Economía

El final de los tiempos modernos

El Banco Central Europeo empieza a sugerir posibles repuntes de la inflación y advierte sobre la posibilidad de que haya más que un parón en la política de bajada de los tipos de interés

La consellera de Hacienda, Ruth Merino, junto a la ministra María Jesús Montero
La consellera de Hacienda, Ruth Merino, junto a la ministra María Jesús MonteroLa Razón

Oscar Wilde (1854-1900), el de «El retrato de Dorian Gray», en su atribulada, polémica y moderna vida afirmaba que «esperar lo inesperado es señal de un espíritu profundamente moderno».

Los problemas surgen el día después de lo inesperado. Para algunos es el final de los tiempos modernos y el principio de «un cambio de paradigma», sobre todo económico, apunta Russell Napier, cofundador de la firma de investigación financiera Erc y profesor honorario de la Universidad Pública de Stirling (Escocia) y el hombre que en el verano de 2020, cuando todavía había tipos de interés negativos, anticipó la vuelta de la inflación.

Ahora insiste en que asistimos a «un cambio global visible y evidente que conduce al mundo desarrollado hacia un nuevo orden en el que los Gobiernos tendrán un mayor control de las economías y de la creación de dinero». «Y eso –apostilla– tendrá consecuencias (...) y sin que la mayoría de la población se de cuenta de ello».

Vaticina también «una etapa de represión financiera estructural que se mantendrá durante 15 o 20 años», algo que, claro, la irrupción en el escenario como elefante en cacharrería de Donald Trump, que liquida los tiempos modernos, añade más incertidumbres. Es lo inesperado después de lo inesperado.

Napier indica que la represión financiera forma parte del cambio de paradigma económico y provocará cambios que los Gobiernos necesitan para mantenerse a flote con unas deudas que, de otra manera, serían insostenibles.

Un ejemplo cercano sería el plan de quita de deuda a las autonomías de María Jesús Montero, que enmascara que se pagará entre todos y que incluso puede ser todavía algo más caro.

«La represión financiera –insiste Napier– también significa robar dinero a los ahorradores, a las personas mayores, de forma lenta. La parte lenta es importante para que el dolor no sea demasiado evidente» y eso se logra con inflación y con el propósito de algunos –con los Gobiernos a la cabeza– de convencer que debería permitirse una inflación superior al 2%, una relajación que podría llevarla hasta el 4% o el 6%, lo que supondría –si se enquista– un largo periodo de tipos de interés altos.

Donald Trump, con su política de aranceles, que hay quien duda que entienda de verdad, y que justifica con argumentos disparatados, puede encarecer todo en Estados Unidos, mientras al mismo tiempo presiona a la Reserva Federal (FED), que preside Jerome Powell, para que abarate el precio del dinero.

Jordi Gali, que junto con Olivier Blanchard y Michael Woodford acaba de obtener el Premio Fronteras de Conocimiento en el terreno económico de la Fundación BBVA –a veces antesala de los Nobel– está convencido de que el jefe de la FED resistirá los embates del inquilino de la Casa Blanca, pero nadie lo puede garantizar.

En la Europa obligada a buscar su sitio después del final de los tiempos modernos, con un horizonte repleto de incertidumbres, el Banco Central Europeo (BCE), que preside Christine Lagarde, tiene por delante una papeleta complicada y de la que, en buena parte, depende la estabilidad.

El euro, al fin y al cabo, es la última frontera de la prosperidad, aunque renqueante, del viejo continente. En el BCE quizás no hay unanimidad sobre las políticas que hay que aplicar de forma más inminente, pero todo apunta a que, como reacción preventiva ante las nuevas circunstancias, habrá un parón en el proceso de bajada de los tipos de interés, por otra parte, bajos en términos históricos.

Isabel Schnabel, alemana, miembro del Comité Ejecutivo del BCE, para muchos partidaria de una política monetaria restrictiva –y por ello encasillada en el grupo de los «halcones» frente al de las «palomas», acaba de advertir en Londres que «mantener la estabilidad de precios requerirá tasas de interés más altas en el futuro que antes de la pandemia».

También, en nombre del BCE ha precisado que la era de la tendencia de una inflación a la baja, de forma persistente, quizá «haya llegado a su fin». De alguna manera coincide con él, para muchos catastrofista Napier, porque como voz de la autoridad monetaria de la Unión Europea, explica que lo que ocurre es que «estamos» en un proceso en el que se pasa de «un exceso de ahorro» a «un exceso de bonos global».

De hecho, aunque eso no lo mide el BCE, pero lo conoce, la deuda mundial ha alcanzado la inimaginable cantidad de 303 billones, con «b» de barbaridad y burrada, de dólares, y de ella una gran parte en bonos emitidos por los distintos Gobiernos. Es una inmensa burbuja de deuda que puede estallar y que, entonces sí, sería el definitivo final de los tiempos modernos, por muy moderno que fuera esperar lo inesperado como sugería Oscar Wilde.