Opinión

Felicidad en Moncloa

Gobernará su PSE con el PNV, al tiempo que Bildu sube, cumpliendo así la trampa dialéctica de Zapatero: «La paz y el diálogo dan votos»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), apoya en un acto electoral con el candidato a lehendakari del PSE, Eneko Andueza (2d).
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, apoya en un acto electoral al candidato a lendakari del PSE, Eneko Andueza (2d) Miguel ToñaAgencia EFE

Felicidad completa para Sánchez. Sus dos objetivos principales quedan satisfechos. Gobernará su PSE con el PNV, al tiempo que Bildu sube, cumpliendo así la trampa dialéctica de Zapatero: «La paz y el diálogo dan votos». El tercer objetivo sanchista, menor pero importante, también se ha logrado: el PP no pinta nada en el País Vasco. En suma, Sánchez se carga de razón ante los suyos y tiene a sus dos socios contentos. ¿Qué más puede pedir?

El pacto de gobierno en Euskadi con el PNV obliga a Sánchez a cumplir su compromiso escrito para iniciar una reforma estatutaria. No obstante, esta es la ruta que desea, la que quiere mostrar a Junts y a ERC, la misma que puede colocar al votante español del PSOE sin las asperezas provocadas por los independentistas catalanes. Esa vía fue la que Urkullu llamó «nuevo estatus», que viene a ser una resurrección del plan Ibarretxe. Esto apuntalará la legislatura de Sánchez aunque el coste sea la territorialidad navarra, el poder judicial propio, y el reconocimiento de la nación vasca con dos consecuencias: las selecciones deportivas y la representación propia en la Unión Europea.

La vía del «nuevo estatus» que se nos viene encima la sostendrá el sanchismo con el relato del buenismo zapaterista: todo es posible con el diálogo, y la constitucionalidad se pelea en el TC. El argumento aritmético y político está hecho: la práctica totalidad del Parlamento vasco quiere esa especie de confederación vasco-española, y la mayoría absoluta en el Congreso, también. Miel sobre hojuelas para el sanchismo.

Este nuevo ciclo alegra la vida al PNV y al PSE, iluminados con la sonrisa complaciente de Sánchez, pero también a Bildu. Es evidente que sus números indican que se ha iniciado un nuevo ciclo en el País Vasco. El partido de Otegi y Otxandiano termina por absorber todo lo que está a su izquierda, lo que era Sumar y Podemos, la vieja Izquierda Unida y el añejo Partido Comunista de España. Se convierte así en la izquierda nacionalista con todos los mantras progres que tanto gustan a los más jóvenes. Suyo es el futuro. Ya lo es en el mundo rural, y dentro de poco en las ciudades.

Bildu, además, se ha confirmado como alternativa quitando ese papel al constitucionalismo, al PSE y al PP. Si alguien quiere librarse del PNV, ya puede echar mano de los chicos de Otegi para las cuestiones de la vivienda juvenil, del gasto social, el cuidado del medio ambiente y el veganismo con productos de la tierra. El nuevo bipartidismo vasco es entre el PNV y Bildu, la derecha y la izquierda, dejando a los «españoles» como accesorios circunstanciales. Vamos, como el Partido Andalucista en el Parlamento catalán de 1980, una extravagancia en vías de extinción.

¿A Sánchez le disgusta ser el tercer partido en el País Vasco? No. Viene a cumplir el papel de bisagra, pudiendo dar el gobierno a unos u a otros, lo que siempre da poder y presencia. De hecho, su eslogan electoral fue «Vota al que decide». Y tan contento, porque quien no decide nada de nada es Feijóo y su PP, por lo que Sánchez aprovechará las sesiones del Congreso para decir al líder de la oposición que su proyecto no lo quiere nadie, y que no representa la situación ni pluralidad de España.

Lo cierto es que la situación del PP no es buena. Quedarse de testigo parlamentario en el País Vasco es poca cosa cuando se quiere liderar la alternativa nacional en todo el país. El regionalismo amable no tiene tirón suficiente porque para eso ya está el PNV, que juega con todas las cartas. Tampoco funciona presentar un modelo de gestión económica fetén cuando la campaña no va de eso. Y la denuncia de ETA y de su brazo político no interesa lo bastante como para pasar de la palmada en la espalda al voto. Mal asunto.