Editoriales

Sánchez en la hora de la moderación

El presidente del Gobierno tiene que marcar distancia con la estrategia del frentismo

Tal vez sea impropio trasladar la inapelable victoria de Isabel Díaz Ayuso al conjunto de España, pero, con todas las cautelas que se quieran poner, lo cierto es que los dos partidos que conforman la alianza gubernamental, el PSOE y Unidas Podemos, han sufrido en las urnas madrileñas un voto de castigo que no debe ser ignorado, especialmente, en el seno de los socialistas, porque tiene causas propias que escapan a la socorrida excusa del desgaste en el ejercicio de gobierno. Así, que el 10 por ciento de los antiguos votantes socialistas se hayan decantado por el Partido Popular, casi el mismo porcentaje que decidió abstenerse, puede explicarse tanto en la deriva del discurso tradicional socialista hacia la radicalidad, más acusada, aun si cabe, en la reciente campaña electoral –donde la exhibición del espantajo del fascismo y las acusaciones de riesgo de muerte de la democracia han desbordado sobradamente el marco de la realidad–, como en la percepción negativa de muchos simpatizantes del PSOE sobre la excesiva influencia que ejercen los socios de Pablo Iglesias en las decisiones del Ejecutivo.

No se trata, por supuesto, de eximir de su responsabilidad en la derrota al candidato socialista, Ángel Gabilondo, que se dejó arrastrar por la estrategia frentista de la extrema izquierda, pero sí de dejar constancia de que muchos de sus electores no se han sentido identificados con la gestión gubernamental de la pandemia ni con una política excesiva en gestos populistas, que, luego, no se traducían en hechos. Sin duda, la coalición ha quedado más tocada por el lado de Unidas Podemos, con su líder dimitido e inmersa en una crisis interna de compleja resolución, lo que, necesariamente, refuerza el papel de los socios externos del Gobierno, principalmente el PNV y ERC, para llevar a término la legislatura.

El problema es que se trata de aliados con agenda propia, que no despiertan, precisamente, mucho entusiasmo entre los votantes socialistas más moderados y que, además, en el caso de los republicanos catalanes, vienen condicionados por unos acuerdos de imposible cumplimiento. Ciertamente, no tiene mucho margen de maniobra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, esclavo de sus pactos de investidura y con una mayoría parlamentaria exigua, pero sí puede marcar distancias con esa estrategia basada en la dialéctica del frentismo y en la imposición ideológica de las relaciones sociales, que ha sido inequívocamente rechazado por el resultado de las urnas en Madrid. Un retorno, en definitiva, a la esencia socialdemócrata que hizo del PSOE la fuerza mayoritaria de la izquierda en la Transición y que muchos de sus votantes echan de menos. Ya se ha ido Pablo Iglesias y los obstáculos parecen mucho menores.