Opinión
Pablo le da a la matraca
Cuando se dio cuenta de que la realidad expulsaba un magma gris, comenzó a preguntarse que de qué sirve ser el vicepresidente
En Atlantic City han derruido el casino Trump Plaza con gran alegría de cascotes, polverío y secuencias a cámara lenta para disfrutar un poquito más del derrumbe. Nos encanta construir, pero tirar por tierra lo que otros han hecho mola mucho más. No se puede comparar, por favor. Lo mejor es coger la picota o llamar a una buena excavadora para que derribe todo lo que no nos gusta, lo que moleste o huela mal. Pablo Iglesias tiene eso metido en la cabeza desde que se puso la mochila y entendió que se ganaría la vida convenciendo a todos de que la felicidad de los parias de la Tierra es cosa suya. No ha sido así y como todos sus conmilitones, cuando se dio cuenta de que la realidad expulsaba un magma gris, áspero y desagradable llamado opinión pública, comenzó a preguntarse que de qué sirve ser el vicepresidente del Gobierno si a uno lo critican todo el tiempo.
Lógicamente, tras mesarse la neurona, llegó a una conclusión genial: hay que derruir y desnucar el andamiaje que asegura la libertad de los españoles. ¿En castellano? Vamos a dinamitar los medios de comunicación y luego nosotros decimos lo que se tiene que escribir, publicar, leer y pensar. ¿Más claro? Así que hay que poner las cargas y hacer mucho ruido mientras las colocamos. Dale a la matraca de la «normalidad democrática. Dale a la matraca, dale, que haga mucho ruido, que luego yo meto una cuñita aquí y otra allí, hasta que montemos nuestro tocomocho a la cubana.
Aquello de lo que hablaba Pascal ya podemos decir que es verdad, esa idea de que todo lo malo que le pasa el hombre viene porque se ha alejado del silencio. El ruido en el que estamos, el que vivimos y sufrimos, tiene como horizonte abonar el camino para alcanzar la utopía periodística de Pablo Iglesias. ¿Cuál es? Sólo tienen que leer «Radio Rebelde» o «Granma» para palpar en qué minoría de edad nos quiere colocar el socio del dormilón.
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