la industria química y pesada, logrando establecer así las bases para la exportación. En los 80, ya era una referencia tecnológica en Asia, solo superada por Japón, Taiwán, Singapur y Hong Kong. En los 90, sus marcas comenzaban a despuntar, aunque todavía representaban una tercera o cuarta gama. Pero con perseverancia, sus empresas dieron el salto definitivo con el cambio de siglo. Así, las exportaciones de Corea del Sur, que apenas llegaban a los 32 millones de dólares en 1960, sobrepasaron los 10.000 millones en 1977, y rondaron los 605.000 millones en 2018. En consecuencia, el PIB per cápita pasó de 67 dólares en 1953, cuando se fundó la primera república, a los 31.349 en 2018.

Mientras, en el Norte aún está prohibido volar cometas –sabe Dios por qué–, el sarcasmo, viajar, navegar por internet, vestir «jeans», elegir el corte de pelo y siguen despertándose a toque de sirena. Y solo hay un coche por cada 1.000 habitantes. Así, ¿quién va a ser el bobo que defienda el socialismo?