Empresas

La desgastada marca CEOE inicia la ruta hacia el cambio

Los guiños de Garamendi al Gobierno le castigan entre los empresarios frente a Virginia Guinda, la primera mujer que podría liderar la patronal

La candidata a la presidencia de la CEOE, Virginia Guinda
La candidata a la presidencia de la CEOE, Virginia GuindaDaniel GonzalezAgencia EFE

Algo ha cambiado en las melancólicas estructuras de la CEOE. Por primera vez, una mujer, Virginia Guinda, se presenta a las elecciones de la gran patronal. Si al puñado de grandes empresarios que en 1977 crearon las estructuras de la organización les hubieran dicho que una ingeniera industrial, empresaria que paga las nóminas de sus trabajadores, y avanzada en economía circular iba a optar a la presidencia de aquello que estaban trabando, probablemente se hubieran atragantado con el coñac. El emblemático restaurante madrileño Mayte Commodore, cenáculo de poderosos de la época, fue el elegido por un grupo de grandes empresarios para aproximar ideas en torno al germen de la organización.

Carlos Ferrer Salat, Rafael Termes, el conde de Montarco, Félix Mansilla, José Antonio Segurado y José María Cuevas fueron algunos de los que compartieron almuerzo en aquel Madrid donde las manifestaciones eran el pan de cada día, las horas de trabajo perdidas por huelga se cifraban en 171 millones y los empresarios no acertaban a abordar la situación laboral. Solos en la defensa de sus intereses, los precursores de la fundación de la CEOE decidieron organizarse para defender sus intereses mientras la sociedad se revolvía contra viejas estructuras.

Fue en «Mayte» donde expusieron el abandono al que creían estar sometidos por los políticos de UCD, unos tecnócratas que, en su opinión, habían hecho carrera en la Administración, pero nunca conocieron las tripas de una empresa. Aquel almuerzo desembocó en un acuerdo en el que se pusieron las bases de la futura CEOE y la constitución de las diferentes asociaciones en una España aún sin autonomías y con un extraordinario conflicto en las fábricas.

Fue nada más aprobarse la Ley Reguladora del derecho de asociación sindical y de creación de organizaciones empresariales cuando se empezaron a formar las patronales sectoriales y confederaciones con el fin de acoger también a las pequeñas y medianas empresas. Carlos Ferrer Salat, fundador y primer presidente de la CEOE obró el milagro de aquella integración desde 1977, cuando ser empresario en España no era fácil. Y no solo por el riesgo que se asume, también por la imagen que por entonces se le atribuía: el patrón. «Por cada obrero parado, un patrón ahorcado», se escuchaba a gritos en las manifestaciones que se multiplicaban por el país.

Basaba Ferrer Salat la economía moderna en la competencia, la flexibilidad del sistema, la contención del gasto público, el potenciamiento del ahorro y la inversión, la moderación de los costes empresariales y energéticos, y el fomento de la innovación tecnológica. Aquellos principios, bien podían valer hoy. También sus declaraciones en torno al esfuerzo para llegar a acuerdos con el Gobierno socialista de González para sacar a España de la crisis. «Siempre ha de tener presente el Gobierno que esta actitud no supone, ni mucho menos, ayudar a realizar un programa socialista», zanjó.

En aquella conferencia ante decenas de empresarios, Ferrer Salat dejó clara, una vez más, la independencia de la CEOE, cuestionada por muchos 45 años después con otro presidente y otro Gobierno socialista: Garamendi-Sánchez. El exceso de complicidad del vasco con el Ejecutivo le ha pasado factura, abrasándolo entre críticas por su servilismo, falta de diálogo interno y transparencia. También a la marca, percibida como el bastón del Ejecutivo en el que apoyar su estrategia social.

La aprobación de la reforma laboral, la subida de las cotizaciones y del salario mínimo interprofesional y el perjuicio para pymes y autónomos gracias a los acuerdos rubricados entre el Gobierno y la CEOE han hecho añicos la relevancia social que la organización adquirió tras su participación en la Concertación social y el liderazgo del que gozó con José María Cuevas, segundo presidente de la gran patronal, a la que durante 20 años llevó a lo más alto. Nunca la CEOE tuvo el papel institucional que Cuevas le otorgó gracias a su liderazgo, que supo amplificar más allá de nuestras fronteras con la creación del Consejo de Promoción exterior para proyectar a las empresas españolas. El propio Garamendi apeló a él durante su discurso en la candidatura a las elecciones de 2014, queriendo –dijo– emular al carismático presidente durante un mandato al que no llegó. La herencia de Cuevas es rememorada estos días previos a la cita electoral para elegir al patrón o patrona de patrones.

Sin embargo, en las angostas salas de Diego de León, el fantasma del expresidente no aparece por ningún sitio. Gobierno y sindicatos consideran a la CEOE su «marioneta». Utilizan a los empresarios para achacarles los males de España, ejemplo de «tiranos» que cobran más de 300.000 euros, el sueldo de Garamendi, mientras «la clase media y trabajadora» sufre los recortes de la crisis. Cuevas, que se formó en la negociación en la lucha de las relaciones laborales de la democracia, supo afrontar el gran reto de la inmigración y la globalización y jugó un papel fundamental en la reforma laboral entre empresarios y sindicatos en mayo de 1997, años después de haber firmado el Acuerdo Económico y Social, clave en el proceso de pacificación de las relaciones industriales en España. Con un carisma indiscutible durante sus 23 años de mandato, fue sustituido por Gerardo Díaz Ferrán, el más polémico de los presidentes de la patronal. Sus intereses empresariales y la quiebra de sus negocios empañaron una gestión a golpe de titulares. Se estrenó con un alegato en favor de la privatización de los servicios públicos, remarcando que «la mejor empresa pública es la que no existe» cuando las mareas de distintos colores bramaban en Madrid contra las políticas del Gobierno de Esperanza Aguirre, de la que dijo que «es cojonuda».

Los problemas con sus empresas le obligaron a dimitir y dejar paso a Juan Rosell, que se enfrentó al reto de dignificar una marca lastrada. En plena crisis financiera, primero con Zapatero y después con Rajoy, supo mantener una colaboración discreta con ambos y engrasar relaciones con empresarios de otros países europeos, allanando así las relaciones bilaterales de ambos Ejecutivos. El catalán se empeñó en llevar a la CEOE a un proceso de transformación, sobre todo, financiera. Saneó las cuentas, sometió a la organización a auditorías y aplicó el código ético. Negoció la primera Reforma Laboral del Gobierno de Rajoy en momentos convulsos, con el telón de fondo de la huelga general de mayo de 2012, que le llevó a declararse partidario de regular ese derecho.

Tras 45 años desde su fundación, la CEOE afronta sus sextas elecciones, con la candidatura por primera vez de una mujer, Virginia Guinda, que ya ha adelantado lo que para ella debería ser la patronal «de todos». «Es necesario contar con una CEOE que sea una pieza clave en cualquier negociación para el avance del país en una situación de crisis como la que vivimos». Toda una declaración de intenciones para presidir la organización desde la experiencia y el conocimiento.