Tomás Gómez
El drama madrileño
Cuando Sánchez da alas al independentismo, se pierden votos socialistas en Madrid y cuando rivaliza con Díaz Ayuso para ningunear a Casado, engrandece a la presidenta autonómica
Las aspiraciones en política son legítimas, e incluso recomendables, porque son una motivación. Por ejemplo, a Enrique Tierno Galván sus enemigos le acusaban de tener demasiadas ambiciones. Contestó en una entrevista que la afirmación era falsa y lo demostraba el hecho de que se había conformado solo con la alcaldía de Madrid. Tierno era ambicioso, pero se lo podía permitir porque era uno de los grandes. Hoy, las cosas han cambiado y los responsables políticos se han convertido en jugadores que apuestan para intentar estar en el lado vencedor.
Apostar correctamente significa participar en el botín de la victoria, manteniendo el puesto actual o mejorándolo. No son grandes pensadores que articulan discursos reflexivos con la intención de convencer, se trata, sencillamente, de ganar.
Las organizaciones políticas han tomado un cariz más militarizado. Si el líder ha expresado su deseo, toda la cadena jerárquica de mando sigue las instrucciones y se asegura que aquellos militantes sobre los que ejercen alguna influencia hagan lo que ellos dicen. Un ejemplo claro es el proceso de primarias del PSOE de Madrid.
Moncloa ha tirado la piedra y ha escondido la mano. Ha apostado por Juan Lobato pero intenta no dar muestras públicas de apoyo por si las cosas no salen bien, para eso está toda la cohorte de dirigentes locales que saben que si hacen lo que quiere el líder nacional, gane o pierda, estarán bajo su paraguas. Esta forma de funcionamiento es muy rentable para un pequeño grupo dirigente que asegura su posición personal. Sin embargo, no debe ser tan buena para el partido cuando el socialismo madrileño ha terminado convirtiéndose en tercera fuerza política y no tiene pinta de recuperarse a corto plazo.
El problema no es de obediencia, sino otro. Cuando Pedro Sánchez da alas al independentismo, se pierden votos socialistas en Madrid, cuando rivaliza con Isabel Díaz Ayuso con ánimo de ningunear a Pablo Casado, engrandece a la presidenta autonómica y cuando decide desde su sillón quién debe dirigir el PSOE en Madrid, arruina las posibilidades de cambio. El éxito de los populares en Madrid ha sido sumar a una marca nacional una especie de regionalismo madrileño que les convierte en defensores de los intereses de la comunidad frente al resto de España. Si el socialismo madrileño quiere aspirar a gobernar, debe ser capaz de tener su propio espacio y no ser engullido por los Icetas de turno. Lealtad con la dirección nacional no es sometimiento, sino aportar, libre de ataduras, elementos para la construcción de un proyecto nacional en el que no todo es periferia.
Los dirigentes de muchos distritos y municipios han pensado en su propio perjuicio si no apoyan lo que Sánchez espera, pero no deben olvidar por qué y para qué están en política. Muchos no votaremos al candidato oficial que desea Moncloa y eso no será una derrota de nadie, sino un paso hacia el cambio. A veces, los dirigentes se equivocan pero los afiliados de base les pueden rectificar.
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