Crisis de suministros

La revuelta Bóxer

La historia entre Occidente y China está llena de recelos que se mantienen hoy

En 1898, la China de la dinastía manchú, la última en reinar en el gigante asiático con más pena que gloria, estaba dominada por las potencias occidentales tras su derrota, 60 años antes, en la Primera Guerra del Opio. Con el país inundado de adormidera cultivada en las posesiones inglesas de India, como consecuencia del lucrativo comercio liderado por un cirujano escocés de apellido Jardine y otros tantos narcotraficantes británicos, la balanza comercial se decantó a favor de las potencias occidentales y la dinastía Quing tuvo que abrir los puertos al comercio con Europa, hasta entonces limitados al de Cantón. Además, Hong Kong pasó a manos de otra dinastía, la Hannover de la Reina Victoria.

Ante el poderío militar extranjero surgió en el norte de China una milicia en la que muchos de sus miembros practicaban el «boxeo chino», de ahí su nombre en inglés: los Bóxer. La revuelta nacionalista fue creciendo a medida que se extendía el odio a los extranjeros, la adicción al opio y el control del comercio y los puertos. El apoyo de la emperatriz Dowager Cixi a la causa bóxer hizo caer Pekín en sus manos y miles de cristianos chinos se refugiaron en el Barrio de las Delegaciones. La inacción del Ejército imperial derivó en un asedio a las embajadas occidentales. La llegada de 20.000 soldados acabó con los bóxer, abandonados por la propia emperatriz Cixi.

Hoy, casi siglo y medio después de aquellos tiempos, el recelo entre Occidente y China prevalece pese a que las abismales diferencias culturales se han acortado. La pandemia ha revelado la brutal dependencia global de las manufacturas chinas y la destrucción industrial en Occidente provocada por la deslocalización de las grandes empresas. Sin embargo, parece que algo está cambiando. La producción fabril se ha recuperado con fuerza en Europa y los gobiernos alientan la reindustrialización como contrapeso al hundimiento del turismo. La revuelta bóxer se ha dado la vuelta y ahora son los europeos y americanos los que demandan productos «hechos en casa» y recelan del «Made in PRC». ¿Cuánto durará? Lo que controlemos nuestra adicción al consumo masivo.