Trabajo
La nueva profesión que se populariza en China por la presencia de rascacielos muy altos: no tardará en llegar a España
Una nueva forma de generar ingresos que ayuda a ahorrar tiempo en los edificios más altos
Con el paso del tiempo las ciudades van aumentando cada vez más su tamaño. Lo que antes eran barrios tranquilos de casas pequeñas ahora son grandes conglomerados de rascacielos que alcanzan las nubes. Muchos ven esto como algo negativo, sin embargo este crecimiento urbano a menudo trae oportunidades donde menos te lo esperas.
Un nuevo trabajo surge en China gracias a los rascacielos
China es un país en constante crecimiento. Es por esto que cada vez más edificios adornan el skyline de sus ciudades. Sin embargo, la altura de alguna de estas megaconstrucciones ha acarreado varios problemas de logística.
En un edificio de más de 70 plantas y un millar de trabajadores, coger el ascensor puede ser una auténtica tortura, especialmente a la hora de comer. Edificios como el SEG Plaza que cuentan con un centenar de oficinas, han convertido la hora del almuerzo en todo un desafío logístico ya que en hora punta la espera para bajar puede prolongarse hasta media hora. Esto supone un gran trastorno para los repartidores tradicionales que a menudo se ven incapaces de completar pedidos correctamente.
A este problema ha surgido una insólita solución que probablemente muy pronto veamos en las ciudades españolas más grandes: Unos improvisados intermediarios que reciben las bolsas de comida en la entrada y, a cambio de una pequeña comisión, asumen el último tramo hasta el cliente.
¿Quiénes son estos repartidores improvisados?
Estos corredores acostumbran a ser jóvenes y jubilados que se ofrecen como "sustitutos de reparto" a cambio de unos 2 yuanes (aproximadamente 24 céntimos) y entregan la comida al cliente en el edificio.
No es un empleo ni estable ni bien remunerado pero representa una oportunidad de ingreso rápido. Esto en una gran ciudad como Shenzhen basta para atraer tanto a estudiantes en vacaciones como a personas mayores que no tienen otro modo de ganarse la vida.
Un nuevo mercado
La demanda de este nuevo empleo ha derivado en estructuras organizadas. Personas como Shao Ziyou han sabido hacer de este nicho todo un auténtico mercado. Siendo uno de los primeros en tomar parte en este oficio en el SEG Plaza, Shao ha tejido una red de ayudantes a los que subcontrata las entregas, quedándose con una pequeña fracción de cada pedido. En jornadas normales, coordina entre 600 y 700 órdenes creando todo un sistema logístico paralelo.
Los repartidores lo conocen y confían en él, lo que le otorga una fuerte ventaja respecto al resto de intermediarios. La pandemia del COVID-19, que paralizó el mercado electrónico del edificio, consolidó esta práctica al dispararse la dependencia del reparto de comida.
Problemas y precariedades
El creciente aumento de intermediarios ha generado enfrentamientos y dinámicas de rivalidad entre corredores. Muchos idean todo tipo de técnicas para lograr llegar antes, como por ejemplo entregar la comida por drones.
Además, los errores en las entregas conllevan sanciones para los repartidores reales que son multados por las plataformas si los pedidos no llegan. Estos transmiten sus quejas a los corredores, que acaban en escenas de discusiones en plena calle por direcciones equivocadas o clientes insatisfechos se han vuelto habituales.
Un trabajo al borde de la legalidad
Este trabajo a pesar de ser una práctica tolerada, no está recogida por ningún marco legal. La mayoría de corredores no tienen ni contrato, ni seguro ni derechos laborales. Debido a esto, muchos niños pequeños comenzaron a trabajar en este mercado. Las imágenes de escolares con uniformes persiguiendo repartidores generaron tanta polémica en redes que las autoridades locales tuvieron que intervenir y prohibieron el empleo de menores por motivos de seguridad.
Desde entonces, solo los mayores de 16 años pueden desempeñar esta actividad, aunque sigue sin estar registrada como un trabajo real.