Memoria Histórica

García Morato, «as de ases» de la aviación de Franco

Temido y respetado por sus oponentes, el piloto jamás fue derribado por el enemigo y murió en una exhibición tres días después del fin de la guerra

García Morato y el lema de su escuadrilla en el timón de cola de su avión: «Vista, Suerte y al Toro»
García Morato y el lema de su escuadrilla en el timón de cola de su avión: «Vista, Suerte y al Toro»La razonLa Razón

Joaquín García Morato, piloto de la aviación de Franco durante la Guerra Civil, descansa al fin en paz desde el 14 de junio después de que su familia decidiera trasladar sus restos desde la Iglesia del Carmen en su ciudad natal, Málaga, y evitar así más exposición pública sobre su antepasado, acosado por la Ley de Memoria Histórica.

Se trata sin duda de la figura más destacada de la aviación durante la contienda, cuando se consolida un método de combatir que había vivido una experiencia pionera en la Primera Guerra Mundial y que, como entonces, contará con protagonistas listos para una épica que la mayoría escribe con su muerte en combate. Una suerte de caballeros del aire con reglas y normas de enfrentamiento particulares que ilustra una anécdota sobre García Morato: en un combate aéreo las ametralladoras de Joaquín Calvo, piloto que posteriormente fue presidente de la Asociación de Aviadores de la República, se encasquillan, y un piloto de Fiat con casco blanco, al darse cuenta, pasa a su lado sin dispararle y le saluda. Cuando Calvo ve en la vitrina un casco blanco sabe quién es su oponente, que se distingue por ese color. Un García Morato que cuando un enemigo derribado se lanzaba en paracaídas daba círculos a su alrededor para que nadie le disparara, pero que era implacable y efectivo en el cielo.

Nacido en una casa militar de Melilla el 4 de mayo de 1904, sigue la carrera castrense con su ingreso a los 16 años en la Academia de Infantería de Toledo. Ya como alférez va destinado al Protectorado de Marruecos, pero no tarda en convertirse en piloto militar y regresa al norte de África, donde practica el bombardeo y abastecimiento a posiciones sitiadas.

En 1929 pasa a la escuela de Transformación y Caza y conoce a lo más granado de la aviación española: Carlos Haya, que acabará siendo su concuñado; Joaquín Collar, héroe del vuelo Sevilla-México, e Ignacio Hidalgo de Cisneros, que llegará a estar al mando de la Aviación republicana.

Ya durante la Guerra Civil, en los tres primeros meses logra derribar a 15 enemigos, marca que ningún piloto igualó en la contienda. En septiembre de 1936 empieza a volar el Fiat CR-32 que usará hasta el final, y en diciembre crea la Patrulla Azul, con la que puede desempeñar misiones de caza de manera independiente, sin depender del apoyo alemán e italiano.

El 3 de enero de 1937 protagoniza una de sus mayores hazañas: abate en un solo combate dos bimotores rápidos Tupolev SB-2, los célebres «katiuskas», tras ubicarse a 5.000 metros de altitud para evitar ser visto y lanzarse en picado contra ellos al distinguir su silueta.

Un mes después, durante la batalla del Jarama, la fuerza aérea italiana, siguiendo órdenes, se niega a cruzar las líneas propias para proteger a los bombarderos españoles. Joaquín García Morato sale con su patrulla a respaldar a los bombarderos y se enfrenta a más de 30 aviones republicanos. Los italianos desobedecen las órdenes e intervienen. Por esta acción, será recompensado con la Cruz Laureada de San Fernando, máxima condecoración militar, a título individual.

El «as de ases» sigue acumulando derribos hasta el fin de la guerra. En abril de 1939, había abatido 40 aviones enemigos comprobados y 13 probables en 511 servicios de guerra en los que entabló 56 combates aéreos. Muere el 4 de ese mes durante una exhibición que estaba siendo filmada en el aeródromo de Griñón (Madrid). «Como los héroes legendarios: en plena juventud, feliz y victorioso. Sus alas poderosas se quebraron un día ante el azar, más quedó su espíritu flotando en las que en una mañana han de nublar el sol», escribe Franco sobre él.

