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Editorial

Sánchez no tiene remedio ni lo pretende

Es una cuestión de Estado y a la vez una emergencia nacional pasar la página del peor presidente

Pedro Sánchez comparece para hacer balance del curso político Eduardo ParraEUROPAPRESS

No era necesario ser un virtuoso futurólogo para pronosticar en torno al balance de Pedro Sánchez sobre el curso político ni tan siquiera sobre el bochornoso simulacro que el aparato monclovita se atreve a calificar de rueda de prensa y que no fue más que cuatro preguntas institucionales seguidas de monótonas respuestas y espantada por los pasillos de palacio. Así que el presidente del Gobierno se mostró ante el auditorio orgulloso de haber proporcionado a los ciudadanos el mejor de los mundos posibles. No escatimó elogios ni bondades ni terciopelos ni almíbares dedicados a su persona y a sus hitos. Como prueba de su incontinente felicidad sirvan estas perlas: «Hoy España tiene una situación económica como ningún otro país europeo»; «crece, crea empleo y reduce la desigualdad como nunca»; «la España real es un modelo de éxito a seguir en el mundo»; «no voy a decir que tenemos las calles más seguras, pero casi»... y así podríamos continuar «In aeternum». El soliloquio despachó otro festival de propaganda oficial marca de la casa con la tormenta perfecta de datos y gráficos con el engaño, la manipulación y el desfase como hilos conductores. El relato sanchista, sobradamente manoseado en estos siete años, envió el mismo mensaje simplista, polarizador y populista que embadurna la España que funciona, que es la suya, y la que no, la del otro lado del muro, la de los gobiernos «ultraderechistas», donde situó lo que ensombrece el país de las maravillas. Lo resumió en que esas administraciones están desmantelando el sistema público para entregárselo a empresas privadas. Sánchez ha naturalizado tanto la anomalía, la excepcionalidad democrática y la adulteración constitucional enfocadas en su deriva personalista que ni se inmuta ni lo oculta. Abiertamente, se reafirmó en que agotará la legislatura con o sin Presupuestos, con o sin legislativo, con o sin mayoría en el hemiciclo, con o sin aval ciudadano. Presumió de fortaleza con una ratio de victorias y leyes aprobadas convertida en una «inventada». Se jactó de lo que carece, como sabe bien. La cuestión era obvia: si su gestión resulta tan perfecta, ¿por qué admite que si convocara elecciones arrasaría el centro derecha? ¿Por qué las encuestas lo rubrican? Eludió la corrupción, que asfixia su Presidencia y cuyo alcance judicial es la razón última de que se pertreche para atrincherarse en Moncloa. Los procesos abiertos a su familia y sus colaboradores son espadas de Damocles. El futuro no está en sus manos y sus socios pueden darlo por amortizado en cualquier momento. Nunca conectó con la mayoría social, pero es que ahora le es hostil, por más que clame que los españoles son más ricos con él. Núñez Feijóo entendió bien que su objetivo debe centrarse en limitar el daño a la democracia y prepararse para derogar el sanchismo. Es una cuestión de Estado y a la vez una emergencia nacional pasar la página del peor presidente.