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El Recluta
La primera vez que me puse chaleco antibalas, en Afganistán, pregunté si era estrictamente necesario. Pesaba y daba mucho calor. Está claro, yo no sería un buen militar. Ni siquiera hice la mili. Pero a alguien se le ocurrió un día reclutarme para escribir sobre ellos y, desde entonces, he aprendido que las Fuerzas Armadas son más que unos señores que desfilan en octubre con una cabra. Y más, incluso, que una “religión de hombres honrados”, como decía Calderón de la Barca.
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