Escrito de García Morato reclamando los restos del capitán Haya: "Su mujer solicita su cadáver. Yo hago mía su petición, y si algún día nos encontramos en el aire, antes de comenzar la lucha os saludaré reconocido"
Escrito de García Morato reclamando los restos del capitán Haya: "Su mujer solicita su cadáver. Yo hago mía su petición, y si algún día nos encontramos en el aire, antes de comenzar la lucha os saludaré reconocido"La Razóncedida

Habla su familia: “Tenía una personalidad, simpatía y carisma desbordantes”

Este es el testimonio de los familiares de Joaquín García Morato, redactado por una de sus nietas para este periódico:
Al morir, García Morato dejó cuatro hijas huérfanas, entre 7 y 1 año de edad, así que tan solo las mayores pudieron conservar algunos recuerdos directos, como una vez, en mitad de la guerra que vino a visitarles disfrazado de deshollinador, muy sucio. Jugaba con ellas hasta agotarlas, tenía muchísima energía y humor y las quería muchísimo. También les alentaba a esforzarse y soñar en su futuro. Mi madre conservó siempre una carta suya en la que le felicitaba por sus notas en el colegio y le animaba a estudiar una carrera cuando fuera mayor.
Sus hijas lo perdieron muy pronto, pero gracias al cuidado y cariño que recibieron siempre de sus compañeros aviadores, recogieron muchos detalles que les ayudaron a recordarle y conocerle mejor. Don Félix, el sacerdote de la escuadrilla, les contó que el comandante tenía una especial preocupación por la formación de sus hombres, algunos de los cuales eran analfabetos y por tanto no podían escribir ni leer cartas, que era la única forma de comunicarse con sus familias; así que organizó en el comedor del campamento una suerte de escuela para enseñarles a leer y escribir.
Era un apasionado para todo lo que hacía. Si salía a volar, apuraba sus maniobras y cálculos, hasta hacerse merecedor de galardones internacionales, y más de una bronca por parte de sus superiores; cuando su objetivo fue formar a los pilotos, escribió para ellos un manual –“Acrobacia Aérea”– que aún es texto de consulta en la formación de pilotos; y si lo que tocaba era el combate, se arrojaba con tal brío que los demás compañeros aviadores le seguían sin titubear, logrando en más de una ocasión que los aviones enemigos –aun contando con mejores aparatos–, se retiraran sin entablar batalla. Volar le encantaba, y el estallido de la guerra le sorprendió en Londres, buscando soluciones para el motor del avión que estaba diseñando y cuyos bocetos –dibujaba muy bien– ocupaban carpetas.
En una ocasión, una persona quiso hacerle un buen regalo, en agradecimiento por su intervención en la defensa de una ciudad donde evitó que los bombarderos republicanos cometieran una nueva masacre. No sabía qué pedir y finalmente, dijo que les vendría bien una ambulancia… que desgraciadamente, fue él mismo quien estrenó.
Tenía un profundo sentido de la amistad y de la familia. Precisamente, los días de la famosa “Desbandá” [la huida de Málaga a pie de la población civil], no voló, estuvo de permiso, ya que él mismo tenía a parte de los suyos en la ciudad y al ser liberada esos días, quiso entrar en persona para saber de ellos. Su diario de vuelo – documento público– lo atestigua. Y, al caer en la batalla el capitán Haya –su gran amigo y también cuñado–, voló en solitario y muy bajo sobre campamento enemigo para dejar caer un mensaje en el que solicitaba la entrega de su cadáver para su viuda. A cambio, se comprometía a saludar en el aire antes de empezar la batalla. La misiva llegó –de hecho, se conserva y fue mencionada en las emisoras–, pero nunca tuvo respuesta.
En una ocasión, una de sus nietas le preguntó a Julio Salvador Díaz-Benjumea –que había sido uno de sus grandes amigos y compañeros en la escuadrilla– “¿Cómo era mi abuelo, Julio?”, y éste le contestó: “Tenía una personalidad, simpatía y carisma desbordantes, con una tremenda capacidad para el liderazgo, gracias a los cuales todos sus aviadores le seguíamos sin dudar”. Lo cierto es que todos los nietos hemos percibido siempre esa devoción que sentían todos sus hombres por él… y que se ha seguido manifestando a lo largo de décadas. De hecho, aún hoy conservamos fuerte amistad con descendientes de esos leales compañeros. Consideramos esos vínculos como la mejor herencia imaginable que pudo dejarnos, además de su ejemplo.