Opinión
La paradoja española
El espejismo en el que vive el Gobierno tiene fecha de caducidad y nos encontraremos con los mismos males de siempre: paro estructural, precariedad, salarios bajos, inflación, hogares endeudados y unas cuentas públicas tensionadas
La economía española crecerá este año más que la de la mayoría de nuestros socios europeos, un dato que a primera vista debería ser motivo de orgullo y que se presenta como una señal de fortaleza frente al estancamiento de otros países. Sin embargo, la paradoja es evidente: lideramos las previsiones de crecimiento, pero seguimos soportando la tasa de paro más alta de la UE, acumulamos un déficit estructural que no se corrige, arrastramos una deuda pública que crece sin freno y sufrimos una inflación que erosiona los salarios, reduciendo el poder adquisitivo de los hogares, situando el IPC de julio en el 2,7%.
Lo más preocupante es que, a diferencia de otras economías, España combina ese escenario con unos sueldos persistentemente bajos, lo que convierte el crecimiento en un fenómeno que apenas se traduce en bienestar para la mayoría de la población.
Este aparente dinamismo no responde a una transformación de nuestro modelo productivo, sino a estímulos externos que mantiene artificialmente en marcha la economía, los fondos europeos, de los que acabamos de recibir más de 23.000 millones y la deuda pública que en, sólo en mayo, ha crecido en 27.466 millones. Gracias a esta inyección extraordinaria de recursos, el Estado ha multiplicado el gasto y ha financiado proyectos que sostienen la demanda interna, lo que unido al empuje del turismo internacional y a la estabilidad relativa de rentas públicas como pensiones o empleo público creciente, se proyecta una imagen de vitalidad que quizás no se corresponde con la realidad de fondo.
Basta con observar la vida cotidiana, centros comerciales abarrotados y, al mismo tiempo, calles con decenas de locales cerrados, síntoma de que el consumo existe, pero se concentra en determinados espacios mientras gran parte del tejido productivo, el pequeño empresario, se debilita.
El problema es que este espejismo tiene fecha de caducidad y cuando se agoten los flujos europeos o nos corten el grifo de la deuda, nos encontraremos con los mismos males de siempre: paro estructural, precariedad laboral, salarios bajos, inflación persistente, hogares endeudados y unas cuentas públicas tensionadas. El riesgo es haber desaprovechado una oportunidad histórica para invertir en productividad, innovación y capital humano, conformándonos con dopar el consumo y maquillar las estadísticas.