Juan Ramón Rallo
El artículo de Juan Ramón Rallo: Prometer lo básico
Si hace lo mínimo por la decencia ya logrará un salto cualitativo
Es preferible un político que no prometa demasiado, pero que intente cumplir con lo poco que ha prometido, que un político que promete mucho siendo consciente de que no lo va a cumplir. Todos tenemos en la memoria a presidentes del Gobierno que han prometido bajar impuestos para luego subirlos o que han prometido buscar la independencia del Consejo General del Poder Judicialpara luego obsesionarse con socavarla por entero.
En este sentido, las promesas económicas que efectuó ayer Feijóo desde Barcelona son factibles a fuer de descafeinadas. No marcan objetivos revolucionarios sino propósitos que, en algunos casos, son melifluos y, en otros, elementales pero imprescindibles tras cinco años de «sanchismo».
Primero, auditar las cuentas públicas, lo cual tendrá previsiblemente muy escaso recorrido a la hora de adelgazar la Administración Pública –el gran problema de la Administración no es tanto que se gaste de manera no justificada y descontrolada, sino que se han consolidado niveles de gasto muy elevados que se nos venden como «derechos» y que, por ende, nadie se atreve a recortar–. Segundo, conformar un Gobierno mucho más pequeño que el actual, algo que tampoco tiene ningún alcance salvo acaso cosmético –el gasto público que vaya a poder ahorrarse por esta vía será residual–. Tercero, cumplir con el «compromiso ético» de rebajar durante los primeros 100 días de mandato el IRPF a todos los españoles con ingresos inferiores a 40.000 euros, algo que únicamente supone revertir el alza de impuestos que ha tenido lugar por la puerta de atrás –sin pasar por las Cortes– a cuenta de la inflación y que llega quince años tarde –el IRPF no se ha deflactado desde 2008–. Cuarto, devolver la independencia a las instituciones públicas con nombramientos basados en el mérito y no en la lealtad al partido. Llamativo es que esto deba suponer una novedad, pero desde luego la supone. Quinto, simplificación normativa eliminando tres leyes o reglamentos por cada nueva aprobada: una restricción que si se aplica de buena fe puede ser muy positiva pero que también es fácilmente trampeable –basta con refundir tres leyes en una sola–. Sexto, mejorar la gobernanza de los fondos europeos, algo desde luego necesario, pero de corto recorrido dado que la mayor parte de los mismos ya ha sido gastada. Séptimo, revertir el cierre programado de las centrales nucleares existentes: de nuevo, una idea positiva por cuanto contribuye a mejorar la estabilidad y el coste medio del sistema pero que tampoco supone ninguna gesta más allá de sobreponerse al sectarismo ideológico que busca imponer supersticiosamente su cierre. Octavo, mejora de las cotizaciones sociales de los trabajadores autónomos, lo cual sin mayor concreción no significa demasiado, pero que sería muy positivo si revertiera la última reforma de Escrivá –aunque no parece que vaya a ocurrir–. Y por último, y esto sí conlleva mayor enjundia e innovación, modificar algunos aspectos de nuestro sistema de protección social, proporcionándole mayor protagonismo al ciudadano.
Permítanme desarrollar brevemente esta última idea. Por un lado, Feijóo aboga por implantar la mochila austriaca. Es decir, que la indemnización por despido del trabajador se acumule periódicamente en un fondo que conserve cuando cambie de empleo y del que pueda disponer, si así lo desea, durante el periodo de paro –en lugar de que devengar un derecho de cobro contra el empresario que se extingue si el trabajador cambia voluntariamente de empresa–. Por otro, Feijóo también plantea reemplazar las políticas activas de empleo por un cheque formación que le otorgue al parado la libertad de escoger dónde quiere reciclarse profesionalmente –en lugar de que sean la patronal y los sindicatos quienes le marquen los cursos que puede o que no puede recibir–. Ambas medidas están bien pensadas y ojalá este mismo principio, la autonomía y responsabilidad de cada ciudadano en la gestión de las transferencias públicas, se extendiera a otros ámbitos como la sanidad o la educación. Pero imagino que ello ya supondría arriesgar demasiado.
Y éste, el de Feijóo, es un programa que arriesga poco porque no lo necesita electoralmente. Haciendo lo mínimo exigible por la decencia ya logrará un salto cualitativo respecto a la degradación institucional actualmente existente.
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