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Cursar estudios superiores es rentable

Un egresado universitario cobra un 26% más que una persona con estudios de Primaria, pero las universidades necesitan transmitir con más claridad por qué estudiar un posgrado es una buena opción

Unos alumnos en las pruebas de la Evau
Unos alumnos en las pruebas de la EvauMariano Cieza MorenoEFE

Estudiar es rentable. Es cierto que se ha producido una reducción en todos los países desarrollados de la prima por conseguir una mayor educación, pero la diferencia se mantiene relevante. Así, los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) fijan el salario medio en España en 2019 en 1.982 euros. Una persona que hubiese completado sólo estudios de Primaria, en media, percibiría un sueldo un 32% inferior (1.350 €), mientras que un egresado universitario tendría una nómina un 26% por encima (2.493 €). Dentro de la educación superior la diferencia entre egresar de un grado o un conseguir un máster o doctorado también es sustanciosa. Los datos de la OCDE señalan una diferencia de un 24% entre los emolumentos medios de los dos grupos de universitarios y muestran que, como he dicho al principio, estudiar compensa.

Este principio debía servir para que cualquier joven apurase al máximo sus capacidades y sus deseos de esforzarse para conseguir lo que los profesores de Harvard Dani Rodrik y Stafenie Stancheva llaman un «buen trabajo», es decir, aquel que permitiría a cualquier trabajador mantener una familia de forma desahogada, conforme a sus expectativas y crecer y desarrollarse en él para tener una satisfacción personal derivada de su participación en la sociedad. Dicho de otra forma, al menos llegar a fin de mes desahogadamente y poder permitirse un caprichillo de vez en cuando.

Sin embargo, no todo es tan fácil. A pesar del rebote post pandemia, la tasa de desempleo juvenil en España se mantiene entre las más altas de la OCDE, y aunque es cierto que finalizar estudios universitarios favorece encontrar empleo y que éste sea de mayor calidad en cuanto a su remuneración y estabilidad, todo lo anterior no evita que haya una combinación de innovaciones tecnológicas y económicas vinculadas a la revolución digital creando o exacerbando un dualismo productivo/tecnológico.

¿Cómo se preparan los estudiantes para afrontar estos retos? Los procesos de aprendizaje y la adquisición de nuevas competencias que sirvan para mejorar el capital humano son procesos complejos. El gran problema es acertar con los estudios más ajustados a las necesidades del mercado y a los gustos personales. Y las universidades necesitan transmitir con más claridad por qué estudiar un postgrado puede ser una buena opción y no un desperdicio de tiempo y dinero. Esta falta de información afecta a la tasa de transición (porcentaje de personas que terminan un grado y deciden cursar un máster) del grado a la universidad. A pesar de que ha crecido con las sucesivas crisis, se sitúa sólo en el 23%, por debajo de la media europea. Y eso a pesar de que desde 2018 los precios del crédito de ambos programas pueden ser iguales y de que se ha producido una continua reducción en el coste de los programas públicos.

Pero ¿cuáles deberían ser las razones para hacer un máster? Si se repasa la literatura que analiza los motivos que contribuyen al éxito académico en el ámbito se puede destacar las vinculadas a preparación de cara a las necesidades del mercado de trabajo. España, como no, tiene algunas especialidades al respecto.

Un hecho diferencial español es el elevado número de jóvenes egresados que directamente reingresan a la universidad tras el grado. En los países de nuestro entorno se prima una rápida incorporación al mercado de trabajo que permita saber si el camino elegido es el correcto. Una vez tenido este contacto con el empleo se fomenta la realización de un máster que facilite la especialización para adquirir nuevas competencias, la construcción de redes de contactos para el desarrollo profesional o, en el caso de la investigación, el acceso al doctorado. También permite un viraje en la carrera profesional tras verificar que los estudios de grado cursados no se acomodan a las perspectivas iniciales.

Sin embargo, las elevadas tasas de desempleo entre los jóvenes egresados y la escasa capacidad de orientación laboral del sistema público hacen que ese comportamiento sea en España una excepción. Esto redunda, por ejemplo, en que la edad media de graduación de los estudiantes universitarios españoles sea sensiblemente más baja que la de la mayoría de los países de la OCDE a pesar de ser los estudios de grado españoles un 33% más largos.

El reto de la universidad pública

Otro aspecto en el que España se comporta de forma distinta es en la escasa utilización de los programas de postgrado como instrumento de la formación a lo largo de la vida. Es habitual en países de nuestro entorno realizar un máster para actualizar conocimientos en un área concreta que haya evolucionado muy deprisa o donde no se tenga una educación formal. Lo mismo sucede con aquellos que, por interés personal desean estudiar en un área lejana a su formación personal. El itinerario formativo ibérico pasa por adquirir un nuevo grado, mientras que la mayor parte de nuestros vecinos suelen cursar un máster que aproveche los conocimientos previos y proporcione una mayor diversidad a las aulas.

Una última característica del sistema español de máster es la importancia que tienen las universidades privadas en su oferta. Mientras que en el grado haya un 15,3% de estudiantes del total en la iniciativa social y de mercado, en máster este porcentaje es del 36.2%. Y esto a pesar de que la tasa de transición de la universidad privada es mucho menor que la de la pública. Dada la diferencia en el precio de la matrícula entre ambos, sólo hay un motivo para estos números: los centros privados son más eficientes a la hora de captar las tendencias de la demanda del mercado laboral y transmitir ese conocimiento.

Este planteamiento deja abierto un reto a la universidad pública. Es indudable la calidad de su profesorado y sus medios, pero debe ser más proactiva a la hora de mostrar su producto: conocimiento. Cuanto más impacto tenga ese conocimiento en la sociedad mejor nos irá a todos porque, no lo olvidemos, el conocimiento es rentable.